CRÓNICAS TURÍSTICAS

Cuernavaca, la ciudad de descanso de Hernán Cortés y las paletas de hielo

La Ciudad de la eterna primavera, así le llaman quienes han sido deslumbrados por su belleza, la ciudad que eligió Hernán Cortés para vacacionar, donde construyó un reforzado palacio, que empleaba como casa de descanso. Exactamente me refiero a Cuernavaca, en el estado de Morelos.

La naturaleza que decora de forma tan espectacular esta parte del país. El clima es delicioso, con un calorcito cordial, que tiene leves destellos de humedad, una temperatura que en otros lados envidiaríamos y que no le pide nada a ningún lugar de costa.

Para los habitantes de la Ciudad de México, es un paraíso muy cercano, a una hora y media de distancia –quizás un poco más por el tráfico del Sur de la Ciudad-, tiempo aproximado en que se recorren poco menos de 90 kilómetros. Para salir de la Ciudad de México, hay que subir a las alturas, pasar por el Colegio Militar, llegar a la caseta de Tlalpan, ahí comienza la diversión, así que al ritmo de son, a recorrer el camino.

El paisaje es boscoso, con temperaturas por debajo de lo acostumbrado en la CDMX, precisamente por la altura a la que se encuentra. El descenso es un poco abrupto y se debe conducir con cautela, pues la zona es tristemente célebre por la gran cantidad de accidentes que han tenido lugar ahí, muchos de ellos con desafortunadas pérdidas humanas.

La Pera, es una curva tremendamente cerrada, donde por la inercia del camino, el vehículo toma velocidad involuntaria y aunado a lo peligroso del giro, se vuelve un tramo carretero en el que se debe tener especial precaución, incluso me percato que Kary baja el volumen a la musiquita que escuchamos para dejarme concentrar, aunque no sea necesario.

Atravesar La Pera es pasar a otra dimensión, cambiarle de página al cuento. La vegetación es colorida, muchas flores, sobre todo en tonos rojizos. La temperatura ya es cálida, el sol levanta la manita con sus rayos dorados para marcarnos el camino y cual visitantes ilustres, nos pone una alfombra de luz muy agradable, sobre la senda que transitamos.

Casi por arte de magia, el paso de la peligrosa curva rompe el estrés. El volumen regresa a la radio y seguimos cantando -y hasta bailando-

A caballo vamos pal monte

A caballo vamos pal monte

Aunque nosotros vamos en automóvil y no precisamente ‘pal monte’, sino para el centro de la ciudad.

Nos hospedamos a unos metros del Zócalo de Cuernavaca. En la calle de Humboldt se encuentra nuestro hotel, que tiene tres grandes cualidades, es pequeño, tranquilo y nos brinda una gran atención, justo lo que esperábamos, pues caminaremos toda la tarde y queremos llegar a descansar.

Caminamos dos calles y llegamos sin mucho esfuerzo a la llamada Plaza de Armas de la Ciudad, donde no dudamos para pedir un heladito para regular nuestra temperatura, aunque las curiosidades nos llaman, tantos puestos, tanta vendimia, tantas cosas nos invitan a chacharear. No tenemos prisa, así que es un lujo que podemos darnos. Las pulseras de tela, los aretes de piedritas, las cruces de metal, figuritas de latón… bueno, hasta tlayudas en plena capital morelense.

La Catedral de Cuernavaca, nos queda a un par de calles y decidimos caminar un poco. Las recomendaciones de quienes ya la visitaron nos empujan a entrar. La primera impresión hace volar mi memoria a las imágenes de otros templos coloniales edificados por los indígenas, sobre todo de Oaxaca. La pintura es poco perceptible, pero está presente, es amplia, alta y con gran capacidad. Los decorados exteriores son clásicos de esa atapa histórica.

Salimos maravillados y como siempre, con ganas y energía para seguir conociendo. Ahora toca volver por donde veníamos, para entrar al Palacio de Cortés, aunque un pintoresco carrito de paletas de hielo detiene nuestro camino y no dudamos pedir una de esas paletitas caseras de limón, que incluso tienen gajitos y saben aciditas, nada mejor para seguir el camino.

El Palacio de Cortés es una construcción ruda, que rompe con el entorno. Destaca por su color de piedra y por lo sólida y tosca que aparenta ser, aunque entre más cerca está uno de su puerta principal, se van notando detalles ornamentales, que le quitan esa apariencia abrupta que tiene a lo lejos. Antes de entrar, es obligado hacer un escaneo visual para percatarnos que estamos entrando a una especie de castillo medieval.

Al interior, una construcción fresca, llena de detalles ornamentales, de implementos de la época de la colonia, de prendas, armaduras de soldados y de caballos, esculturas, vasijas, carretas, murales hermosos y hasta cañones de batalla. Todo eso nos permite imaginar cómo serían los periodos vacacionales de Hernán Cortés en Cuernavaca, cuando no había paletitas heladas de limón, ni hoteles a dos calles del Zócalo, con piscina climatizada y camastros.

Viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y le dejo mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com

Autor

Héctor Trejo
Periodista, escritor y catedrático. Lic. en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM y actualmente maestrante en Comunicación por la UACH.
Titular de columna "Cinematógrafo 04". Imparto Taller de Micrometrajes Documentales, así como el Diplomado en Cine y Cultura Popular Mexicana.
Ganador del premio a la investigación Ana María Agüero Melnyczuk 2016, que otorga la Editorial argentina Limaclara
Otros artículos del mismo autor
Artículo anteriorCAFÉ POLÍTICO
Artículo siguienteEN EL TINTERO
Periodista, escritor y catedrático. Lic. en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM y actualmente maestrante en Comunicación por la UACH. Titular de columna "Cinematógrafo 04". Imparto Taller de Micrometrajes Documentales, así como el Diplomado en Cine y Cultura Popular Mexicana. Ganador del premio a la investigación Ana María Agüero Melnyczuk 2016, que otorga la Editorial argentina Limaclara