AVISO DE CURVA

 La 4T no debe fallarle al campo

Si tuvieras la oportunidad de conocer la comunidad de El Pilar de Richardson en el municipio coahuilense de General Cepeda, te darías cuenta de la precaria situación en la que viven las personas que habitan las pequeñas comunidades rurales de la zona desértica del norte del país.

Con menos de 400 habitantes, el ejido El Pilar de Richardson sintetiza la realidad social de las miles de micro comunidades encalladas en el desierto de México, que se extiende desde San Luis Potosí, Nuevo León, Coahuila, Durango, Zacatecas, Chihuahua y hasta Sonora, y cuya famélica situación simboliza el fracaso de la política de desarrollo rural de las últimas décadas.

Sequía, parcelas improductivas puestas en venta, solares en abandono, pequeñas casas de adobe habitadas por un par de abuelos que representan la última generación que morirá en el ejido, un riachuelo que se seca y el temporal que no llega, los jóvenes que se van, el negocio de la lechuguilla que no da para más, el frijol que no se dio y el becerro que falleció, el apoyo del gobierno que no llegó o la central campesina que se lo quedó, el representante del partido que entrega despensas con galletas caducadas, los niños que beben Coca Cola en biberón, la clínica que no existe o los misioneros que llegan en Semana Santa y se van, las ruinas de aquel pequeño invernadero que el gobierno instaló y, por si fuera poco, la autoridad municipal que no atiende y no resuelve las demandas de la exigua población.

Cualquier parecido con las comunidades desérticas no es coincidencia, es deliberado y real.

Es por ello que considero que, si en algo tiene prohibido improvisar y fallar la Cuarta Trasformación, es en el desarrollo de las pequeñas comunidades rurales del país, no sólo las situadas en la zona desértica, las cuales tienen sus particularidades y en donde la pobreza se siente más, sino en todas aquellas en donde la agricultura, la ganadería, el bosque, la minería o la pesca ya no son suficientes para garantizar el arraigo y mejores condiciones de vida para la población.

En este sentido, me preocupó que no fuera hasta que el aguerrido senador zacatecano por Morena, José Narro Céspedes, lanzara duras críticas en contra de la política de desarrollo rural federal, cuando el mismo presidente López Obrador reaccionó y se apresuró en anunciar una serie de programas para el desarrollo del campo.

Con amplia experiencia en temas agrarios, el senador Narro fue oportuno en señalar el desmelenamiento de los programas e instituciones constituidas históricamente para fomentar la producción primaria y atender las problemáticas del campo, junto al subejercicio de los recursos y la incursión de programas asistenciales que desplazan presupuestal y operativamente a los de fomento productivo.

Un tanto preocupados por los señalamientos, la autoridad federal cedió al senador la oportunidad de anunciar una reforma tendiente a resolver el añejo y complejo problema del financiamiento al sector primario, consistente en fusionar en una sola institución financiera a aquellos organismos pertenecientes al Gobierno Federal que actualmente ofrecen de forma desarticulada financiamiento, seguros y capitalización para el campo.

Programas, reformas o liquidaciones son bienvenidas siempre y cuando se trate de transformar la forma en que se apoya al campo. No obstante, inquieta a los productores y a los habitantes de las zonas rurales que se repita el pasado, ya que al parecer a los programas de fomento y de apoyo tan sólo se les cambió de nombre, y a las instituciones se les recortó el presupuesto, se liquidaron o fusionaron sin que ello signifique una verdadera transformación.

Después de describir las comodidades de la zona desértica del país que, como El Pilar de Richardson, han visto pasar distintas reformas, diferentes funcionarios y partidos y un sinfín de instituciones de apoyo, vale la pena preguntarse si alguien de los que diseñan las nuevas acciones y estrategias está verdaderamente pensando en estas comunidades o de nueva cuenta pasarán desapercibidas como en el pasado cuando la política de desarrollo rural se diseñó pensando en el sector agropecuario exportador y competitivo, apostando a que las pequeñas comunidades fueran absorbidas por la industrialización y la urbanización acelerada de las ciudades.

Lamentablemente está sucediendo. Es mentira que prevalezca la economía agrícola de subsistencia. El campo de temporal y la ganadería extensiva ya no dan para vivir. La mayoría de los ingresos de la población que habita en las pequeñas comunidades rurales, proviene del trabajo temporal o fijo en la ciudad o en los grandes ranchos agrícolas y ganaderos, otra parte procede de las remesas que reciben de los Estados Unidos, y el resto emana de auténticos milagros.

Si la Cuarta Transformación no atiende con inteligencia y eficacia el desarrollo de las comunidades desérticas del país, nadie lo hará. Primer aviso, Andrés.

 

olveraruben@hotmail.com