EL FABRICANTE DE BEST SELLERS, “DOCTOR SUEÑO” Y LA ESPERADA SECUELA DE “EL RESPLANDOR”

 

VÍCTOR BÓRQUEZ NÚÑEZ 

A punto se aparecer la versión cinematográfica del libro “Doctor Sueño” de Stephen King, una secuela de la notable película “El Resplandor”, filmada en 1980, es el momento propicio para referirnos a un fenómeno que, al menos, llama la atención: la cantidad impresionante de libros que ha escrito este autor, la manera en que produce un título tras otro y la fascinación que sigue ejerciendo sobre gran parte de generaciones de lectores que siguen comprando cada una de sus creaciones.

 La primera pregunta resulta obvio: ¿es un buen escritor King?

Si midiéramos la calidad por la cantidad de textos vendidos, sería uno de los escritores indispensables de la literatura mundial. Alguien, alguna vez, dijo que él no era un escritor sino una fábrica de best sellers, capaz de vender hasta las ideas más manidas y discutibles.

Algunos consideran que Stephen King es un maestro indiscutible del terror, otros simplemente lo consideran un hábil publicista disfrazado de creador que ha sido capaz de fabricar (el verbo es importante: fabricar y no crear en sentido estricto) best-sellers indiscutidos.

Su prosa no es brillante, ni siquiera es excepcional. Peor aún, cuando se le traduce pierde gran parte de la fuerza que en el original tienen sus palabras. No obstante, el autor de las novelas “El resplandor”, “Cementerio de animales” o “Carrie” -entre muchísimas otras- es un gran artesano, es decir, crea un modelo y lo replica ad infinitum con ciertas variaciones que, colaboradores mediante, resultan en una fórmula perfecta para vender.

Gracias al cine, muchas de sus obras literarias que habrían quedado en las estanterías, cobraron un peso más que significativo. El caso más paradigmático es lo sucedido con “El Resplandor”: la brillante puesta en imágenes que hizo de la novela el maestro Stanley Kubrick siempre fue repudiada por King.

Un filme perturbador y angustioso como pocos, es por lejos una joya no sólo del género terrorífico sino que además es una lección de cine en cada uno de sus notables planos que, incluso hoy, asombran en su tratamiento del color, montaje y efectos sonoros.

Tal vez, la calidad visual, sonora y las variaciones que hizo Kubrick del texto original no hicieron sino mejorar la idea y eso generó las iras de un autor acostumbrado a la docilidad de sus adaptadores. En otras palabras, Kubrick se echó literalmente al bolsillo los “consejos” de King y dio rienda suelta a sus particulares obsesiones, creando una película perfecta, que crece con los años y que en cada visionado entrega nuevas pistas (muchas de ellas empleando números) que no hacen sino aumentar la calidad del filme.

Algunos, los que idolatran a King, dicen que su literatura es el símil a una droga adictiva, en donde cada lector no puede dejar de pensar en qué sucederá en la página que viene.

Para tratar de dilucidar el tema propuesto hay un libro clave, “Mientras escribo” (Random House Mondadori, 2001), donde Stephen King repasa su vida, sus tics, sus recuerdos y, por supuesto, cómo se hizo escritor.

Esas páginas -más que todos sus libros terroríficos en su conjunto- son mucho más auténticas y le brindan una clase magistral a todos los que sueñan, en diversas latitudes e idiomas, en alcanzar el cielo de los súper ventas, de tener ese libro llevado a la pantalla grande y en fabricar uno y otro y otro texto, para mayor satisfacción de la industria literaria.

Es clave este texto. Es más, debiera ser material obligado para sus fanáticos.

Porque no solo escarba en los recuerdos del niño King, abandonado por su padre cuando él tenía dos años de edad, criado con esmero y sobresaltos por su madre, Nellie, y acostumbrado al poco dinero y a las muchas mudanzas.

Revisa su adolescencia, aficionado al cine B y a las películas de terror barato y revela cómo fueron los primeros escritos en revistas juveniles y, algunas  veces, en revistas literarias, hasta su llegada a la universidad, donde conoció a su mujer.

De ahí en adelante, no sabemos si por invención de publicitas o de su propia realidad, el lector se entera que King publicó sus primeras novelas, conoció el éxito y el fracaso, pasó períodos tremendos de hambre, precariedad y zozobras, todo ello agudizado por la muerte de su madre, tras lo cual vino una etapa en que se hizo alcohólico y drogadicto.

Su fórmula para escribir best seller está escrita en este texto, precisamente: dice que él entiende la escritura como un acto de telepatía, que sabe que debe escribirse con nerviosismo, entusiasmo, esperanza y hasta desesperación. Y ojo: aconseja huir de los adverbios, y escribir con valentía.

Literal de King: «los defectos de estilo suelen tener sus raíces en el miedo (…) A menudo, escribir bien significa prescindir del miedo y la afectación»- o leer mucho y escribir mucho. -«No conozco ninguna manera de saltárselas (estas reglas). No he visto ningún atajo»-.

De sus lecturas favoritas hay más material para analizar. Sus libros recomendados son “Mientras agonizo” de Faulkner, “Oliver Twist” de Charles Dickens o tres novelas de Harry Potter, de J. K. Rowling, la versión femenina de King en el Reino Unido.

Si se quiere escarbar en cómo King es el mayor fabricante de best sellers, “Mientras escribo” es la clave. La respuesta inicial a si es o no un buen escritor, la entregará el tiempo. Por ahora a esperar su resucitación con “Doctor Sueño”, cuya versión fílmica está anunciada para noviembre de este año.

Larga vida al Rey.

 

ANEXO

A propósito de esa obra maestra absoluta que es “El Resplandor”, del realizador Stanley Kubrick, rescatamos el análisis que escribió el crítico Pablo Kurt, apuntó en “FilmAfinnity”:

Kubrick se propuso rodar los vericuetos de una esquizofrenia maníaca, asomarse a los abismos interiores de una mente perturbada, y a fe que lo logró. El relato de Stephen King fue trasladado a la pantalla con una narración inquietante, por momentos, angustiosa. El poder de la imagen del maestro neoyorquino consiguió, además de una atmósfera opresiva, algunas de las escenas más impactantes del cine de terror de las últimas décadas. El mérito es aún mayor cuando, a diferencia de lo habitual en el género, el director no se refugia en la oscuridad para provocar miedo o tensión. Como muestra: pocas veces en la historia del cine una simple escena como un niño montado en un triciclo, paseando por los pasillos de un hotel, provocó un suspense tan extraño, tan inquietante, tan sobrecogedor.