ALGO QUE VALE LA PENA CONTAR

 

La gran mayoría de las profesiones han venido transformando su práctica de manera radical en los últimos veinte años, por lo que la vocación docente no es la excepción. Antes de concluido el siglo pasado, todavía nos tocó experimentar que la responsabilidad de la enseñanza educativa formal era tarea de los maestros. Los principios y valores se aprendían en casa.

Investigar un tema, significaba ir a la biblioteca o pedir consejo a los profesores. Hoy en día, desde un teléfono móvil se solucionan todas las dudas con una simple visita a la red. De tal forma que las nuevas generaciones comienzan a padecer una suerte de morbidez intelectual, derivada por supuesto, del fácil acceso a la información. 

Lejos quedaron aquellos tiempos en los que la figura del maestro inspiraba el suficiente respeto como para nombrar calles, colonias y bibliotecas. Su función ha ido transitando hacia una evolución compleja en la que poco a poco hemos restado atributos y responsabilidades, aminorando su respeto. Y es que en la actualidad cualquiera puede pretender adjudicarse el papel de maestro. Todos opinamos, evaluamos y descalificamos, «Ese maestro tuyo está en un error, esto no es así, es asá», y desgraciadamente, las nuevas generaciones se van quedando con esa lamentable y equivocada calificación a la figura docente.         

Culpas sobran entre actitudes políticas de sindicatos que estelarizan marchas y plantones, así como una considerable cantidad de “profes” que no son “profes”; porque hay que decirlo, tener un grado de licenciatura o ingeniería, no te capacita automáticamente para ejercer la docencia.

De esta forma el maestro otrora calificado de “apóstol educativo” y “estricto sembrador de conocimiento”, hoy se divide en dos nuevas dimensiones: “crítico” o “desencantado”. Crítico es el que ejerce a través de la profesión una vocación de vida, cuidadoso de su función y papel en el progreso tanto individual como social. Desencantado, el que apenas considera en esa oportunidad laboral algo que hacer con la vida. ¿Qué porcentaje de uno y otro existe en el universo del sistema educativo mexicano? ¿Cuál de ellos está  educando a nuestros hijos?

Somos lo que hemos leído y esta es, palabra de lector.