EL MESÓN DE SAN ANTONIO

Salud Pública… cuánta falta nos haces

Cuando hablamos de salud pública, ¿qué queremos decir? ¿Es importante tener un concepto de salud pública? ¿Cómo estamos en salud los mexicanos, los coahuilenses?

La historia de salud pública en México tiene muchas imágenes, dolores, dramas y angustias que limitaron la vida de muchos mexicanos en sus distintas épocas.

Ahora que hago una revisión genealógica, voy encontrando en las defunciones sorpresas entre los familiares muertos, ya que unos perecieron de empacho, de un dolor en el costado, de hepatitis crónica, de tos, de anemia, dolores estomacales. En términos generales algunos males no deberían haber constituido un mal terminal, sólo que los servicios de salud eran precarios e infortunados.

El médico se usaba ya para cuando el mal era mayor. Pero siempre existía una farmacia que tenía un buen farmacéutico o boticario que daba algo para el mal descrito. Algunos farmacéuticos se hacían famosos por recetar con acierto lo manifestado en los malestares.

En mi pueblo el Doctor Bonilla siempre tenía atiborrado el consultorio, de personas que inclusive amanecían esperando las palabras de consuelo, bienestar y alivio que les proporcionaba el galeno.

Venían de todos los ranchos y en todos los medios de transporte disponibles de la época: caminando, en burro, a caballo, en carretones y hasta en automóvil y camionetas, que seguramente hacían de ambulancia colectiva para que el médico reparara a los que iban a bordo.

En muchas ocasiones yo mismo fui un medio para comprar algún medicamento a las personas que se arremolinaban afuera de la botica como abejas extraviadas en su panal, y me pasaban un papel con el nombre de la medicina que querían, ya que preferían no a ingresar al establecimiento que expelía un fuerte olor a formol o cloro porque eso les imponía respeto.

En otras ocasiones los familiares del enfermo iban a explicar, de manera más bien confusa, cuál era el mal a curar, y el boticario se las arreglaba para entenderles. Ya cuando la enfermedad era más grave lo llevaban a la Cruz Roja para ser atendido de manera más formal, y ya cuando de plano el enfermo estaba “más pa’lla que pa’cá”, lo mandaban al hospital, pero esas ya eran palabras mayores porque en mi pueblo sólo había un hospital que hacía cirugías más que otra cosa, y tenía un área chiquita pero especializada que era para Urgencias (así, con mayúsculas, porque nadie quería caer ahí).

Siempre que había algún “evento”, como un accidente en carretera, algún apuñalado en el mercado o un baleado en la ciudad, muchos niños corríamos para ver llegar al protagonista de esa urgencia; usted lo intuye muy bien estimado lector: el chisme llegaba más rápido que los servicios médicos.

Ir a hospitales privados  en ciudades vecinas más grandes, era la opción más segura pero también la más  extrema. Quien se encaminaba a buscar a esos médicos milagrosos en ciudades vecinas eran personas levitando con la suerte y, usted lo supuso bien, ricas o pudientes.

En la región teníamos una especie de servicio militar privado de salud. Resulta que el 16 Regimiento de Caballería tenía su destacamento en Silao y con ellos venían algunos médicos que, terminada su faena, ofrecían consulta a la población abierta, eso era la gran cosa pues los ciudadanos del pueblo nos apoyábamos (y bien) en este servicio.

Quizá convenga a la Cuarta Transformación buscar en los médicos militares y en su sistema de salud, un apoyo extra para la población de México.

La preocupación por la salud y la higiene en nuestro país aumentó de 1917 para acá. De 1927 a 1929 hubo más de treinta defunciones por mil habitantes: la mortalidad infantil, el paludismo y la uncinariasis (la anemia causada por gusanos que penetraban los pies descalzos) fueron algunos de los culpables. Se tuvieron intensas campañas para las enfermedades venéreas, se prohibió la canción de “la borrachita” para combatir el alcoholismo (sí, así de grave era), se establecieron delegaciones sanitarias, y el país entró en un histórico control de enfermedades, sobre todo con aquella pegajosa melodía de “más vale prevenir que lamentar”.

Sin embargo, ahora que tenemos que responder con un sistema de salud fortalecido y que este servicio lo puedan tener la totalidad de los mexicanos, encontramos una dificultad en la manera en el que el servicio debe ser proporcionado por el Estado mexicano.

Ciertamente el interés económico creció, ahora se manejan miles de millones de pesos y  una infraestructura impresionante: ninguna entidad estatal puede ser más grande que la totalidad de los servicios de salud. Este mismo gran aparato maneja desde hace tiempo graves problemas de honestidad, pero aunque es cierto que hubo despilfarros, ahora hay insensibilidades. Se tuvieron opulencias y ahora se necesitan mentes brillantes que hagan una revolución en el campo de la salud en México. Problemas que nos atañen por más que queramos esquivarlos.

Estimado lector; desde el primer día de 2020 comenzó a funcionar el Instituto de Salud para el Bienestar, Insabi, que sustituye al Seguro Popular, pero ¿usted sabe qué es, cómo funciona, cómo puede afiliarse, a dónde tiene que acudir si lo necesita, qué servicios cubre, cuáles son los precios, si los medicamentos cuestan, etc.? Creo que desde ahí empieza nuestro mal mayor: la falta de información en un tema tan esencial como es la salud.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo