EL MESÓN DE SAN ANTONIO

¡San isidro labrador, llena las gavias de agua! 

Sus zapatos no tienen más que polvo, como talco, eso seco que se pega por abrazamiento
y sólo se quita con agua, el agua que otorga la sensación de frescura y descanso. Muchas
culturas tienen ritos con el agua, por ella, por su ausencia y por su abundancia.

El santo patrono de los agricultores es San Isidro Labrador, que celebra cada 15 de mayo
su onomástico. Con advocación firme, los campesinos ruegan y agradecen su arbitraje
ante el Altísimo para que el ciclo agrícola transite de la mejor manera. Esta devoción se
percibe en poblaciones que dependen del campo y de los campesinos, como nuestro
cercano Arteaga y ya poco en Ramos Arizpe, aunque siga siendo el santo patrono de la
ciudad.

Antes, unos 50 años atrás, cuando el campo se olfateaba en la ciudad a través de queso
fresco, hortalizas vendidas en breñas, el chismoso cilantro que se vendía en mazos y el
polvo de los pies del camino donde se juntaba el cansancio y los tramos recorridos con un
fardo a cuestas, San Isidro Labrador era invocado cuando las aguas no llegaban. Si las
lluvias no se hacían presentes, los pobladores salían corriendo y se postraban devotos
para suplicar el vital líquido, y llegaba. Entonces se entendía que la festividad de San isidro
era el parteaguas para que comenzara la temporada de lluvia.

Esta era una forma distinta de medir el tiempo: si no caía agua para la fecha del
cumpleaños, la situación se complicaba para todos.

“San Isidro Labrador, pon el agua y quita el sol”, era el estribillo que se repetía dentro y
fuera del templo, o al revés según como fuera la situación, “San Isidro Labrador, quita el
agua y pon el sol”.

¿Pero quién era San Isidro Labrador que concedía tan benevolente ayuda?
Se dice que San Isidro fue un campesino español muy devoto y muy creyente, que cuando
araba la tierra se iba a una capilla cercana a orar en lugar de trabajar.

El milagro consistía en que los bueyes seguían arando solos durante la jornada, y es que, la
leyenda cuenta que un ángel venía a guiar a los bueyes mientras Isidro, el campesino
bueno, hablaba con Dios en la capilla.

San Isidro no fue un hombre culto ni rico, era casado y tenía un hijo, con lo cual se
comprueba lo que enseña la iglesia: que para ser Santo no es necesario ser cura ni
instruido. Sólo era un trabajador del campo. Y sólo le bastaron su fe y su caridad para
subir a los altares.

La oración al Santo dice:

“San Isidro Labrador, ejemplo de esposo y padre, de trabajador, amigo y buen vecino, que
con tus manos labraste la dura tierra sin dejar de orar y servir al Supremo Señor, que
entregabas todo lo que tenías a los menesterosos, a los niños, a los desvalidos y a todo
aquel que sufría hambre de pan y alma: socórrenos en estos momentos duros y difíciles”.

Ahora esta preocupación de cuidar que las lluvias lleguen a tiempo se ha perdido, y
paulatinamente ha sido reemplazada por mediciones más científicas y usando
instrumentos más sofisticados, como el termómetro y las noticias a través de canales
televisivos que tienen a toda la gente pendiente de cómo va estar el clima.

Antes eran hombres meteorólogos, serios y vestidos de traje, los que informaban sobre la
situación climática, pero ahora, se ha ligado el pronóstico del clima a la belleza. Cada una
de las televisoras presenta a mujeres realmente atractivas que nos leen los comunicados
del tiempo. Guapas como ellas solas, dan una veracidad singular a esta actividad de
pronosticar el tiempo.

Pronto atravesaremos el día de San Isidro Labrador y estaremos atentos a saber si lloverá
o no, y atentos también, a la señorita que nos mantendrá informados.

Pero, si no ocurre ¿qué haremos? Prepararemos una procesión para que el Santo Patrono
vea cómo ha cambiado el ciclo de lluvias y que nosotros, citadinos, no sabemos el misterio
que en ella se involucra.

Claro, eso es una exigencia llena de súplica y predestinación.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo