PLAZA CÍVICA

China y México: el Estado y la democracia

“Estado” y ”democracia” son dos conceptos políticos fundamentales. Ambos están intrínsecamente ligados al “desarrollo”, esa palabra tan mencionada por las élites. En días recientes China inauguró un aeropuerto modernísimo, y en México fue imposible no compararlo con el medio difunto Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) y su pústula, Santa Lucía. Pero para comprender mejor tal disparidad de situaciones, resulta conveniente analizar dichos conceptos en el contexto chino y mexicano.

El atraso en el que hasta recientemente se encontraba China era una anormalidad histórica. El llamado Reino Medio es cuna de una de las primeras civilizaciones humanas, centro de importantes avances tecnológicos y antiguo eje de poder regional. Otra de las grandes cunas de civilización, Europa, experimentó en los últimos quinientos años el Renacimiento, la Ilustración y la Revolución Industrial, sobrepasando con creces a China y, de paso, humillándolo. Sin embargo, los chinos se están poniendo rápidamente al corriente haciendo uso de una larga tradición: el Estado.

Según el politólogo estadounidense Francis Fukuyama los chinos son los autores del primer Estado en el mundo, hace alrededor de 3,500 años. Para que haya Estado, nos dice, se necesitan cumplir al menos cinco características. Primero: una autoridad centralizada y jerarquizada. Segundo: esa autoridad debe estar respaldada por un poder legítimo que obligue a obedecer las reglas (legítimo porque hay consenso sobre el derecho del Estado de aplicar la fuerza). Tercero: se gobierna sobre un territorio delimitado. Cuarto: la sociedad es mucho más estratificada y jerarquizada (mientras que las tribus son igualitarias y toman decisiones por consenso, en los Estados surgen clases sociales y no hay consenso). Quinto: la religión se institucionaliza y es manejada por una clase sacerdotal (en sociedades tribales hay adoración a los antepasados y otras formas primitivas de culto).

El Estado chino y su despotismo ilustrado son autores del desarrollado material más impresionante de la historia humana. Sin embargo, carecen de una tradición particularmente Occidental: la democracia liberal. Y lo anterior no es cualquier cosa, ya que implica falta de derechos individuales, de contrapesos políticos, de centralidad de la ley y de rendición de cuentas.

México tiene una endeble tradición estatal y democrática. Por una parte, nuestra estatus como Virreinato/Colonia provocó el desarrollo de un Estado endeble, durante el S. XIX nos fue imposible avanzar debido a guerras intestinas, con el Porfiriato se prosperó significativamente aunque la Revolución Mexicana demolió esas mejoras, y durante los años de hegemonía priista hubo avances notables aunque no se consolidó una estructura estatal del todo: se recauda, pero poco; hay policías, enfermeras y doctores, pero pocos; hay servicios de inteligencia, jueces y magistrados, pero escasos, sin reglas claras para hacer carrera y politizados; etc. Por otra parte, nuestra herencia hispana trajo consigo la semilla de la democracia liberal, pero ante la falta de Estado a esta le ha sido difícil florecer: tenemos libertad de prensa, pero asesinan a periodistas; tenemos debido proceso, pero no hay justicia; hay ejercicio del voto, pero poca rendición de cuentas; etc.

China deja algo claro: el Estado es imprescindible para el desarrollo material, pero no la democracia liberal. Europa y los países asiáticos desarrollados dejan otra cosa clara: la democracia liberal surge orgánicamente si hay Estado y se cumplen ciertas condiciones económicas y sociales. Los países subdesarrollado nos indican algo más: la democracia liberal es frágil y se puede revertir si no hay Estado y se cumplen condiciones mínimas de bienestar.

El Estado mexicano está medianamente desarrollado, y eso es peligroso no solo por los temas de política pública (¡inseguridad!), sino porque inevitablemente afectará nuestra incipiente democracia. Y por ello el arribo del tono populista a la política mexicana, con su poca tolerancia a la democracia liberal… y la cancelación sin sentido y de manotazo del NAIM.

 

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Autor

Fernando Nùñez de la Garza Evia
Fernando Nùñez de la Garza Evia
Licenciado en derecho por la Universidad Iberoamericana (UIA). Maestro en estudios internacionales, y en administración pública y política pública, por el Tecnológico de Monterrey (ITESM). Ha publicado diversos artículos en Reforma y La Crónica de Hoy, y actualmente escribe una columna semanal en los principales diarios de distintos estados del país. Su trayectoria profesional se ha centrado en campañas políticas. Amante de la historia y fiel creyente en el debate público.
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