CRÓNICAS TURÍSTICAS  

La magia de una enorme piedra: Peña de Bernal, Querétaro

La inmensidad de las cosas comúnmente se mide en el tamaño o peso que representan, pero en la naturaleza, las cosas son diferentes, las dimensiones importan, pero su representación social y simbólica, dice mucho más. En la naturaleza, una piedra, por pequeña que sea tiene su encanto, sus colores pueden cautivar al más sobrio de los geólogos y al más exigente de los joyeros. Una piedra giganta, un monolito, tiene sus peculiaridades, que concentran en su entorno a tan variadas personalidades, tal como sucede con la “Peña de Bernal”.

Un monolito que alcanza los 2 mil 510 metros de altura se formó a partir de una erupción, cuya lava del interior se volvió sólida y con el paso de los años se fue erosionando hasta convertirse en la inmensa roca que hoy en día podemos disfrutar.

Llegar ahí es muy fácil, desde la Ciudad de México son 235 kilómetros que se recorren fácil en una ruta muy sencilla, que se transita en poco más de 3 horas 15 minutos.

El trayecto se debe hacer agradable, no es tan lejano el destino, sin embargo, tres horas es un tiempo considerable. La música esta ocasión comienza con el clásico “No me importa el dinero” de los Auténticos Decadentes y Julieta Venegas, que nos activa los deseos de cantar; pero solo es el principio, porque pasamos por varios géneros musicales, desde el son cubano hasta música popular brasileña, para concluir con el categórico “Paloma querida” del maestro José Alfredo Jiménez.

Los kilómetros de carretera se quedaron en el olvido al abrir la puerta del auto, pues el destino nos recibe con una ráfaga de viento helado cargada de cordialidad, que exige retomar las chamarras y abrigarnos un poco más de lo que pensábamos. Playera, camisa, suéter y chamarra son mi armadura y mi esposita bella también se ve abrigada con su blusa, y abrigo negro.

Un atole de galleta que venden en la acera frente al estacionamiento donde parqueamos el auto nos invita a mitigar el clima. Vaporoso y calentito, el atole – bebida de origen prehispánico, que se prepara con fécula de maíz y en este caso galleta-, ayuda mucho a equilibrar la temperatura del cuerpo, para emprender la caminata por la ciudad.

Es temprano y el camino provocó hambre en los dos. Junto con Karina buscamos un lugar donde podamos paladear un desayuno verdaderamente queretano: unas gorditas rellenas o unas enchiladas de la región, muy famosas y socorridas por esta zona del país, acompañadas con un café de olla o una agüita de fruta.

La comida siempre transforma a los individuos. Cuando parece que desfallecemos la comida nos levanta, nos llena de energía, cuando estamos tristes, nos saca una sonrisa, cuando planeamos una noche sensual, nos sirve de preludio… en Bernal, nos impulsa a conocer sus hermosos callejones, sus calles inclinadas y a su maravillosa gente.

Los aromas son descriptivos, por todos lados huele a comida, a pan, a cajeta (dulce de leche), a café, a caldos de todos tipos, pero como dice el dicho “barriga llena, corazón contento” y justo así, avanzamos por Bernal, contentos y entusiastas.

La Casa Museo del Dulce, es nuestra primera parada. Conocida a nivel local como los dulces Bernal, se trata de una fabriquita familiar donde producen suculentos manjares azucarados que son considerados tradicionales, pues la mayoría de los habitantes de la ciudad los comían desde pequeños, según nos cuenta la vendedora para incitarnos a consumir el mayor número de productos. No está muy alejada de la realidad, pues necesitamos bastantes para llevar a la familia, sobre todo a los niños que la integran.

Ubicado en la calle Benito Juárez, en el centro de la ciudad, la casona donde se sitúa este monumento a la cajeta y sus derivados, está construida en un estilo ecléctico, muy similar el de prácticamente toda la región, salvo por la ciudad de Tequisquiapan, donde reina el uso de cúpulas en la mayoría de las edificaciones.

Caminamos por el Centro de la ciudad y encontramos un buen número de comercios callejeros, que según nos cuentan, son la gala de las calles los fines de semana. Ahí se puede encontrar prácticamente de todo. Un reloj de bolsillo llama mi atención, pero sigo buscando una imagen que lo haga especial.

El andar por el centro, nos lleva hasta un pequeño bar ambulante, que prepara unas piñas coladas muy buenas y decidimos beber una, para fortalecer el espíritu y comenzar el ascenso rumbo a la peña.

Llegamos a la base de unos pintorescos transportes, que en mi pueblo se conocen como turibuses y que permiten al turista apreciar una visión romántica del lugar donde funcionan. El guía comienza por contar historias o leyendas de los espacios que vamos visitando, haciéndonos apreciar cada kilómetro de la ciudad y permitiéndonos tomar fotografías desde puntos clave.

Llegamos a la base de la peña y el reto es subir, llegar a la cima, pero el reto se quedará para otra ocasión, porque ya está oscureciendo y hemos decidido volver para comer algo y recuperar energías.

Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y le dejo mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com

Autor

Héctor Trejo
Periodista, escritor y catedrático. Lic. en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM y actualmente maestrante en Comunicación por la UACH.
Titular de columna "Cinematógrafo 04". Imparto Taller de Micrometrajes Documentales, así como el Diplomado en Cine y Cultura Popular Mexicana.
Ganador del premio a la investigación Ana María Agüero Melnyczuk 2016, que otorga la Editorial argentina Limaclara
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