A LA BÁSCULA

Érase una vez…

En un reino muy muy cercano vivía Lalito, un niño que cuando fuera grande –pensaba-, podría llegar a ser el reyecito de su tribu. Durante muchos años albergó ese sueño, lo acarició, lo persiguió. Cuando creció –bueno, no mucho-, inició el camino por alcanzar la corona, fue dando los pasos necesarios, y al fin se colocó en la antesala de la meta, pero su pueblo no confió en él y de esa forma le llegó su primera gran frustración.

Su padrino, que era un ‘Profe’, le fue allanando el camino, le construyó una especie de reinado paralelo para que pudiera tener un mayor contacto con el pueblo, y de esa forma iniciar nuevamente el camino para que pudiera conseguir su objetivo, en lo que también abonó de manera importante quien le había derrotado en su primer intento al ser un pésimo líder de su tribu, a la que lo más que le consiguió fue una oleada de violencia, dolor y muerte.

Con un escenario de angustia, miedo y zozobra, fue en su segundo intento por alcanzar la corona de su tribu, a la que le prometió un ‘Rescate’. El pueblo le creyó que en verdad los iba a rescatar de ese escenario de violencia y muerte, y le nombraron rey de su tribu. En este segundo intento logró cristalizar su sueño de niño.

Cuando llegó a ocupar el trono, sin embargo, en un ataque de amnesia quizá, se le olvidó para qué quería llegar al reinado de su tribu, se olvidó de sus promesas, de su gente, de su pueblo, y los dejó al garete en medio de una despiadada lucha entre grupos de bandoleros que pretendían mantener –y por un tiempo lo mantuvieron- el control de la tribu y sus alrededores.

Dejó en manos de sus lacayos la toma de las decisiones más importantes, la seguridad, el manejo de la hacienda y el desarrollo del territorio de su reinado, mientras él se dedicaba a viajar y a atender sus asuntos personales. Su pueblo gracias a su indolencia, quedó sumido en la peor crisis económica y de gobernabilidad de su historia, y así lo dejó. Superó incluso –y por mucho- a quien le había antecedido en el trono, como un mal gobernante. Muchos le consideran que ha sido el peor en la historia de la tribu.

Pese a haber sido un mal líder, fue premiado cuando lo mandaron de embajador de toda la gran comarca a la gran capital, donde continuó su dispendiosa vida, alejado del contacto y de los reclamos de su pueblo; fue algo así como una ‘beca’ que le regalaron.

Un día fue llamado para que regresara a la gran comarca por el nuevo líder de ésta para hacer un papel de algo parecido a un consejero, pero colocado siempre tras bambalinas donde el pueblo no lo pudiera ver, sabedores del negro legado que había dejado tras el reinado en su tribu.

En el anonimato encontró el espacio y el tiempo necesario para iniciar la construcción de nuevos sueños –como los que se forjó en su infancia-, y en su pequeña mente pensó que podría ser el virrey de la gran comarca, pero también remontándose a sus sueños infantiles, llegó a pensar que quería ser el gran policía.

Dado que el trabajo nunca fue una de sus principales virtudes, muy pronto el rey de la gran comarca, decidió mejor enviarlo de regreso a la que fue su pequeña tribu donde alguna vez –al menos en la teoría- había sido su líder. Ya no para ocupar el trono, sino para tratar de ayudar su clan para intentar recuperar el trono que les había sido arrebatado por integrantes de otro clan.

Porque así lo había decretado el rey de la gran comarca, pero su regreso no le hizo muy feliz, porque ello le había vuelto añicos sus sueños de ser virrey o al menos el gran policía; una nueva frustración como cuando intentó la primera ocasión llegar al trono de su pequeña tribu.

Y sí, regresó, pero como se sabe que su pueblo no lo quiere, como sabe que con muchas habitantes de las tribus mantiene deudas y agravios pendientes, se mantiene agazapado, casi desde las penumbras, desde donde observa que el rey en turno va de tropiezo en tropiezo, de yerro en yerro, de gazapo en gazapo, lo que le abre la posibilidad a su clan de recuperar el trono.

Sin embargo, ni dentro de los integrantes de su mismo clan es visto con simpatía porque con ellos también dejó a su paso a muchos ‘damnificados’. Por ello no se atreve a salir a la luz, a dar la cara, porque sabe que afuera hay muchos pendientes que dejó desde su reinado.

Aunque su nuevo encargo está muy cerca de ser alcanzado debido sobre todo al pésimo nuevo reinado, lo acosan los demonios de todo lo que dejó pendiente, de todo lo que quedó a deber a su pueblo, lo que le impide salir a la calle a ver a los ojos a su pueblo. Ya una vez fracasó en su primer intento de llegar al trono de su tribu, y tuvo que dejar atrás sus sueños de ser el virrey de la gran comarca, o de ser el gran policía de ésta.

Y piensa –y sabe- que un nuevo fracaso en esta nueva encomienda, será el acabose y el fin de todos sus sueños. Pobre. Y colorín colorado…

 

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@JulianParraIba