CÁPSULAS SARAPERAS

El curro

En esta ocasión te platico que hace unos días, encontré un cofre lleno de tesoros Saltillenses, un libro mágico, escrito por don Juan Marino Oyervides, en el cual relata anecdotas y leyendas de esta hermosa ciudad de Saltillo.

Una de estas anécdotas, que de manera magistral narra don Juan Marino, es la del Curro, y esta sucedió en el año de 1921, cuando una persona muy bien vestida entró a la joyería Suiza, la misma que tiene sus puertas abiertas desde 1886 y que esta ubicada en donde antes estuvo la casa de Juan Navarro, por la calle que en un principio se le conoció como el camino al pueblo, ya que era por donde se podía llegar al Pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala y que hoy lleva el nombre de Juárez.

En ese año, 1921, el propietario del establecimiento era Augusto Niklauss, quien de hecho atendió personalmente al cliente que llegó elegantemente vestido y con aires de ser europeo, quien además cargaba en su mano izquierda un obsequío envuelo con papel celofán y su respectivo moño. Esa pesona no era de aquel pequeño Saltillo, debido a que todos se conocian, y nunca, nunca, lo habían visto por estos lares. Con modos muy elegantes, el misterioso hombre le pidió a don Augusto que le mostrará la joya más cara que tenían en la joyería, ya que era un obsequío para su amada esposa. El joyero rápidamente le mostró gargantillas, pulseras, esclavas, anillos, diamantes, y demás joyas que tenía para la venta. El Curro, sí, el elegante, dudaba y dudaba de lo que deseaba regalarle a su amada, cuando vio de reojo una piedra preciosa montada en un anillo de oro blanco, la señaló y dijo con un tono mesurado, que su esposa era muy devota y que siempre al visitar una ciudad iba al templo principal, por lo que se encontraba a una cuadra, en la Catedral de Santiago de Saltillo, y quería llevarle la joya para mostrarsela, por lo que pidió que algún trabajador de la joyería lo acompañara.

El propietario accedió, pidiendole a un mozalbete que acompañará al catrin, al curro, al señor elegante, quien seguía con el regalo en su mano izquierda.

Caminando cruzaron la de Hidalgo y entraron  a Catedral por la puerta que da a la calle de Juárez, el catrin le dijo de manera amable al joven trabajador de la joyería, que quería darle la grata sorpresa a su esposa, por lo que pidió que le resguardara el regalo envuelto en celofán que no habia soltado y le permitiera la joya. El joven accedió y de manera ágil el misterioso hombre se introdujo en Catedral; en tanto que el joven se quedó parado con el regalo envuelto en celofán y su moño durante un momento, momento que se convirtió en minutos, minutos interminables, por lo que decidió entrar a la Catedral para buscar al curro.

Entró al templo, y vió que los santos estaban solos, que no había nadie en oración, que no habia fieles. Observando el joven trabajador que al fondo se encontraba el viejo sacristán haciendo limpieza, y a quien le peguntó que si había visto a una pareja, el sacristán le respondió que ninguna mujer había entrado a la iglesia, que sólo un señor muy elegante, había entrado por la puerta de Juárez y de manera presurosa había salido por la sacristía, la que da a Bravo. Por instito el joven corrió, se asomó a la calle y no vio a nadie, por lo que decidió regresar de manera presurosa a la joyería.

Llegó y de inemdiato le explicó lo sucedido a don Augusto. Incredulos del robo que les había cometido, volteraron al mismo tiempo a ver el regalo envuelto en celofán y con moño, que por cierto pesada bastatinto, decidieron entonces abrirlo, al quitarle el celofán empezó a salir tierra roja, para que un instante despúes se dieran cuenta que era un ladrillo de barro.

Esta es una anécdota que sucedió en nuestra hemosa ciudad de Saltillo, en la cual un Curro, con el pretexto de la oración de su esposa, se robó de la joyería la pieza más cara y que gracias a don Juan Marino Oyervides, pudimos conocerla.