EL MESÓN DE SAN ANTONIO

Sin bolsa no hay propina

El daño es catastrófico e irreversible: la cantidad y toxicidad de la basura que hemos generado durante los últimos años ha causado la extinción de un cientos de especies, de sus hábitats; ha contaminado de una manera inimaginable los ríos y los mares, el agua y la comida que nosotros mismos consumimos, y ha incrementado el calentamiento global a pasos exageradamente peligrosos.

Ya nos habían advertido desde hace varias décadas pero no quisimos hacer caso, ahora, ya no es opcional: es necesario reducir nuestros hábitos de consumo, reutilizar los materiales y reciclar la basura.

El primer gran paso ha sido prohibir el uso de las bolsas de plástico de un solo uso, ya que de acuerdo con la ONU, cada año se utilizan 5 billones en el mundo, equivalentes a 10 millones de bolsas por minuto. Tan sólo en México, usamos 7 mil 300 millones anualmente de las cuales menos del 1% se reciclan; y en Coahuila, generamos al año alrededor de 32 mil 530 toneladas de plástico. El año pasado se hicieron reformas a la Ley de Equilibrio Ecológico y Protección del Ambiente de Coahuila, por lo que a partir de este 2020 se eliminaron las bolsas para fines de envoltura, transportación, carga o traslado de alimentos y bebidas.

No cabe duda de que la prohibición será benéfica para nuestro pobre planeta, pero quizá no lo sea tanto para muchas de las personas que aquí habitan: me refiero a los adultos mayores que han encontrado en la actividad de “cerillitos” una entrada extra de dinero.

En lo personal, nunca me ha parecido una tarea noble, al contrario, me parece deleznable que niños y ancianos se vean en la necesidad de realizar un trabajo que, de entrada, debería ser remunerado por parte del centro comercial.

Hace varios años los “cerillitos” eran exclusivamente niños de unos 10 o 12 años de edad que empacaban las compras y las subían a los coches. De hecho, la primera vez que vi a una niña realizar esta labor me sorprendí mucho, lo consideraba de varones por la fuerza física que implica. Así que el asombro fue mayor cuando se puso “de moda” que los adultos mayores hicieran estas diligencias.

“Es para que se sientan útiles”, afirmaban algunos políticos y empresarios al justificar que personas mayores de 65 años estuvieran expuestas a la explotación, al cansancio, a las inclemencias del tiempo, al peligro, a la injusticia que significa que después de una vida de trabajo, tengan que seguir “siendo útiles” porque la pensión no les alcanza para vivir bien.

Los adultos mayores fueron sustituyendo a los niños empacadores en la mayoría de las tiendas, aunque en algunos casos, siguen turnándose a la clientela, así que hacen una fila larga esperando que les toque su turno. Pero hay clientes que prefieren la fuerza y agilidad de la juventud, así que sin más le dicen al adulto, “mejor que me ayude él”; y también están los otros que “no traen nada de monedas” y se dan por bien servidos al permitir que les empaquen todo el mandado.

Lo que más de indigna de esta situación, estimado lector, es que los supermercados han lucrado a tal grado con la necesidad de los adultos mayores que incluso les solicitan trabajos por los que deberían pagarles un sueldo formal: revisar el precio de una mercancía, mandar traer un producto, buscar al gerente, acomodar los carritos del estacionamiento, y entonces, no sólo se ahorran una vacante, sino que hacen que el pobre abuelito se pierda la posibilidad de una propina para ir a hacer un favor que, de antemano es una orden porque si no, no los dejan “trabajar” ahí. Es una vergüenza.

Y como si la situación no fuera lo suficientemente terrible, los adultos mayores se enfrentan ahora a la falta de bolsas, su principal herramienta de trabajo, ¿qué harán ahora para poder ganarse la propina?

Yo quiero pensar que la comprensión de los ciudadanos es mayor a la avaricia de los supermercados, y que les seguirán remunerando el trabajo que implica seguir laborando en la edad en la que deberían de dedicarse a descansar.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo