EL HOMBRE INVISIBLE

Nueva versión del clásico de H.G. Wells, que se ve favorecida por tres factores importantes: la cinta mantiene la adecuada tensión, tiene un guion a la altura y los protagonistas parecen los adecuados para una película que resulta entretenida y siempre bendecida por los efectos especiales.

La tensa relación entre Cecilia (Elisabeth Moss), una arquitecta que bordea los 30 años y su novio Griffin, un millonario óptico de fama internacional (Oliver Jackson-Cohen), que es en verdad un tipo abusador que la acosa de manera enfermiza. Cansada de esta situación, decide escapar, apoyada por su hermana y se va a refugiar a la casa de un amigo policía afroamericano.

Un día recibe la noticia del suicidio de su novio abusador, quien le ha dejado una suma considerable como herencia, con ciertas extrañas cláusulas. Lo que parece el fin de una pesadilla, es en verdad el comienzo de otra peor: la mujer está convencida que el siniestro personaje sigue vivo, aunque de manera invisible, situación que lógicamente nadie comparte, haciendo que todos duden de su integridad psicológica.

Si bien no alcanza la cuota de delirio que este tema ameritaba, el filme mantiene en todo instante una tensión creciente, siendo una de las mejores apuestas de la cartelera actual en materia de entretención sin complejos.

Hay, por cierto, ciertos ripios narrativos que impide al filme elevarse por sobre el promedio. Por ejemplo, los temas psicológicos huelen a situación algo forzada (¿se acuerda alguien de “Instinto Básico”?) porque son demasiado evidentes y no logran la profundidad que se requería.

El director Leigh Whannell no alcanza a meterse en honduras, que habrían sido fascinantes, siguiendo la ruta de lo habitual, aunque no por ello menos entretenida.

Quien ayuda a mantener el nivel creciente de tensión es la actriz Elisabeth Moss, la que aporta gestos, miradas y movimientos siempre nerviosos, que logran contagiar a los espectadores con el drama que vive: nadie le cree la historia de que su novio psicópata está vivo, para colmo invisible y la sigue acechando de manera macabra.

De este modo, en “El hombre invisible”, el director Whannell demuestra ser un virtuoso en el manejo de los espacios y los ritmos de la acción al tiempo que su libreto alcanza la adecuada fuerza emocional, directamente extraída de la potencia del concepto manejado y la metáfora que vertebra la película y que en 1933 ya había explotado el notable creador James Whale, sacando lo mejor de la novela de H. G. Wells.

Si bien el filme se llama “El hombre invisible”, la protagonista en verdad es la ex novia del óptico millonario que se ha vuelto invisible, acechándola y haciéndole la vida imposible, la que lentamente se va derrumbando psicológicamente porque no solo nadie le cree, sino porque los tormentos del pasado siguen sucediéndose.

Lo mejor del filme es que se va volviendo una película claustrofóbica, violentísima, y se suma a una larga tradición cinematográfica en la que el personaje central ha ido mutando, de forma esporádica, de tal manera que refleja el mal, la mezquindad y el abuso  que, curiosamente, sigue siendo de un poder de índole inequívocamente masculina.

Esta trama ya ha tenido otras versiones, además de la inicial de James Whale, alguna vez trabajó la misma fuente de inspiración el director Paul Verhoeven. La diferencia de este filme de 2020 es que Whannell optó por poner en primer plano la banalidad de ese mal y confiriendo el protagonismo a la víctima, lo que le permite conducir su película hacia un desenlace agresivo y lógicamente alineado con los tiempos que se viven y los discursos que se mantienen.

Teniendo en cuenta sus limitaciones y sus aciertos, el filme es más de lo esperado, permite un buen par de horas de tensión que no ceden y asegura el entretenimiento para los que conciben el cine como un espectáculo más que como un vehículo para la reflexión.