EL MESÓN DE SAN ANTONIO

¡Planchas, refrigeradores y licuadoras que vendan!

Nos lanzaron a este mundo con pocas capacidades, todo teníamos que aprender, sufrimos ese aprendizaje con días claros, cielos hermosos, noches de gran asombro. Y también los hubo, densos, agrios, de atardeceres asfixiantes y mañanas frías. En mi caso me tocó llegar a donde unos padres que tenían las ganas de cambiar, de vivir; que tenían ideas pegadas a costumbres llenas de valores morales , ética hecha a la usanza antigua con fuego lento y con los reglamentos hechos para siempre. La ciencia, cualquiera que fuera, tenía que caminar sorteando baches y a veces correteada por perros rabiosos con dentaduras afiladas. Gritábamos, al empezar a ver esos cambios, con algo de imprudencia.

¿Cómo es que las tradicionales bombillas de luz se cambiaron por lámparas de neón con luz blanca? Esas luces que se siguen usando principalmente para hacer anuncios llamativos y multicolores, llamados letreros de neón, que fueron especialmente populares entre 1920 y 1950, sí, con 30 años de diferencia porque esta modernización no fue pareja en todo el país.

La gente de aquel entonces vivía en su mayoría en el campo, y cuando las oportunidades de trabajo en la campiña escaseaban, entonces corrían a las grandes capitales, se montaban en el ferrocarril y de rápido ya estaban en la Capital, en la majestuosa Ciudad de México, o en Guadalajara o en Ciudad Juárez, incluso, hubo quienes se aventuraron hasta Tijuana, para de ahí pegar un brinco y llegar a Los Ángeles. Desde allá se veía lejos su entidad, su ciudad, su suelo, su patria, que generalmente se encontraba en la región centro del país. En la Capital se juntaron por el lado de Ferrería, en Tijuana por la Mesa de Otay, en Ciudad Juárez por el Chamizal, en Guadalajara por San Juan de Dios.

En los años entre 1926 y 1940, el gobierno federal impuso políticas de represalia a zonas como Michoacán, Jalisco, Colima, Guanajuato, Aguascalientes y Zacatecas, que se levantaron en armas con el conocido y escasamente investigado movimiento cristero.

Los carritos tirados por animales fueron desplazados por los de tracción motora. El burro de entrega de la leche bronca y espumosa, ya no iba puerta por puerta sino que fue sustituido por la leche pasteurizada entregada en tetra pack. En la cocina de la casa apareció con lentitud inexorable la licuadora y con ella, comenzaron las malteadas caseras. Los moles de cumpleaños fueron más llevaderos para la mamá y tías de la familia, porque ahora licuaban los chiles y esa molienda resultó más que redituable. Aparecieron los tapetes y con ellos, la aspiradora que se llevaba el polvo acumulado. Llegaron los pañales desechables, ya que hasta entonces se lavaban y era un martirio por tener siempre una cantidad considerable que lavar, además de la ropa de la familia. Pero entonces, otro invento mágico: aparecieron las lavadoras y secadoras para toda la ropa. El dolor de cabeza era desaparecido por “mejorales”, pues todavía no se hablaba de enfermedades sofisticadas como la migraña (esa apareció después de tanto invento).

Las estufas migraron y dejaron de ser de petróleo a funcionar con gas y lo mismo sucedió con el calentador de agua. Había pocos teléfonos y también pocos televisores. Los refrigeradores dieron gozo de almacenar de manera fría y en buen estado los alimentos, y además se podían hacer gelatinas en casa y hielitos. Poco a poco, la casa y sus habitantes se fueron transformando para adecuarse a esos nuevos artefactos.

Ahora mire usted, qué felicidad: se puede enchinar y hacer peinados desde la comodidad de su hogar, se puede alisar el cabello, arreglar la barba, ya no existen, casi, los teléfonos fijos en casa, ahora cada uno de los miembros de la familia, no importa la edad ni condición social, trae su propio celular.

Algo nos cambiarán estos inventos en el más próximo de los tiempos. Algunos servicios que teníamos han caído en uso nulo: correo, cartas hechas a mano, telégrafos que daban anuncios felices y trágicos… No hay tiempo para aferrarse a los artefactos o servicios de la ciencia.

Sin duda, en otra entrega periodística hablaremos de los mitos y tabúes que también han cambiado con estos cotidianos artefactos. Por lo pronto recuerde conmigo, querido lector, y juntos brindemos un homenaje a los que se han ido: el metate, el molcajete, el petate, el molinillo, el balero, las canicas, la plancha de carbón, la máquina de escribir.

A tanta tecnología hemos llegado que hasta la devoción se ha modificado al tener veladoras eléctricas que con una módica moneda de diez pesos nos da la iluminación por un tiempo determinado, mi pregunta es: ¿al Santo al que le rezamos, le dará lo mismo con tal de que siga iluminado? ¿O le gustaba más la manera antigua?

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo