EL MESÓN DE SAN ANTONIO

Recuerdo, nuevo filtro de la pandemia Mayo es caprichoso, suena a susurro pero es un relámpago electrizante, y digo lo anterior desde el campo del recuerdo.

En este mes de las flores, dictaminado desde el púlpito y que se instaló como una gran
costumbre, las mujeres, desde niñas, con su velo angelical, caminaban rumbo al altar de la
Virgen María portando en sus manos un ramo de las más hermosas flores elegidas, y
depositaban la ofrenda a los pies de la imagen quien, a veces incluso parecía sonreír,
complacida por tan linda muestra de afecto. Este recuerdo de mujeres florales marcó
durante muchos años mi infancia y pubertad.

Participé, por supuesto, de este ritual; admiré con gran entusiasmo esta tradición que
tenía identidad, me divertí y descubrí el meollo de la miel y de la rosa, la belleza, la
perfección, la devoción y la entrega.

Resulta que esta costumbre regaba su aroma y su frescura por todo el pueblo, y el
entusiasmo envolvía a los comerciantes que daban vida a los oficios. Ahí estaban los
carniceros, los guaracheros, los mecánicos, torneros, plomeros, los dedicados a la fragua.

Cada uno de estos oficios se organizaba durante todo el mes y proporcionaba, en la
medida de sus posibilidades, un donativo que iba para la Iglesia y una parte para la
celebración de la fiesta, que se realizaba en el jardín más bonito del pueblo.

Se traían grupos musicales para dar serenatas a la población en general, y hubo años tan
buenos y llenos de bonanza en los que alcanzó para traer a los grupos de moda como la
Sonora Santanera, Los Baby´s, Los Apson, y grupos regionales como Los violines de
Aguascalientes, la Orquesta de Valle de Santiago, y los locales como el Mariachi y los
farafara.

Aunado a eso, el mes de mayo tenía una preocupación: la de encontrar uno su vestimenta
para la Primera Comunión. Las niñas buscaban el vestido vaporoso de holanes grandes y
adornos de bisuterías bien fabricados para lucirlo con orgullo, mientras que en los varones
todo era más sencillo.

Así pasaba yo los meses de mayo, mes de las flores, donde la fabricación de velas cubría
de magia la niñez; mes de la miel, cuando se capaban los panales de abejas y ésta se
vendía en cucharitas de madera; un mes lleno de luz y futuro.

Los niños que acudían a ofrecer flores regresaban con olor a incienso, luego pasaban a la
pista del jardín municipal donde corrían con alegría y coqueteaban de forma suelta y
graciosa. Todo era sonrisa hasta las 9:45 de la noche, pues siempre se tenía que llegar a
casa a más tardar a las diez.

Los poetas dicen de mayo fantasías:

Allá por el mes de mayo,

hacia la puesta de sol,

iré en busca de mi amada,

a requerirle su amor.

Junto al río de montaña,

donde refresca el calor,

se abrazarán nuestros cuerpos,

para excitar la pasión.

Y sobre flores y pastos,

mientras se duerme el color,

yaceremos muy juntitos

embriagando el corazón.

Las dulces tardes de mayo, las sembraremos tú y yo.

Mayo es fiesta. En el calendario se marcan varias fechas icónicas: el Primero de Mayo es el Día del Trabajo a nivel mundial; el famoso 5 de Mayo celebramos la Batalla de Puebla,
cuando las armas mexicanas se llenaron de gloria al vencer al ejército imperial francés. El
10 de mayo está dedicado a las madres, el 15 a los maestros, el 23 es el Día del Estudiante,
y este 2020 se conmemoran los 100 años de la muerte de Venustiano Carranza, acaecido
el 21 de mayo en la localidad de Tlaxcalantongo.

Pero este mayo, bueno, ni qué recordarlo: vivimos celebraciones atípicas. Al parecer, el
coronavirus llegó para quedarse, por lo menos un tiempo.

Por tanto, paciencia y cuidado, a protegernos y llevar a cabo las medidas que nos
conservan saludables, ya después volveremos a celebrar que, para eso, confío en el
Universo, ya vendrán varios mayos más.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo