EL DILEMA DEL PRI

 

RUBÉN MOREIRA VALDEZ

No hay duda de que el PRI es un partido que nació de la Revolución, como tampoco la hay de que ésta fue la primera de carácter social en el siglo XX

¿Quiénes fueron los que creyeron que la función del PRI era de sumisión al gobierno y desdeñaron su papel de vanguardia, soporte y reflexión ideológica? ¿Quién dijo que la palabra revolución era anticuada? ¿Quién postuló que los simpatizantes del PRI habían dejado de pensar en sus referentes históricos?

Hay películas donde un viajero en el tiempo se encuentra consigo mismo y no sabe qué hacer. Ese es el dilema del PRI: sus simpatizantes lo abandonaron por un visitante del pasado que se apropió del mensaje que le dio al tricolor triunfos y empatías con los segmentos populares.

No hay duda de que el PRI es un partido que nació de la Revolución, como tampoco la hay de que ésta fue la primera de carácter social en el siglo XX. Reconoció derechos sociales, repartió la tierra y nacionalizó industrias estratégicas. Los gobiernos de la Revolución penetraron a muchas generaciones con la poderosa ideología denominada nacionalismo revolucionario, y el partido era el gran megáfono de ella.

Contra lo que se piensa, el concepto revolución no se estancó en 1929. Durante décadas, el partido reflexionó y operó temas de avanzada. Un concepto que ahora parece trillado -revolución- se mantuvo vigente a partir de rupturas con el statu quo. El rito era, parafraseando una novela, romper para crear.

El pasado domingo los resultados electorales fueron adversos al PRI y similares a los de un año atrás. No hace falta echar muchos números para descubrir por quién votaron sus otrora simpatizantes. Baja California es un ejemplo; hace seis años el tricolor se quedó a cuatro puntos de la gubernatura; ahora, en un lejano quinto lugar. Los resultados apuntan a que el triunfador recogió la voluntad de los sectores populares, que antes eran una cantera del PRI.

Al neoliberalismo que gobernó y atrapó al partido no le interesó su ideología. Prefirió el discurso del mercado y los rendimientos económicos. México generó riqueza, pero eso no disminuyó el número de pobres. Los neoliberales cambiaron el rumbo y convirtieron al PRI en trampolín electoral. Impidieron que sus sectores y organismos encabezaran causas y pensaron que el marketing era suficiente para ganar.

El tiempo alcanzó al PRI en 2018 y sufrió una derrota estrepitosa; perdió frente a una imitación de lo que fue su ideología y con organizaciones que buscan revivir y replicar sus proezas. Es un problema estar en el hoyo, pero es mucho más grave no saber cómo salir. La militancia es la única que puede reclamar la herencia de aquel pasado que los votantes añoran del partido. En un país con tantos pobres, la política debe generar ideas y causas, no plástico y publicistas.

El problema es mayúsculo. El deseo de evitar la ruptura no puede ocultar una verdad innegable: el partido es de la militancia, y ella tiene que decidir su futuro.