AVISO DE CURVA

Todas las crisis, un presidente 

Andrés Manuel López Obrador siempre supo que algún día sería presidente. Habiendo sufrido la metralla que es capaz de descargar el sistema en contra de sus adversarios, a fuerza de perseverancia y astucia logró sobreponerse y terminó convirtiéndose en presidente. Sin embargo, nunca imaginó que una vez sentado en la silla, sus peores días estaban por venir.

En el transcurso de los dos primeros años de gobierno, todas las crisis, habidas y por haber, se le han juntado al presidente: la economía que no crece, la violencia que no cede y los feminicidios que no se detienen; el presupuesto que no alcanza, el petróleo que se desploma y Pemex que no prende; la inversión que no llega, el dólar que se encarece y  los empleos que se pierden; la salud que empeora, el INSABI que se atora y el COVID-19 que se extiende.

El presidente es consciente del embrollo en el que se encuentra. Hace poco declaró sentirse “desesperado” por el lento avance de los cambios que impulsa bajo el lema de la Cuarta Transformación. No es para menos. El tiempo avanza, los resultados no llegan y las distintas crisis se agravan.

Al imaginar el siguiente escenario, entenderíamos las cada vez más evidentes señales de desesperación que muestra el presidente: supongamos el registro de dos años consecutivos con crecimiento negativo; la continuidad de un 2020 tan violento como el 2019 que, sobra decirlo, fue el año más violento de la historia; el anclaje del precio del petróleo por debajo de los 20 dólares por barril, junto a un tipo de cambio que se aproxime a los 29 pesos por dólar; o la emergencia del COVID-19, la cual, sino se controla, podría acercarse a la sucedido en algunos de los países de Europa.

La perseverancia y astucia que lo llevaron a ganar la Presidencia, no serán suficientes en esta ocasión. Para enfrentar el coctel de crisis, el presidente no tiene más que dos alternativas: desdoblarse o dejarse ayudar.

Cuando escucho al presidente en sus conferencias, imagino que en su desesperación quisiera desdoblarse justo en el número de secretarios con los que cuenta su gabinete, para así poder atender y resolver, imprimiendo su muy personal estilo perseverante y avispado, cada uno de los asuntos que son competencia de las respectivas dependencias.

Sospecho que es así, porque percibo un gabinete cuyos integrantes, en su mayoría, marchan a un ritmo más lento que el presidente. Tampoco se observa que, al menos los titulares de Economía, Seguridad, Hacienda y Salud, tengan el arrojo para advertirle sobre la grave situación que, en sus respectivas áreas, se encuentra el país.

Veo a algunos secretarios más preocupados por presentar estilizadas gráficas que cautiven al presidente durante las mañaneras, que ocupados en los asuntos que un día sí y el otro también “explotan” en cada una de sus áreas.  Esas “mejoras marginales” o ese “estabilizar las tendencias”, podrían agradar momentáneamente a su jefe en medio de una situación en la que cae su popularidad y enfrenta el reclamo de la población por la escasez de resultados, pero poco ayudan a un país en donde las distintas crisis se confabulan queriéndolo arrastrar hacia el barranco.

En medio del montón de problemas que se acumulan en la oficina del presidente, y observando que, frente a la inmovilidad de sus funcionarios, intenta involucrarse en todos los asuntos que deberían ser competencia de las distintas secretarías, recordé ese extraño concepto filosófico conocido como solipsismo que describe la creencia del “sólo yo existo”, e imagino al mandatario desdoblándose, convirtiéndose en cada uno de los integrantes de su gabinete, ¡legal y ampliado!

El solipsismo es pura metafísica. La realidad es que el presidente está solo, y evidentemente presenta dificultades para lidiar con todas las crisis que se le han acumulado. Así que, si no fortalece y permite actuar a los integrantes de su gabinete, entonces no le quedará más que la segunda opción: dejarse ayudar.

No todos los resortes que maneja el presidente son los que mueven a México. Es momento de sumar, convencer y, si es oportuno, dejarse convencer. El tiempo de atribuir todos los males de este País a las acciones del conservadurismo, debe quedar atrás.

El COVID-19, la caída del PIB y la inseguridad son asuntos cruciales para el País. Por lo que, en estos momentos, daña más al presidente el silencio de quienes lo rodean que la crítica de sus adversarios.

 

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