CRÓNICAS TURÍSTICAS

 

La Cineteca Nacional de México, un rincón mágico de la Ciudad

Hay espacios en los que se puede charlar por horas y horas sin sentir los taconazos opresores de las manecillas del reloj, lugares donde, sin darnos cuenta, el sol deja un hueco para que llegue la oscuridad celestial y se enciendan las luces artificiales que nos muestran el andar implacable del padre Cronos.

La luz, es un elemento esencial para este espacio, con luz natural o artificial da lo mismo, aquí en la Cineteca Nacional de México, las salas se oscurecen y nos trasladan a cualquier parte, a mundos inexistentes, a planetas lejanos o a lo más recóndito de las emociones de personajes reales o ficticios, cual rincón mágico de la Ciudad.

Llegar hasta aquí no tiene mayor complicación, si se encuentra en el Centro de la Ciudad de México, basta con elegir el medio de transporte al gusto de cada uno. Y nosotros decidimos utilizar el metro, para evitar el tráfico de la hora de la comida. Partimos de la estación Zócalo de la Línea 2 en dirección a Cuatro Caminos, transbordamos en la estación Hidalgo de la Línea 3 con dirección a Universidad y en 10 estaciones llegamos a nuestro destino, Coyoacán.

En media hora, estábamos saliendo a la intemperie, caminando sobre la calle Real de Mayorazgo en dirección a la Avenida México-Coyoacán, en cuya esquina se encuentra la renovada Cineteca Nacional.

El camino es breve, pero trae a la mente recuerdos bellos del trabajo radiofónico en el Instituto Mexicano de la Radio (IMER), ubicado en el número 83 de nuestra calle y donde también se hace magia y se construyen mundos que entran por el oído.

La caminata es placentera, aunque hace bastante calor, venimos preparados con lentes y gorras, además traemos agua para rehidratarnos cada que sea necesario. Karina recuerda sus primeras películas, las que vio de niña, yo recuerdo el gran acercamiento que tuve al cine en las matinés del “Leandro Valle”, una sala de cine que pertenecía a la delegación (hoy alcaldía) Iztacalco, donde mis padres me llevaban a ver películas como Flash Gordon (Mike Hodges, 1980) o las dos entregas de “El Chanfle” (Enrique Segoviano, 1979-Roberto Gómez Bolaños, 1982), experiencias que sin duda, incidieron en mi necesidad de séptimo arte.

Pasamos el IMER y al llegar a la entrada peatonal de lo que anteriormente era el estacionamiento, hoy usado para las proyecciones al aire libre, nos invade la reflexión, pues nos situamos justo en la barrera entre las fantasías de una sala oscura y el sueño eterno, debido a que del lado derecho se encuentra el viejo panteón de Xoco, barrio de mucha historia.

La distribución de la Cineteca, con áreas verdes, muy diferente a como estaba edificada hace algunos años, se vuelve un espacio que llama a la paz, a la relajación, pero también a la charla, permite que vengan, con mayor claridad, los recuerdos de filmes que nos deleitaron con anterioridad y detona la plática del séptimo arte.

A título personal, venir para acá, me trae intempestivamente los recuerdos de las Muestras Internacionales de Cine, que me tocó ver en estas salas y en la Universidad, me trae recuerdos de mis primeros acercamientos al cine de autor, a mis cineastas favoritos que pude conocer por acá, a mis tesis de licenciatura y posgrado, me permite pensar en filmes como “No amarás” de Kieślowski, “Ese oscuro objeto del deseo” de la etapa final de Buñuel o “Dancer in the Dark” de Lars von Trier, pero también me recuerda las cenas de los viernes después del programa de radio, la convivencia con los amigos de la prensa y con los profesores de los cursos de cine.

Caminamos por el pasillo que nos introduce al recinto sagrado del séptimo arte y pareciera que ingresados a una telaraña gigante, de un lado a otro, una especie de red blanca decora el espacio y no puedo evitar sentirme acosado por un enorme arácnido, que en cualquier momento saltará sobre nosotros y no me refiero Peter Parker.

Pasamos el pasillo, la taquilla, la cartelera y el túnel que nos conduce al legendario cubo, el que existe desde que este lugar se originó, nos cambia de época, al menos por unos segundos, pues al girar la mirada de un lado a otro, nos podemos percatar que los negocios han cambiado y decidimos beber un café en “La Chicha”, uno de los bares más recomendados por los cinéfilos que tienen que esperar al inicio de su filme.

La experiencia resulta poco más que destacada. Para Kary, un montadito de berenjena con una soda y para terminar un carajillo, que según su rostro es de los mejores que ha probado en su vida y por el cual tendremos que volver en cuanto concluya la cuarentena; para mí, un emparedado de res y tocino, acompañado de un mojito que por cierto, está muy bien preparado.

Encontramos a mi amigo y realizador, Ricardo Benet, quien presenta su más reciente filme “Botella al mar”, un cortometraje en realidad virtual, que nos permite darle un sentido más cinematográfico que gastronómico a esta visita y despedirnos con un abrazo y las mayores felicitaciones para él y el grandísimo reconocimiento de siempre a la Cineteca Nacional.

Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y le dejo mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com y lo invito a seguirme en Spotify en Crónicas Turísticas.