EL MESÓN DE SAN ANTONIO

El diccionario Espasa–Calpe tiene como sinónimos de aburrimiento: cansancio, desgana, hastío, apatía, inapetencia, indiferencia, hartura, tedio, disgusto, fastidio, pesadez, sopor.

“Aburrimiento” aparece también relacionada a las palabras: abulia, cataplasma,
desencanto, incomodidad, lata, monotonía. Y el Diccionario de la Lengua Española, en una
de sus acepciones, lo define como “sufrir un estado de ánimo producido por falta de
estímulos, diversiones o distracciones”.

“Estoy aburrido”, dice simple y llano mi nieto de 5 años y su cuerpo encorvado pareciera que vive la mayor fatalidad.

No es sólo cuestión de la cuarentena obligada ocasionada por el Covid-19, sino que existe en estos tiempos en todo el mundo una abulia generada por la adrenalina provocada por los juegos digitales que los hace ponerse en éxtasis y luego, de la nada, caer al vacío del
hastío y la desesperación. Si se tienen esos juegos, el júbilo está a flor de piel, pero si uno
osa restringir su uso o quitárselos, el aburrimiento aparece en un santiamén. Lo cual
resulta un poco triste: tan pequeños y ya en esa condición tan llena de inapetencia.
Lo cierto es que esa desgana es porque no tienen un juego por el cual se entusiasmen
realmente, sino que ocupan los que tienen a la mano, los que el sistema aleatorio les
proporciona al instante.

Unos pensarán que la palabra ‘aburrir’ proviene de ‘burro’, y hasta podrán imaginar
historias de cómo un burro es algo aburrido, pero eso no es precisamente lo que dice la
burra (jajajaja, lo siento estimado lector, ese chiste salió solito).

La palabra “aburrir” viene del latín abhorrere, la cual también le dio luz a la palabra
“aborrecer”. Lo aburrido puede que se quite, les digo en tono risión, pero lo “aburrado”
estará más difícil.

Si pudiésemos regresar a las generaciones en cámara lenta y revisar sus formas de
entretenimiento, descubriríamos que cada una tiene su anclaje a alguna actividad. Para
mí, los juegos de la infancia fueron: encantados, trompo, yoyo, canicas; y creo que ellos
nos ayudaron a ser hábiles y prestos, no como ahora, donde lo importante es la
herramienta sofisticada que se utiliza más allá de las habilidades del jugador.
Solemos asociar el aburrimiento con la flojera y la pérdida de tiempo. “Cuando un
individuo está aburrido no le encuentra sentido a aquello que está viviendo”. En ese
momento, el oprimido no realiza ninguna acción y actúa como de forma automática,
como un robot se queda mirando a la nada, como apagado. A mi nieto le da por huir del
lugar donde está sin sus herramientas de supuesta diversión.

Y me hacer recordar el poema “Ausencia” de Mario Benedetti:

El niño que no vino

tiene los labios fuertes

tiene las manos tiernas

el alma como nube

no es nadie

es sólo un niño

saca viejas monedas

del bolsillo de Dios

se parece a la madre

su misma risa ancha

su corazón a saltos

juega con los silencios

y con ellos hace otros

silencios

y se aburre

el niño que no vino

no viene

porque cree

que todo el que aquí nace

no se muere

después.

Para mí, el aburrimiento se despierta cuando realizo una actividad monótona, me gustan más las actividades creativas, distintas y diferentes, que me pongan a prueba.

Estamos a un tris del aburrimiento con esto de la cuarentena por la pandemia del
coronavirus, y es más cuando debemos conservar la calma porque aún quedan 30 días
para -esperemos- volver a divertirnos, salir, convivir con los amigos. Mientras podemos
leer, estudiar, investigar, hacer arreglos en casa y, sobre todo, cuidarnos y protegernos.

Queda un buen tiempo, dejemos que en él la madurez de pensamiento sea una flor que surja como lo más bello después de esta adversa situación.

Por cierto, la palabra “cuarentena” proviene del italiano Quaranta giorni, que a su vez
proviene del latín quadraginta y se traduce como cuatro veces diez, y que se empezó a
usar con el sentido médico del término con el aislamiento de 40 días que se le hacía a las
personas y bienes sospechosos de portar la peste bubónica durante la pandemia de peste
negra en Venecia en el siglo XIV.

Y usted, estimado lector, ¿se aburre con frecuencia?

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo