POR ELLAS Y POR MI

Este domingo 8 y este lunes 9, marché y paré por mí y por todas las mujeres.

Las de aquí y las de allá, las que estamos y las que no regresaron, las que siguen inmersas en relaciones violentas, y las víctimas de la impunidad.

Las que sufren ablación, las obligadas a casarse, y las que se unen al menos indicado, para huir de padres autoritarios.

Las maltratadas, vejadas, violadas, explotadas, chantajeadas y engañadas.

Por mi nana Natalia, salvada a los 15 años por su tía Agustina de un padre abusador que le marcó brazos y piernas con moretones de por vida; y que a los 55, se enamoró de un nevero 30 años menor, que cuando no tuvo nada más que quitarle, arrancó a piedrazos los dientes y muelas que por presunción se había tapado con oro.

Por Elvira, mulata chiapaneca casada con un imbécil que decía tener sangre azul hasta el día que se cortó al rasurarse “y al ver que su sangre era roja como la mía, me dio harta muina y lo agarré a escobazos; pero se desquitó apaleándome hasta que me mandó al hospital y me quitó a mis niños…”

Por la Ine, la empleada chilena que los lunes llegaba con ojos y boca hinchados y la misma cantaleta de que se había golpeado con la esquina de una mesa.

Por Jovita, a la que el marido Ernesto rapaba todos los viernes y abandonó a los 40 años de casados, para irse con una joven “que lo que más rabia me da, es su pelo que le llega a la cintura.”

Por Elsa, compañera de televisión, cuyo marido escondía a los hijos hasta que accedía a cualquier cosa, con tal que la dejara verlos.

Por esa mujer que tras pelear para arrebatar al marido a una de las hijitas que estaba violando, huyó de Tancítaro y vi llegar macheteada y sangrante con cinco niños y sin un centavo, al albergue para mujeres maltratadas que a principios de los 90s instaló en las afueras de Morelia, contra todo y contra todos, una valiente regidora panista.

Por Magdalena, casada con un tipo que al no poder consumar el matrimonio la mantenía tranquila con whisky mezclado con tranquilizantes; y además de vida y felicidad, le robó alhajas y dinero.

Por una muchacha a la que un golpeador 15 años mayor, se llevó del DF al norte del país; y pudimos rescatar gracias a un taxista que, sin conocernos, se atrevió a pasar por ella y llevarla al aeropuerto, confiando en que le pagaríamos cuando abrieran los bancos.

Por Corina, que llena de ilusión por su primer embarazo salió a comprar ropita y al regresar antes de lo previsto, encontró al marido desnudo y encamado con un amigo; motivo insuficiente para que sus padres, del Opus Dei, la apoyaran para divorciarse porque “el matrimonio es para siempre.”

Por la michoacana Margarita, abandonada en la misma iglesia cuando el novio salió corriendo para subirse a la camioneta de un tío migrante, que llegó a la boda cargado de regalos y que el amante robó para huir juntos.

Por todas las Mónicas Lewinsky usadas como ansiolíticos, por hombres poderosos.

Por Natasha, mi amiga siberiana que salió de Rusia para casarse en San Pedro Sula con un hondureño, que a los tres días de la boda regresó con la novia local y le rompió los huesos por no aceptar un matrimonio tripartita.

Por las que sufren crisis de pánico, desbordadas por situaciones a las que no ven salida.

Por las menospreciadas a diario y que no se atreven a separarse «por los hijos.»

Por las que trabajan sufriendo acoso y recibiendo menos paga que los hombres.

Por las indígenas maltratadas por oponerse al Tren Maya y a la tontera presidencial, de “sembrar vida” destruyendo la selva y sus árboles centenarios, para plantar frágiles arbustos que se secan a las primeras de cambio.

Por esa reportera para la que un amlover pidió un balazo; y que como respuesta a su petición de justicia recibió del presidente, un «es mejor que se reconcilien, se abracen y se porten bien”.

Marché con decenas de mujeres de Cuautla. enojadas porque Morelos ocupa el segundo lugar nacional en feminicidios, cien en 2019; y despreciando a los machistas que nos hicieron sufrir.

Y paré, acompañada espiritualmente por los hombres amorosos, solidarios y sensibles que, empezando por Matías, hicieron de una o de otra forma, más entretenido, sabio y feliz, mi camino.

 

Autor

Teresa Gurza