DE CULTO

Grace and Frankie

 La serie “Grace and Frankie” es una joyita medio oculta en la cada vez más interesante cartelera de Netflix, cuyo mayor mérito es que en cada uno de los capítulos de sus seis temporadas ayudan a mirar con mayor optimismo la vida y a revalorar el significado de la amistad. Esto, claro, gracias a sus protagonistas excepcionales: Jane Fonda y Lily Tomlin, veteranas actrices que realmente transmiten a los espectadores cuánto se divierten como las mujeres del título, que intentan rehacer su vida en la tercera edad después de descubrir que sus respectivos maridos son homosexuales y forman pareja desde hace 20 años.

¿Por qué deberían ver esta serie todas las mujeres sin excepción? (Y también los hombres, obvio)

Porque cumple cabalmente con el verdadero concepto feminista que, manoseado e ignorado, muchas veces termina siendo una simple consigna o una caricatura. En esta serie, en cambio, se cumple cabalmente con la prueba denominada Test de Bechdel, a saber, un sistema creado para evaluar la brecha de género en películas, series, libros, obras de teatro y otros productos culturales. En lo esencial esta prueba busca que exista un relato igualitario, es decir, deben aparecer al menos dos personajes femeninos con nombre propio, los cuales tienen que hablar entre sí en algún momento y esa conversación debe tratar de algo diferente a un hombre.

Grace and Frankie cumple con ese molde y lo supera con creces.

La serie fue creada por Marta Kauffman, también escritora de “Friends”, y Howard J. Morris, está protagonizada por Jane Fonda (Grace) y Lily Tomlin (Frankie), mujeres de casi 80 años que, en el primer capítulo, se enteran de que sus maridos han sido amantes por más de veinte años, que quieren el divorcio porque se van a casar.

Este hecho las obliga a replantear su existencia en la tercera edad, a entender que tienen que salir adelante solas y que, a pesar de tener una situación económica más que cómoda, no han sido capaces hasta ese momento de valorarse como mujeres, madres y amigas. Y a pesar de las evidentes diferencias entre ambas -Grace es una exejecutiva formal y estructurada, mientras Frankie es una artista hippie, deciden emprender la azarosa aventura de vivir juntas en una hermosa casa frente al mar, rompiendo de este modo con todos los estereotipos que siempre se ha tenido respecto de las mujeres de esta edad y de los temas que deben abordar.

Lo mejor de la serie es que evitan el tono melodramático y tanto las maravillosas mujeres protagónicas, como sus exmaridos, sus hijos y sus amistades, conforman un crisol de personalidades complejas, queribles y alocados, al borde de la disfuncionalidad, pero con una tremenda carga vital que permite que el espectador entienda sus motivaciones, se ría, se emocione y se deleite.

El dúo que conforman Lily Tomlin y Jane Fonda es excepcional. Ellas son capaces de dar vida a dos mujeres muy complejas, que se apoyan, se critican, se ríen y lloran mucho, mientras que en cada capítulo van descubriendo su humanidad y sus posibilidades como seres humanos. Son absolutamente distintas, pero han descubierto que tienen un punto en común ineludible: son mujeres y se necesitan.

Otro elemento exquisito de Grace and Frankie es que, durante su desarrollo, aparecen personajes de diferente raza, sexo u orientación sexual, los que tienen edades e ideologías diversas. Ya desde el capítulo 1, sus maridos les confiesan abiertamente que ellos están enamorados, que quieren casarse y que lamentan todo el tiempo perdido, dejando sentado el tema del respeto por la diversidad y el planteamiento de que estos temas también afectan a la denominada tercera edad.

Otro detalle importante es que las actrices se atreven a dejar bien claro que son ancianas, estupendas, adorables y bien mantenidas, pero que son mujeres que no representan el segmento de las “chicas lindas” que abunda en las películas y series. En el inicio hay una escena cruda en que Jane Fonda se sienta frente a un espejo y procede a quitarse los elementos prostéticos que lleva para enfrentarse al paso del tiempo. Y a medida que ella se quita las pestañas postizas, los mechones de pelo postizo, el maquillaje y los accesorios, el espectador que alguna vez la vio en “Barbarella”, en “Klute”, en “Gringo Viejo” o “Regreso sin gloria”, se da cuenta que a su edad, sigue siendo una mujer hermosa, que le dice a otras mujeres que la belleza está en su esencia y no en lo exterior.

“Ésta soy yo”, le dice en un momento determinado a su pareja, un hombre más joven (Peter Gallagher) y con esa simple frase, echa por tierra el mito de la belleza “siempre joven” que equivale a una regla nefasta: a mayor edad, menores papeles y papeles menores.

Otro factor no menos importante del éxito y lo necesario de redescubrir esta serie es que plantea abiertamente el tema de la sexualidad en la edad madura, que plantea sin rubores falsos asuntos como el uso de vibradores para alcanzar el orgasmo a los casi ochenta años y a tomar iniciativas en el terreno del deseo.

Y la serie también es pródiga en entregar visiones de la sociedad donde se exaltan los vínculos saludables de la convivencia social. Robert (Martin Sheen) y su pareja Sol (Sam Waterston) son homosexuales y se casan, pero no son personajes de caricatura o que promiscuos y, de hecho, tratan siempre de mantener la armonía con sus respectivos hijos e incluso con sus exmujeres. El noviazgo entre Frankie y Jacob (Ernie Hudson), nace de la amistad que crece y se hace fuerte y la relación de Grace) y Nick, reflexiona acerca de la diferencia de edad en una pareja y de cómo vencer los prejuicios que existen en este terreno.

Todas estas características hacen de Grace and Frankie una serie de culto, de ésas que no envejecen y que deben de ser revisitadas en el streaming, sobre todo porque cada capítulo es un bálsamo en un mundo que se debate entre la pandemia, la inequidad y los estallidos en pro de las igualdades necesarias para lograr una sociedad más plena.