INDICADOR POLÍTICO

España, Cuba, Iberoamérica y el fantasma de Stalin

La visita oficial del presidente socialista español Pedro Sánchez a La Habana causó desconcierto en sectores políticos progresistas de Iberoamérica, porque se puede interpretar como un apoyo a la dictadura del general Raúl Castro Ruz a través del intendente civil del poder militar Miguel Díaz-Canel. Sólo la demagogia en clave diplomática quiere hacer creer que Cuba se encuentra en un proceso de apertura democratizadora.

El asunto se puede resumir así: ¿qué hubiera opinado el PSOE si Fidel Castro en la primera mitad de los setenta hubiera visitado Madrid para entrevistarse con Francisco Franco? El régimen de La Habana ha convertido a los presos políticos en monedas de cambio: liberación a cambio de reconocimiento estratégico. En su visita, Sánchez se negó a entrevistarse con las organizaciones disidentes que padecen el autoritarismo represor de Castro.

El régimen político de España se encuentra desde 1959 –casi sesenta años– bajo el férreo puño dictatorial de la familia Castro, primero Fidel y luego Raúl directa e indirectamente. La pantomima democrática cubana realiza elecciones sin la presencia de la oposición y con opositores perseguidos, torturados y encarcelados. El modelo marxista-leninista de Cuba no hace más que cumplir con sus propias expectativas: mantener el poder no por la vía de la democracia o del liderazgo, sino del control electoral del Estado.

El sistema comunista de Cuba es uno de los viejos resabios del mundo de la guerra fría que nació y terminó con la construcción y la demolición de Muro de Berlín 1961-1989. La historia de Cuba sigue latente en las páginas polvosas y llenas de telarañas de los libros de las certezas: asalto al cuartel Moncada en 1953, arresto y amnistía en 1955, exilio a México en 19546 a comprar armas, regreso en ese mismo año a La Habana a pelear en las montañas, victoria en los primeros minutos de 1959 con la huida del dictador Batista, pacto secreto con la URSS en 1960, invasión por Bahía de Cochinos en 1961, asunción de la doctrina comunista en 1961, crisis por la instalación de misiles ofensivos en octubre de 1962, fundación del partido Comunista en 1965 como partido único y satélite Moscú con el apoyo de Fidel Castro a la URSS en 1968 por la invasión de tanques soviéticos a Praga para terminar con el experimento del socialismo democrático.

De 1953 a la fecha, Cuba ha estado jugando con la realidad de una dictadura comunista y el simbolismo de lucha contra la dictadura. Fidel Castro en realidad no fue un comunista, sino un demócrata radical, pero ese radicalismo se polarizó cuando los EE. UU. atacaron a la isla. Y se volvió comunista en el poder, lo cual podría explicar la peculiaridad de su comunismo autoritario porque no se forjó en la lucha de clases entre burguesía y proletariado. Cuba se volvió socialista ya con el poder en manos de los Castro, por lo que no hubo una dictadura del proletariado sino una dictadura de la élite revolucionaria militarizada.

El mundo se dio cuenta –o decidió darse cuenta– muy tarde; por ejemplo, el escritor portugués José Saramago rompió con Cuba en el 2003 por el fusilamiento de unos balseros que querían escapar de la isla; los intelectuales se sorprendieron del autoritarismo de Fidel Castro en 1971 por el arresto, la tortura y la autoconfesión incriminatoria del poeta Heberto Padilla. Pero en realidad la dictadura nació con la revolución misma. El 26 de julio de 1959, a seis meses de conquistado el poder, mientras en la Plaza de la Revolución se homenajeaba al expresidente mexicano Lázaro Cárdenas por el apoyo a los Castro, en el Palacio de gobierno el comandante Camilo Cienfuegos, por ordenes directas de Raúl y Fidel Castro, arrestaba al comandante Huber Matos porque éste había acusado a Fidel de comunista. A pesar de su papel en la lucha revolucionaria, Matos fue preso político por veinticinco años.

En el decenio de los sesenta la revolución cubana fue el portal que definía el pensamiento revolucionario, a pesar de los casos de autoritarismo, represión y dictadura. Los intelectuales fueron los primeros en romper relaciones en 1971, pero en 1961 Fidel dio los primeros indicios de su dictadura al reprimir a intelectuales cubanos que protestaban por la censura al documental P.M realizado por el hermano del escritor Guillermo Cabrera Infante. Ahí pronuncio Fidel las palabras que definieron su dictadura: “con la revolución, todo; contra la revolución ningún derecho”, la definición conceptual de una dictadura. Pero todavía de 1961 a 1971 muchos intelectuales, de manera sobresaliente Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, siguieron avalando a Fidel y su autoritarismo.

El viaje del presidente español a La Habana, en medio de este escenario histórico, respondió a una motivación de posicionamiento personal y de negocios, pero ajeno al contexto histórico no sólo de la Unión Europea sino de Iberoamérica por el papel aún activo de La Habana de apoyo a los populismos dictatoriales en la región: Nicaragua, Bolivia, Venezuela, la Argentina de los Kirchner, el Ecuador del expresidente Rafael Correa, el Brasil de Lula Da Silva, pero en una coyuntura de revalidación de la democracia representativa, de consolidación de la defensa de los derechos humanos y de institucionalización política.

Visitar Cuba sin atender a los organismos que luchan contra la represión por defender los derechos humanos es una aberración de la izquierda democrática europea que, paradójicamente, luchó contra la dictadura de Franco. La presencia de Sánchez en La Habana no hizo más que apuntalar el tambaleante régimen comunista de La Habana y de paso fortalecer al poder real detrás del trono presidencial cubano; el general Raúl Castro, el verdadero hombre fuerte que controla la isla con un puño militar.

El fantasma sartreano de Stalin oscurece no al general Castro, sino al líder del socialismo democrático español.

 

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