LOS CABALLEROS

Elegante y provocativa para los tiempos que corren, con un reparto de lujo y un estilo a la antigua que mezcla juegos metafílmicos, este nuevo filme de Guy Ritchie lo reposiciona como un director que se arriesga, con una impecable capacidad para lograr tensión a partir de un guion inteligente y sarcástico. Una película que no debe perderse ningún amante del cine porque apela a la inteligencia del espectador. 

He aquí un pequeño gran suceso: un filme realizado a la antigua, donde lo que importa es la capacidad histriónica de sus actores (brillantes cada uno en su estilo), la inteligencia de un guion que parece montaña rusa de emocionantes giros argumentales por encima de efectismos innecesarios.

“Los caballeros” (The gentlemen, 2020) fue realizada con presupuesto acotado, tiene poca acción física y los espectadores deben estar más que atentos para no perderse los vaivenes de un argumento deliciosamente enredado que le confiere personalidad y encanto a una película que deja de lado la violencia gratuita y confía en la capacidad del diálogo chispeante, ingenioso y mordaz, donde todos los protagonistas y antagonistas tienen momentos de especial lucimiento. Y lo mejor: el filme lanza dardos racistas y machistas, a contrapelo con los tiempos que vivimos y ese atrevimiento le confiere un plus especial, porque aunque algunas personas puedan sentirse ligeramente molestas, el realizador Guy Ritchie no se inmuta y arremete contra lo establecido. Y eso es uno de sus puntos fuertes.

“Los Caballeros” es una cinta elegante, de personajes que hablan mucho, con exquisito acento inglés, que se mueven y actúan de manera extravagante, con un reparto de lujo encabezado por Matthew McConaughey, Charlie Hunnam, Jeremy Strong, Colin Farrell, Henry Golding y un Hugh Grant en estado de gracia, que da vida a un perverso y ambiguo individuo, con un estilo de hablar y de moverse que exagera justamente lo que ha sido su estilo propio.

Cada actuación es un lujo, un encanto absoluto, donde unos hablan de leones y reyes, otros defienden a rateros adolescentes con tono paternalista, mientras que Grant se solaza lanzando frases con una voz engolada, movimientos felinos y una ambigüedad que todos celebran.

Algunos espectadores seguramente dirán que a la cinta le falta acción física y le sobra machismo y estereotipos raciales (de hecho, aparece solo una mujer que se las trae y hay asesinos latinos, orientales y negros), pero la película no se toma a sí misma en serio, por lo que debe ser disfrutada sin mayores complejos. No obstante la acción física es escasa, cada vez que el director suelta el ritmo genera secuencias notables.

Lo mejor es que esta película nos devuelve a Guy Ritchie en su salsa: el cine de gánsteres y de personajes extravagantes que están presentes en su muy estimable filmografía, con filmes como “Lock & Stock” o “Snatch: Cerdos y Diamantes”. Un cine que se había perdido un poco cuando entró a las ligas mayores de Hollywood y se encargó de películas meramente comerciales: “Sherlock Holmes”, “Rey Arturo: La Leyenda de Excalibur” o “Aladdin”.

El filme cuenta la historia de Mickey Pearson, un expatriado estadounidense (Matthew McConaughey), un tipo elegante que se hizo rico en Londres con el imperio de la marihuana, quien después de muchos años y habiendo consolidado una reputación en el mundo criminal, decide retirarse. Esto significa que mientras él busca un digno sucesor, otros mafiosos de todos los estilos tratan de apoderarse de su negocio, sabiendo que es una mina de oro.

Así, la película empieza como una muy clásica historia de mafiosos ingleses, con personajes imposibles de olvidar y que sostienen gran parte del entarimado de la narración de 113 minutos, en donde el realizador Guy Ritchie nos entrega una pieza plena de humor negro, diálogos canallas y con muchísimas referencias al cine clásico que un espectador cinéfilo de corazón se lo agradecerá.

“Los Caballeros” parte con un plano genial y va entregando pistas, utilizando un ritmo lento pero pleno de intensidad, que le sirve para presentar a la gran cantidad de personajes que obligan a estar más que atentos a los espectadores que, si se descuida, puede quedar perdido en una cantidad impresionante de datos, giros, descubrimientos y relaciones entre cada uno de los seres que pueblan este filme.

Dividida claramente en tres actos (al mejor estilo inglés tradicional), el segundo nos entrega todas las claves, las respuestas y redondea una historia que a ratos parecía exagerada y en desorden, con un hilarante juego entre Hugh Grant y Charlie Hunnam.

Es cierto que a medida que avanza el metraje, “Los Caballeros” se hace mucho más compleja y tiene los giros argumentales tan enrevesados que se debe estar muy atento para no perderse con una gran cantidad de información y secuencias que son delirantes, extrañas y sarcásticas, típicas por lo demás del estilo visual que siempre ha entregado Ritchie.

Esta película destila amor por el cine, en especial por el del género gangsteril, con larga tradición en Inglaterra y aunque a ratos el final se puede predecir, el cómo llegamos a ese final, la manera en que se redondean las acciones y el humor inteligente y flemático inglés nos resultan un bocado, sobre todo cuando Guy Ritchie nos proporciona deleite con planos en los que “explica” el lenguaje del cine, la manera en que se usan los encuadres y el porqué de las reacciones de los personajes, acorde a un guion previamente estudiado.

Este gran filme está muy bien realizado, juega incluso con el lenguaje fílmico de manera notable (al comienzo, incluso detienen la película, muestran la cámara y se ríen de los diálogos del guion) y el director conoce sus límites, sacando sus mejores instantes jugando solo con los diálogos, lo que siempre es reconfortante en estos tiempos donde solo predominan efectos digitales y montaje acelerado.

“Los caballeros” es un largometraje entretenido a rabiar, pero ojo que se trata de una entretención para espectadores atentos, que saben disfrutar de sutilezas, de diálogos filosos y de momentos donde hasta un gesto adquiere explosiva importancia y sobre todo, cuando los espectadores descubren actuaciones fascinantes, realizada con un estilo que es deliberadamente old fashion, demostrando una vez más el discreto encanto del cine inglés.