EL MESÓN DE SAN ANTONIO

Sábado azaroso 

La garganta se ensombreció con el humo que tocaba desesperadamente lo más profundo de nuestro cuerpo. Era un sábado tranquilo y de pronto, la alarma se fue comunicando a la par de este humo que tenía todas las características del fuego intenso y sin control, lo teníamos ante nuestros incrédulos ojos que no alcanzaban a dimensionar el peligro, una mezcla de negación y pavor.

Los bomberos no llegaban y todos los vecinos salimos para identificar ese humeante malestar que en pleno sábado nos espantaba. No sabíamos por dónde había comenzado el fuego, pero algunos atrevidos habían explorado ya la zona y lograron establecer que la llama se extendió debido a las hierbas secas, al fuerte viento y a la acumulación de madera y residuos de las podas de los árboles y arbustos.

Los bomberos tienen sus protocolos, quizá por eso tardaron tanto en llegar. Arribaron primero la Policía Ambiental, la Preventiva y Protección Civil pero de poco sirvió su presencia ya que sólo traían un chaleco verde fosforescente que los identificaba y las manos vacías. Se necesitaba agua con urgencia y mucha ayuda, voluntades para apagar el fuego. “¿Le hablaron a los bomberos?”, llegó preguntando alguien, “hace más de una hora fue la primera llamada”, fue la respuesta.

Gilberto, el vecino de enfrente, acercó la manguera hasta un límite más cercano. Elsa Martha corrió por cubetas y acercó también una manguera lo más que pudo. El Chef vecino corría con las cubetas llenas de agua hasta el predio incendiado porque las llamaradas ya rozaban nuestras casas. Mariano dirigía las maniobras en lo que llegaban los bomberos. “Ya deberían de haber llegado pero no lo han hecho”. Y la garganta ya daba respuesta al miedo. Esther llegó con pañuelos para cubrir la boca, el humo penetraba y mareaba a los vecinos, quienes pesar de la asfixia seguían ayudando; no supe de dónde, pero llegaron voluntarios con picos y palas y mucha disposición. De no ser por lo caótico de la situación, la escena resultaba inspiradora, una muestra de solidaridad y apoyo.

“¡Por fin!”, exclamó alguien “se oye un sirena, ¡son los bomberos!”, y el alivio se sintió de inmediato. Había una seriedad palpable en el ambiente, la gente sabía que era algo serio y que las cubetas de agua no habían mermado en absoluto el incendio; y el humo no daba tregua: seguía irritando todas las vías respiratorias.

Por fin el trabajo profesional de los bomberos comenzó  poco a poco a calmar nuestras  ansiedades, las iniciativas amateur de nuestro vecindario cedieron  aunque todos quedamos expectantes.

“Para que se inicie un fuego es necesario que se den conjuntamente tres componentes: combustible, oxígeno y calor o energía de activación, lo que se llama triángulo del fuego”.

A pesar de las explicaciones, seguíamos preguntado en dónde había iniciado el fuego, pero creo que no hacíamos la pregunta adecuada, debimos haber cuestionado quién inició el fuego. Pero tampoco era lo adecuado pues a simple vista, el estado de sequía que impera en el lugar eleva el peligro de un incendio.

Seguramente comenzó en uno de los terrenos yermos que están ahí, olvidados para los dueños pero no para las personas que van a tirar toda clase de deshechos y despojos y que crean un peligro constante y condiciones insanas.

El municipio debería multar a estos propietarios, comentamos entre los vecinos, es cierto que la cultura del medio ambiente ha ido adquiriendo fuerza en los últimos años pero, lamentablemente, seguimos aventando toda clase de mugrero a los terrenos baldíos.

Así pues, fastidiados unos y cansados otros, recogimos las herramientas que cada uno puso para dar fin a este percance y retornamos a lo habitual. El humo siguió más tiempo, pero ahora ya no era negro intenso, sino de un grisáceo que fue dando clama.

No hubo consecuencias, sólo el comentario de lo sucedido y de lo que hubiera podido acontecer: la cercanía de las casas y la gasolinera que queda a escasos 30 metros de donde fue el incendio. Esta vez el viento estuvo de nuestra parte pues soplaba al contario de esta estación de gasolina. Los bomberos muy técnicamente nos explicaron que sólo había sido “fase uno” la contingencia.

Suena el teléfono, este sábado daría algo más de sorpresa azarosa, el nieto va rumbo al hospital: se acaba de descalabrar, salgo rumbo al nosocomio.

 

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo