EL MESÓN DE SAN ANTONIO

La otra revolución… ¡la de la escuela! 

Desde hace mucho tiempo, desde antes de que naciera (que ya juntándolos todos sí se hacen unos cuantos años), el Día de la Revolución Mexicana se celebraba con cierto fasto. Era en mi niñez un evento de grandes proporciones, tanto a nivel local como estatal y nacional.

En aquella época que estoy evocando, el “Anivdelarev” era un evento festivo-deportivo, lejos del uniforme de gala que teníamos que portar ceremoniosos el 16 de septiembre, donde todo era solemnidad y cadencia al ritmo de la marcha militar y las cornetas acompañadas de clarines y las órdenes de ¡paaaasoooo redobladoooo… ya!, y ahí íbamos todos marchando bien alineaditos al mismo paso, todos sudorosos por el quepí que nos llegaba hasta los ojos y el saco que era insoportable para el calor, por eso nunca faltaban los desmayados, y las mamás tenían que andarnos correteando con una naranja o un limón para que no nos bajara la presión, porque como a todos se nos pasaba desayunar, a la mitad de la ceremonia ya estaban los desvanecidos y las maestras corrían por el alcohol y los primeros auxilios y el chorro en la nuca para despabilarnos y volver en sí y nuestros papás nada que aparecían y la multitud que nos sofocaba pero eso sí, teníamos que seguir bien derechitos porque si no sin recreo una semana…

Creo que me perdí un poco del tema, estimado lector.

En fin, volviendo al 20 de Noviembre, ese desfile sí me gustaba porque era deportivo y desde días antes preparábamos las tablas gimnásticas con las que íbamos a impresionar a nuestros papás: simulábamos pesas con los palos de madera pintados de verde, blanco y rojo y hacíamos flexiones de afuera hacia adentro al ritmo de la Marcha de Zacatecas (y estoy muy seguro estimado lector, que la melodía sonó en su cabeza apenas leyó su nombre). El movimiento de arriba, abajo, izquierda derecha, adentro, afuera lo repetíamos durante todo el trayecto –que no era poco, eran más de 20 cuadras-, mientras otros lanzaban aros y hacían rutinas de gimnasia –o eso decían los maestros- con una sonrisa permanente en la cara que les entumía las mejillas.

A todos nos gustaba la idea de desfilar para no recibir clases “normales”, pero quienes sin duda lo disfrutaban más eran los maestros de educación física, quienes mostraban todo su ingenio y creatividad al inventar pasos y rutinas vistosas, y de ellas, las más famosas y vitoreadas eran las incomparables pirámides. Híjole, esas sí que eran un reto, tanto para los que servían de base como para los que se tambaleaban sobre las espaldas de los otros. El que iba arriba, como corona navideña, siempre era el más chaparrito y flaco para que no le pesara tanto a los demás, y resulta que ese chaparrito y flaco era yo, que tenía que pararme derechito en lo alto de la pirámide –que a esa edad siente uno que está sobre la mismísima pirámide de Guiza por lo alto e inestable-. Todo iba bien hasta que a alguien lo vencía el peso o la falta de desayuno o una piedrita se le enterraba en la mano, y abajo la pirámide y los sueños del entrenador de ser alabado por sus compañeros, y otra vez, a montarla de nuevo pero ahora sí bien y que dure más de un minuto en pie.

Sudorosos, cansados, sin agua, con el estómago vacío, hacíamos las mentadas pirámides y las tablas gimnásticas hasta que la reina de la feria y los charros del pueblo cerraban el desfile con su ropa de adelitas y revolucionarios. Una vez terminado el desfile regresábamos a casa de la misma manera como no habíamos ido: a pie, pero con la enorme diferencia de haber cumplido ya con el deber. Nos íbamos platicando y riendo de los que se había caído, de los que se equivocaron, de los que se desmayaron.

Por eso me sigue gustando el desfile del 20 de Noviembre, por el colorido, las risas, las suertes, las rutinas, las bandas de guerra. Aunque he de confesar que me resultó extraño que el presidente de la República anunciara que se celebraría con bombo y platillo ésta a la que él llama la Tercera Transformación. Y que si “Petra”, la locomotora revolucionaria, y que si más de mil personajes disfrazados, y que si el cuadro viviente de Diego Rivera y que si los militares ecuestres, y que si media Ciudad de México colapsada… esperemos a leer las impresiones de los capitalinos por tan fastuosa ceremonia.

Y usted, estimado lector, ¿cómo vivió el desfile revolucionario este miércoles?

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo