HISTORIAS DE SALTILLO A TRAVÉS DE SUS PERSONAJES, SUS ANÉCDOTAS Y SUS LUGARES

Manuel Acuña

En alguna ocasión cuando estudiaba en París, un compañero me preguntó quién era importante en las letras en la ciudad de Saltillo, le dije que eran contados, entre ellos Manuel Acuña. Me respondió: “¡ah sí! El que se suicidó por Rosario”. Y la verdad es que Acuña ha sido mal leído y los que lo recuerdan lo hacen sólo por el poema de Nocturno dedicado a Rosario de la Peña, envolviéndolo en un mito y olvidando toda su obra. Un gran escritor mexicano, José Emilio Pacheco, escribió: “el cianuro fue también la tinta con que la posteridad leyó a Acuña y a su Nocturno. El suicidio lo envolvió en un mito de amor romántico que oscurece sus demás versos”.

Manuel Acuña Narro nació en la ciudad de Saltillo en 1849 y desde muy joven se interesó por las letras. Viajó a la capital del país en 1868 en un contexto de derrota del imperio de Maximiliano. Estudió en el Colegio de san Ildefonso y en la Escuela de Medicina y fue marcado por el espíritu de su época: fue liberal, positivista y ateo. Sus poemas llevan su impronta personal y realizan una crítica a su sociedad. Fue tan atrevido y tan certero que el mismo Ignacio Ramírez “Nigromante” lo comparo nada más con Goethe y con Byron, a ese nivel se encontraba el saltillense según Ramírez. Su poema de 1869 titulado La Ramera es una denuncia a la sociedad machista que maltrataba a las prostitutas: “tú que diciendo hermano escupes al mendigo” dice Acuña, “¡escúpele también…! ¡anda! ¡no importa / que tú hayas sido quien la hundió en el crimen / que tú hayas sido quien mató su creencia!”, y esto lo escribió con apenas 20 años.

Sus versos no sólo denuncian las injusticias vertidas contra la mujer, sino que también admiran su inteligencia. Un poema escrito en 1872, dedicado a Laura Méndez también poeta, relatan el apoyo que tenía a la intelectualidad de la mujer en pleno siglo XIX: “Sí Laura… que tu espíritu despierte / para cumplir con su misión sublime / y que hallemos en ti a la mujer fuerte / que del oscurantismo se redime”. El poema se titula A Laura que por cierto tuvo un amorío con Acuña que dio nacimiento a un hijo.

Los versos escritos en 5 de Mayo de 1873, demuestran el patriotismo de Acuña y su posición liberal. Recordemos que la identidad mexicana se forjó finalmente en el contexto de la guerra contra la Francia de Napoleón III, episodio que dio muchas personas ilustres en nuestro país (Juan Antonio de la Fuente incluido, otro saltillense). No es de extrañar que Acuña haya abrazado estas ideas: “morir por ti, patria mía / primero que verte esclava”.

Algunos de los versos más revolucionarios e interesantes de Acuña tratan el tema de la muerte y de la existencia de Dios. Al ser estudiante de medicina, tuvo contacto con cadáveres y con el imaginario de la muerte. Su espíritu crítico sobre el tema lo llevó a escribir algunas líneas sobre ello. Ante un cadáver poema de 1872, es un terceto que describe el fin último del ser humano, la muerte, que lleva a una descomposición del cuerpo, a la mutación de la materia, no hay vida más allá de ella, no hay alma: “¡miseria y nada más!, dirán al verte / los que creen que el imperio de la vida / acaba donde empieza el de la muerte” y agrega más adelante “allí acaban los lazos terrenales / y mezclados el sabio y el idiota / se hunden en la región de los iguales”. En Al Cielo escrito en el mismo año, Acuña sostiene algo parecido: “los dos venimos enterrar el alma / bajo el sepulcro del escepticismo”. Un año después Acuña describe a la figura de Dios en su poema homónimo: “supremo y oscuro mito / hijo del miedo del hombre” y sentencia más adelante “¿por qué si en verdad existes / no existes en mi consciencia?”.

Sin duda alguna la poesía de Manuel Acuña era revolucionaria para su época al grado de ser llamado el más grande poeta de su generación. Incluso Justo Sierra declamó en su entierro “palmas, triunfos, laureles, dulce corona / de un porvenir feliz, todo en una hora / de soledad y hastío / cambiaste por el triste / derecho de morir hermano mío”. Acuña se quita la vida el 6 de diciembre de 1873 a la edad de 24 años, bebiendo cianuro en su habitación en la Escuela de Medicina. Se ha dicho que fue por los desaires que le otorgó Rosario de la Peña, envolviendo al poeta en un mito. Lo cierto es que Acuña padecía de una enfermedad muscular, la ataxia, además que su situación económica no lo favorecía y menos con un hijo a cuestas. Otro gran poeta y amigo íntimo de Acuña, Juan de Dios Peza, escribe un prólogo a la obra del saltillense en 1897: “su trágica muerte es el resultado de un extravío cerebral: nadie aparece como causa de ella y son consejas triviales los que corren en boca del vulgo”. Por contrario que parezca, su último poema no fue el Nocturno, ya que después de él Acuña llegó a escribir algunos otros. Sus Hojas secas de 1873, por ejemplo, es una maravilla para cualquiera que lo lea. Escrito cerca de su muerte, tal vez haga referencia al libro Les feuilles d’automne de Victor Hugo, libro por cierto que leía junto con Juan de Dios Peza y que comentaron en su último paseo por la alameda de la Ciudad de México; o tal vez se trate de una metáfora de su muerte y la caída de las hojas. Actualmente Acuña reposa en la Rotonda de los coahuilenses ilustres en el panteón de Santiago en Saltillo.

Del Nocturno de 1873: “Esa era mi esperanza… / mas ya que a sus fulgores / se opone el hondo abismo / que existe entre los dos, / ¡Adiós por la vez última / amor de mis amores / la luz de mis tinieblas / la esencia de mis flores / mi lira de poeta / mi juventud, adiós!”.