EL MESÓN DE SAN ANTONIO

Más divorcios, menos matrimonios

Sus abuelos duraron casados toda la vida, sus padres tienen más de 30 años de matrimonio, sus hermanos mayores ya se están divorciando, pero ellos, los jóvenes de hoy, parece que prefieren saltarse ese “paso”, antes considerado requisito indispensable para salir de casa, y empezar a vivir sin ataduras, sin complicaciones, sin casarse.

Desde hace un par de décadas las cifras de divorcio, lejos de disminuir, han subido exponencialmente, esto no es noticia querido lector, pero lo que ha llamado mi atención últimamente es que mientras los divorcios son más, los matrimonios son menos: la sagrada institución matrimonial –como me la vendieron a mí- va a la baja.

Hace un tiempo, reflexionando sobre las separaciones, me di cuenta que las nuevas generaciones de pareja son menos tolerantes a la frustración: se enojan fácilmente, no dialogan y, aunque tengan hijos, prefieren terminar antes que reparar un daño grave. “Sale más barato tirarlo que repararlo”, me dijo alguien alguna vez.

Al convivir con los millennials –que algunos teóricos ubican a los nacidos entre 1981 y 1993- y más con los centennials –es decir la generación que no conoció el mundo sin internet-, descubro que para ellos el matrimonio es un concepto en desuso y pronostican su extinción en un futuro no muy lejano, de ser así, ¿cómo repercutirá esto en la sociedad?

Durante miles de años, el matrimonio significó la preservación de la especie: casarse para tener hijos. Con el tiempo se fue modificando a mantener vivo el apellido, mejorar las condiciones de vida; en las familias poderosas un matrimonio significaba consolidar alianzas, evitar guerras, fortalecer el orden político y, hay que agregar también, mantener la supremacía masculina: quedaba por sentada la subordinación de la mujer frente al varón que era el sustento.

Después vino el amor. En el siglo XIX el concepto del amor vino a revolucionar el matrimonio: ya no serían alianzas con intereses específicos, sino elegir a la persona con la que uno quería pasar el resto de su vida. ¡Vaya decisión! Tenía que ser uno muy cuidadoso para elegir a la correcta, y suertudo para que la correcta también nos eligiera a nosotros; pero si algo salía mal, si el diario convivir nos revelara que la persona elegida no era la indicada, ni modo, ahí teníamos que quedarnos “hasta que la muerte nos separe”.

Pasaron los años, la mujer comprendió que su papel iba más allá del hogar, salió a trabajar y adquirió independencia económica; muchos hombres tomaron la decisión como una ofensa y lejos de apoyar, siguen sin entender lo que ellas quieren, que no es otra que igualdad de circunstancias.

¿Está el matrimonio en peligro de extinción? Al parecer, sí, por lo menos, eso dice la estadística. ¿De quién es la culpa?, ¿de las generaciones anteriores que dimos mal ejemplo de pareja a nuestros hijos? El fin del matrimonio, ¿significaría un paso adelante o un retroceso para nuestra sociedad? Me gustaría conocer su opinión estimado lector.

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo