DOS JOYAS DE CULTO PARA CINÉFILOS

 

Tanto “Curtiz” como “Al otro lado del viento” son, más allá de sus propios méritos como películas, auténticos joyas que revelan las luces y sombras de dos filmes; uno, todos los entretelones sufridos durante el rodaje de la mítica “Casablanca” y el otro, acerca de un proyecto maldito que Orson Welles trató siempre de llevar a cabo y que gracias a la plataforma de Netflix vio la luz 33 años después. Ambas experiencias, junto con ser un bocado para cinéfilos, es la mejor constatación de que el cine sigue siendo más grande que la vida. 

1.- AL OTRO LADO DEL VIENTO, la maestría inconclusa.

Tuvo que transcurrir nada menos que 33 años desde la muerte de ese monstruo inigualable del séptimo arte que fue Orson Welles, para que a través de Netflix los espectadores –especialmente los cinéfilos- pudieran ver el proyecto más ambicioso, personal y maldito de cuantos acometió el creador de “Citizen Kane”, ese tremendo testamento fílmico que llevó a cabo Welles después de su regreso del exilio tras dos décadas alejado de un Hollywood que jamás pudo entender la grandeza de su arte ni mucho menos la capacidad de este realizador para innovar el lenguaje cinematográfico. El proyecto se denominó “Al otro lado del viento” y Welles jamás lo terminó, a pesar de tener más cien horas de metraje rodadas.

Fue gracias al trabajo obsesivo de cinéfilos empedernidos, entre los cuales se cuenta a Frank Marshall, Filip Jan Rymsza y el gran Peter Bogdanovich, que ese delirante filme pudo ver la luz, 33 años después.

En “Al otro lado del viento” hay puro cine dentro del cine, eso que teóricamente se denomina metacine, esto es, la capacidad impresionante que tiene el cine para referirse a sí mismo, a sus mecanismos, engranajes y todo lo que implica la creación de un filme.

El mega filme es la filmación de una película vanguardista, erótica, provocativa y muy afín a la estética imperante en los años 60, que sirve para retratar el modus operandi de una industria, con directores estrellas como el que encarna nada menos que otra leyenda del séptimo arte, John Huston, que interpreta al alter ego de Welles, con la cuota perfecta de decadencia personal y profesional, en un ambiente como el Hollywood clásico, empleando para ello una serie de distintas texturas y estilos, formatos y lecturas que, de manera muy curiosa, le otorgan un aire increíblemente post-moderno a una película no finalizada y que se empezó a rodar en 1970.

Es verdaderamente increíble que este filme resulte tan maravillosamente contemporáneo, usando para ello fotografía en 8, 16 y 35mm, utilizando el multicolor en una de las líneas narrativas o el granulado blanco y negro más intimista.

Respecto de su argumento, éste resulta fascinante cuando se van encadenando las proyecciones de bobinas correspondientes al trabajo diario, las peleas de los productores asustados con el resultado de sus inversiones en un proyecto que no acaba jamás (¿le suena conocido?), un grupo de realizadores “reales” (incluyendo nada menos que a Claude Chabrol) que deben soportar las situaciones más bizarras durante una fiesta que se alarga más de lo preciso y suma y sigue.

Es verdad que ‘Al otro lado del viento’ peca de exceso, de sobreabundancia de contenido y subtexto, pero al mismo tiempo es en esa exageración, en ese barroquismo, en esa gran cantidad de estímulos que nos provoca el filme donde también radica su encanto, todo ello considerando que no fue su director el que dio el corte final a este loco proyecto inacabado.

Es que “Al otro lado del viento” recoge, sintetiza y expande la majestuosidad visual plena del cine de Welles, aun cuando se demora en redondear y encontrar su eje dramático y tiene mucho de todo.

A casi 50 años de que fuera filmada, su estreno (junto con un muy notable documental denominado “Me amarán cuando esté muerto” de Megan Neville, que explica las circunstancias en que su autor la concibió, la filmó y dispuso preliminarmente el material) es todo un acontecimiento porque nos trae de vuelta a un creador de la talla de Orson Welles, un cineasta maldito, rechazado porque pocos fueron capaces de comprender toda su genialidad.

Su sola presencia en la plataforma Netflix es una bendición para los amantes del cine con mayúsculas y un viaje exquisito hacia las tribulaciones de una obra maestra que no alcanzó a nacer.

 

2.- CURTIZ, Casablanca, Rick, Ilse, Víctor Lazlo y tanta nostalgia.

La ópera prima de Tamas Yvan Topolánszky, ganadora del Gran Premio de las Américas en Montreal, es un fino retrato respecto de los mil y un dilemas a los que se enfrentó Michael Curtiz durante el rodaje de la que sería no solo su mejor obra sino que además un clásico absoluto del cine: “Casablanca”.

Su aparición en Netflix no puede sino ser saludada con reverencia y respeto, porque estamos ante un estupendo ejercicio fílmico, que da cuenta de los entretelones que rodearon la filmación de aquella película maravillosa y receta perfecta del cine romántico que fue “Casablanca”.

Hay una frase que marca el filme en sus inicios. Es pronunciada por un tipo que proviene del gobierno de los Estados Unidos, cuya misión es asegurarse que todos los realizadores incluyan el sentimiento de patriotismo y esperanza en un escenario demolido por el reciente ataque de Japón a Pearl Harbour: «Estamos en guerra, Señor Curtiz, y en tiempos de guerra solo hay dos bandos: nosotros y ellos».

“Curtiz” es la primera película dirigida por el joven realizador suizo-húngaro Tamas Yvan Topolánszky, que resultó ganadora del Gran Premio de las Américas el pasado septiembre en el Festival Internacional de Cine de Montreal. El filme hace un delicado cruce entre lo real (lo que existió en verdad tras el rodaje de “Casablanca”) y lo que fue (el cómo esa película se convertiría en un momento icónico del séptimo arte, sobrepasando todas las expectativas). Es decir, la película nos revela la encrucijada entre la historia y el cine.

En su estética, “Curtiz” está filmada en un delicado blanco y negro, y tiene apenas tres fragmentos en donde aparece el color azul y el rojo, recordándonos lo ficticio y a la vez subrayando el antes y después de una historia fascinante, porque nadie puede negar que esta película hará las delicias de la cinefilia, porque no solo escarba en el rodaje de una de las cintas más famosas de la historia, sino que además deja el gusto por ver ese filme extraordinario que, a 78 años de su estreno mundial, se mantiene incólume en su sitial de obra maestra.

En lo argumental, “Curtiz” se inicia con la exhibición en una sala del estudio de un que da cuenta de las reacciones frente al ataque a Pearl Harbour, acontecido el 7 de diciembre de 1941, así como el discurso de Roosevelt confirmando la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Así, el contexto está perfectamente delineado: Estados Unidos necesita gente que vaya a la batalla en Europa, exacerbando para ello el sentimiento patriótico de la población.

Enseguida, entramos de lleno a la película, mostrando la discusión en la oficina de Jack Warner, en Hollywood, donde el magnate delinea sus intenciones respecto de la adaptación a la gran pantalla de la obra Everybody Comes to Rick’s. Lo acompaña el productor Hal Wallis y ambos tienen claro que la película necesita un nuevo título, ojalá simple y directo. También están allí el director, Michael Curtiz y el insoportable Johnson, el desconfiado delegado del Gobierno en el estudio.

Pronto nos enteraremos que el realizador Curtiz es un mujeriego que no respeta las normas, insolento y mal hablado, que a pesar de llevar quince años en Estados Unidos sigue siendo “húngaro” y que su genialidad fílmica ha sido probada: ha recibido tres nominaciones a los Óscar a Mejor Director a la fecha.

Así, el filme nos va mostrando escenas del rodaje de “Casablanca”, con sus altos y bajos, con el mal humor del director que se revela egocéntrico y egoísta, las presiones insostenibles de Johnson en nombre del gobierno que pretende cambiar el guión para hacerlo más patriótico y una serie de dramas familiares que arrastra el director Curtiz, entre ellos una hermana que trata de escapar del nazismo en Europa, y su hija, que aparece de repente para ajustar cuentas con un padre que nunca ha estado a su lado. Todo esto teniendo presente que Michael Curtiz siempre quiso ser el mejor cineasta de todos los tiempos, pero cuyo objetivo más cercano es terminar de rodar una película y encontrar un final adecuado para ella.

“Curtiz” es un largometraje hermoso, cuidado, pulcro y a ratos muy inspirado, que se sostiene en todo instante gracias a la hermosa fotografía de Zoltán Dévényi y la música de Gábor Subicz.

Un gran acierto es que el director nunca muestra a los personajes interpretados por Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en “Casablanca”, y prefiere dar a conocer el ajetreo de los estudios hollywoodienses en un período en que se filmaban de manera simultánea películas tan disímiles como “Fugitivos del infierno”, de Raoul Walsh y “A través del Pacífico”, de John Huston) y también demostrar el genio creativo de Curtiz, mientras trabaja en el guión de su obra más célebre con los hermanos Epstein.

En el epílogo, se nos revela el tremendo impacto que tuvo el clima bélico de la época en las producciones americanas, donde “Casablanca” se erigió como la gran favorita del público y de la crítica, logrando alzarse con el Óscar a la mejor película del año y entregándole a su director el ansiado Óscar como mejor realizador y mejor guion.

Revisada esta cinta es ejercicio obligado ver “Casablanca”, película que alguien definió alguna vez como la suma de las mejores casualidades de todos los tiempos, siendo hasta hoy admirada como una pieza exquisita en el género romántico y poseedora de instantes que ya forman parte de la cultura pop del siglo pasado.

La revisión cuidadosa de “Curtiz” ha de constituirse en un deleite para cualquier cinéfilo que entiende que el cine es un arte en constante definición.

Autor

Víctor Bórquez Núñez
Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación