EL MESÓN DE SAN ANTONIO

 

UN MUNDO NUEVO

Es increíble que las tecnologías nos conecten con personas que están a miles de
kilómetros y no sean capaces de acercarnos con quienes viven al lado de nosotros: los
vecinos.

Antes de la pandemia solíamos vernos entrar y salir de nuestras respectivas casas, nos
saludábamos de manera cortés y punto, no sabíamos nada más uno del otro. Pero ahora,
d.C (después del Coronavirus), ni siquiera eso.

Todos estamos encerrados, no sólo en nuestros hogares, sino en nuestras propias mentes, a tal grado que me hizo preguntarme: después de la cuarentena, ¿todavía sabremos interactuar con los demás?

Muchos plantean el esperanzador mensaje de “volveremos a abrazarnos” pero, ¿y si después de todo esto, nos da miedo saludarnos de beso, salir sin cubrebocas, ir a eventos masivos o no guardar la distancia de metro y medio?

Pensaba en eso y decidí salir a la puerta de mi casa para ver el mundo de cerquita. El clima
estaba maravilloso, el sol estaba por ocultarse y las nubes se pintaron de rosa, no hacía
calor y el aire acarició mi rostro. Respiré profundamente.

En eso, una voz interrumpió mi serenidad. “Es una espléndida tarde para estar encerrados”, volteé y vi a mi vecino de pie en su cochera, “sí, le dije, es una lástima no poder salir”.

Se hizo un silencio incómodo, años viviendo uno frente al otro y no tener un tema de conversación, qué triste. Sin embargo, eran tantas las ganas de platicar con alguien que logramos vencer la pena.

Me sorprendió saber que tenemos gustos muy parecidos, a ambos nos gusta leer,
desvelarnos viendo películas de acción y últimamente, los dos traemos el horario
totalmente al revés.

Al cabo de un rato, nuestras esposas se unieron a la charla, y también
salió el vecino de al lado junto con su hijo, y así, desde nuestros barandales, armamos una
espléndida reunión. Sacamos sillas, algo de tomar y cada quien sacó una mesita con lo que
iba a merendar. Y aquí viene lo mejor: empezamos a compartir.

Con nuestros respectivos guantes y cubrebocas, nos cruzamos uno por uno para ver qué
tenían las mesas de los demás y agarrar algo que se nos antojara: galletas, un pedazo de
pastel, un sándwich, una cerveza y, una vez saciada el hambre y el antojo, decidimos
poner en las mesas libros, juegos, rompecabezas, revistas y hasta herramienta, ¡fue
increíble!

A final del día, yo tenía un taladro para (por fin) colgar unos cuadros que tenía
guardados, un juego de mesa bastante divertido para jugar con los nietos y un libro que
no había leído. Mis vecinos tomaron varios títulos de mi colección, un rompecabezas de
mil piezas y algunas películas en DVD.

El ejercicio resultó tan provechoso que quedamos de volverlo a hacer la próxima semana, prometiendo invitar a los otros cuatro vecinos de la cuadra.

La recomendación de quedarnos en casa es realmente necesaria para evitar que el
número de contagios se incremente de manera exponencial, pero el distanciamiento
social es imposible de lograr porque el ser humano es social por naturaleza.

Necesitamos interactuar con otros para compartir experiencias, para comparar enseñanzas y aprendizajes, y sobre todo, para no volvernos locos.

Es por eso que le invito, querido lector, a que realice este experimento con sus vecinos en
la medida que le sea posible, que le pregunte al de al lado si necesita algo del mandado, si
quiere un libro, si gusta algo de lo que usted cocinó; le aseguró que quedará gratamente
satisfecho con la sensación que le deja a uno volver a juntarse con los amigos de la cuadra.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo