CARRANZA: EL PRIMER REBELDE

Venustiano Carranza fue miembro de una reconocida familia de Coahuila, siendo su padre el coronel Jesús Carranza Neira, militar de la causa republicana y ferviente admirador de Benito Juárez, en cuya figura educó a sus hijos; el coronel Carranza también fue en varias ocasiones presidente municipal de Cuatro Ciénegas, y jefe político de Monclova. (Villarreal Lozano, Javier: Carranza. La formación de un político)

En el marco de la conmemoración del aniversario de la firma del Plan de Guadalupe, acompáñenme a recordar, con la guía del historiador Fernando Benítez, ese fundamental pasaje de nuestra historia.

Al darse el golpe de Estado y asesinato del presidente Francisco I. Madero, por parte del usurpador Victoriano Huerta, fue Venustiano Carranza, gobernador de Coahuila, la única personalidad que se atrevió a rebelarse contra el usurpador Huerta en un momento de gran confusión entre gobernadores, cámaras, ejército, hacendados, clero, capitalistas e inversionistas extranjeros se apresuraban a expresarle su adhesión y su reconocimiento.

Carranza en 1913 no rebasaba los 54 años, pero su profusa barba blanca, su aire reposado y majestuoso lo hacían verse más viejo de lo que era, sobre todo rodeado como estaba de jóvenes revolucionarios. Había sido senador del porfirismo y gozaba de un cierto bienestar económico.

Según Luis Cabrera, uno de los ideólogos de la revolución, Carranza era un hombre lento pero incesante; cada día hacía algo y su tenacidad era semejante a su ecuanimidad. Conocía bien la historia, tenía una memoria prodigiosa y nunca prometió más de lo que podía cumplir. “Carranza, resume Cabrera, tenía al lanzarse a la revolución un propósito desinteresado, patriótico y bien definido. Algo mucho más hondo más vasto y más trascendente de lo que Madero se propuso: el propósito de Carranza expresado en pocas palabras fue: destruir una dictadura militar, establecer la igualdad social y consolidar la independencia de su patria”. (Urea, Blas: La herencia de Carranza, 1920)

El historiador Fernando Benítez señala que quizá lo que necesitaba entonces la iniciada revolución para imponerse al ejército federal y a la política de los Estados Unidos, era un hombre de la experiencia y las cualidades de Carranza. Al iniciar su aventura estaba casi solo. Derrotado en Saltillo por una fuerza abrumadora, perseguido a través de los desiertos, y el 25 de marzo sus tropas deshechas se refugiaron en la hacienda de Guadalupe.

Carranza, encerrándose en el cuartucho de la tienda de raya con su secretario, redactó un plan en el que se proponía tan solo el derrocamiento de Huerta y la restauración del régimen constitucional. Al darlo a conocer, el capitán Francisco J. Múgica y los coroneles Lucio Blanco y Jacinto B. Treviño, con otros muchos, protestaron tumultuosamente. El plan debería incluir el reparto de latifundios, la abolición de las tiendas de raya y de las deudas campesinas, una legislación obrera, la destrucción de privilegios y desigualdades.

De acuerdo con Múgica, estas manifestaciones fueron hechas en forma nebulosa, con la confusión de gentes poco instruidas, pero con la videncia del que ha sufrido y con la sabiduría que da la expoliación interminable. “Y pusimos manos a la obra enderezamos aplicados considerandos que expusieron nuestra filosofía y nuestros pensamientos para concluir con resoluciones firmes y enérgicas”.

Carranza se limitó a preguntar: ¿Quieren ustedes que la guerra dure dos años o cinco años?. La guerra será más breve mientras menos resistencia haya que vencer. Los terratenientes, el clero y los industriales son más fuertes y poderosos que el gobierno usurpador; hay que acabar primero con éste y atacar después los problemas que con justicia entusiasman a todos ustedes, pero a cuya juventud no les es permitido escoger los medios de eliminar fuerzas que se opondrían tenazmente al triunfo de la causa. (Silva Herzog, Jesús: Breve historia de la Revolución Mexicana, 1970)

Este episodio característico va a normar las relaciones entre Carranza y los más jóvenes militares improvisados. El objetivo consistía en destruir el gobierno de Huerta sin alarmar al clero, a los hacendados y a los capitalistas, haciéndose eco de una repulsa nacional hacia la usurpación y pretendía agrupar a los maderistas sin prometer nada que en aquel momento era incapaz de cumplir. (Benitez, Fernando: Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana, 1977).

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