EL MESÓN DE SAN ANTONIO

ARDE EL MUNDO

Las imágenes son impactantes: el fuego consumiendo la Catedral de Notre Dame, ícono de París, símbolo de la cultura europea, pieza arquitectónica invaluable más allá de la religión católica. Ante las aguas del Río Sena, frente a las miradas de cientos de visitantes y millones de espectadores digitales que seguían la transmisión en vivo, en vilo, la torre aguja cayó al vacío sin que nadie pudiera evitarlo.

En incendio destruyó dos tercios de las bóvedas y los tejados, esos por los que Quasimodo se columpiaba en la famosísima novela “Nuestra Señora de París” de Víctor Hugo, escrita en 1831 con la intención de salvar el monumento que, por aquellos años, estaba degradado y en el olvido.

Es probable que usted, estimado lector, haya leído en las últimas noticias los generales de Notre Dame, cuya edificación comenzó en el año de 1163 y fue terminada en su totalidad para el 1345, dedicada a la Virgen María y cuyo interior albergaba obras de arte sacro y una imagen de la Virgen de Guadalupe, que milagrosamente, no resultó dañada.

Es probable también, que haya visto en redes sociales las fotos de todos sus conocidos que tuvieron la dicha de visitar la Catedral, y es casi seguro que usted, al igual que yo, nos lamentemos por no haber podido conocer este histórico recinto antes de esta tragedia. Y es que, el debate sobre el futuro de Notre Dame sigue abierto: aún no deciden si reconstruir la estructura en su forma original o agregar detalles actuales, como recordatorio de este incendio que ya pasó a la historia.

Apenas estaba digiriendo la noticia cuando otro encabezado me estremece: un incendio de gran magnitud afectó al Bosque La Primavera, área natural protegida del área metropolitana de Guadalajara, consumiendo al menos mil 900 hectáreas de este pulmón ambiental; además, un fuego se hizo presente en el basurero Los Laureles, también en Jalisco, afectando gravemente la atmósfera de Tonalá y Tlaquepaque. ¿Se imagina el olor que emana de esta contingencia? Residuos de todo tipo se espolvorean por el aire llenando de basura los pulmones de millones de personas.

El fuego es implacable, consume todo a su paso sin importarle absolutamente nada, no hace distinción entre devorar una arquitectura de nueve siglos de existencia y desechos mundanos altamente contaminantes. Una vez que se hace presente, el fuego no se detiene hasta ver reducidas a cenizas lo que atrapó con sus ardientes brazos.

Trato de no pensar en caóticas noticias, apenas estamos saliendo de vacaciones y la realidad ya nos asestó tremendos golpes al corazón, pero el fuego sigue apareciendo en los titulares: un incendio arrasa con 200 hectáreas de manglares en Campeche. El difícil acceso a la zona impide a bomberos y voluntarios apagar el siniestro, la fauna del lugar, incluidos los cocodrilos, buscan refugio en zonas habitadas.

El mundo está ardiendo. El planeta se está incendiando y todos corremos el riesgo de quemarnos. Las llamas se burlan de nosotros y nos demuestran que seguimos estando a su merced, como los cavernícolas cuando descubrieron su existencia, como los romanos en el año 64 cuando Nerón culpó a los cristianos por el gran incendio de la ciudad. Edificios, obras de arte, árboles, vegetación, especies animales que no han logrado sobreponerse a su despiadado paso. Todos nos quedamos inermes frente a su presencia.

¿Y luego? ¿Qué queda después del fuego? Cenizas. Sólo queda el polvo negro de lo que alguna vez estuvo ahí y ya no está. El calentamiento global es hoy más literal que en ningún otro momento. Estamos en llamas y creemos que con mandar oraciones al viento se apagarán los incendios. No es así, estimado lector, hoy más que nunca debemos tomar la lección del Ave Fénix y renacer de entre las cenizas. Debemos tomar los pedacitos que quedaron y deconstruirnos en algo mejor, de manera que cuando el fuego vuelva a hacerse presente, ya no nos queme las entrañas.

El mundo ha perdido una parte de Notre Dame, el mundo ha perdido más de 2 mil hectáreas de bosque y manglares, el mundo huele a basurero. Pero también el mundo puede empezar a hacer algo más que publicar fotografías lindas.

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo