Presidente: ¿por qué oculta los muertos?

“Hugo, ¿cuándo le vas a decir la verdad al presidente?” Varias columnas periodísticas reprodujeron el reclamo que en sesión privada le hizo la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, al subsecretario de Salud, Hugo López Gatell.

La duda es si López Obrador quiere que sus colaboradores le hablen con la verdad o si prefiere, como él mismo lo hace todos los días, hacer de la mentira una forma de gobierno.

Nadie sabe cuantos contagios y número de muertos ha provocado el Covid-19. En eso, López Gatell ha sido un cancerbero eficiente. El presidente se propuso, desde que la pandemia tocó a las puertas del país, que las cifras se manejarían como secreto de Estado para evitar que los destrozos afectaran la imagen de la 4T.

Por eso convirtió a López Gatell en secretario de salud de facto. Sabía que su  abyección y facilidad para la impostura le permitirían salir cada noche a montar una farsa, dar un parte médico fraudulento, sustentado en cálculos convenientemente inventados para cuidar la salud —no de los mexicanos— sino del régimen.

Los muertos no pueden ocultarse. Los 10 mil, 50 mil o 100 mil decesos se van a convertir en la principal carga política y moral de este gobierno. Hay una responsabilidad de Estado que debería dirimirse en tribunales internacionales.

López Obrador tiene que explicar a la nación por qué ocultó a los muertos, por qué en lugar de haber actuado como un jefe de Estado, diciendo la verdad y con transparencia, decidió enterrarlos en la clandestinidad, como lo hace un homicida.

El tema no es menor. Ya sabemos que a un presidente sólo se le puede juzgar por traición a la patria y por delitos graves. Pero impedir que un pueblo conozca la verdad, cuando la verdad es un derecho humano que resulta vital sobre todo cuando está en riesgo la vida de toda una nación, es un delito que no debe quedar impune.

La diferencia entre los miles de muertos por el Covid-19 y  los 43 desparecidos de Ayotzinpa, no solo es de número, sino de intencionalidad.

Mientras la “verdad histórica” fue producto de un manejo frívolo y descuidado, los informes diarios de López Gatell por coronavirus son premeditadamente perversos y con un impacto de devastación nacional sin precedentes.

Si Morena y el mismo AMLO fueran en este momento oposición ya habrían armado una guerra civil y exigido la renuncia del presidente en turno. Ya habría salido a las calles para llamarlo “asesino”, “genocida”, “fascista”. Ya habrían presentado una denuncia por crímenes de lesa humanidad ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, como lo hicieron ellos con el caso Ayotzinapa.

El Ejecutivo no es responsable de haber traído la pandemia, pero sí de su manejo, de una “estrategia” plagada de errores y de mentiras. Hay una clara responsabilidad de la máxima autoridad en el número de contagios y decesos.

¿Quién o qué instancias se van a atrever a integrar un juicio en contra de un presidente que decidió mandar, a ese pueblo que tanto ama, al exterminio? ¿Quién va a exigir al régimen que explique por qué en México la probabilidad de muerte por Covid-19 en un hospital público es diez veces más alta que en otro países?

¿Lo decimos? Por cada peso que el presidente ha ordenado quitar al sector salud, por razones de supuesta austeridad, hay un muerto. Por cada peso que ha desviado para invertirlo en el Tren Maya o en la Refinería Dos Bocas, hay  miles de defunciones, hijos huérfanos y hogares enlutados.

Al aspirante a la candidatura presidencial, Hugo López Gatell se le salió decir que en México no se aplicaban pruebas diagnósticas porque el presidente las consideraba inútiles y caras. Esa es la única verdad que ha dicho el querubín de Palacio, en los últimos tiempos. Cierto, el presidente no quiere gastar en pruebas, prefiere gastar en votos. Ojalá y los muertos se levanten y decidan votar en el 2021.