LA CHISPA, LA PRADERA Y LA UNAM

JOSÉ VEGA BAUTISTA

 

Basta una chispa para incendiar la pradera, sostenía con indudable acierto Mao Tse Tung el estadista chino que lideró a China en la revolución cultural.

A partir de una operación bien planificada y en la que participaron al menos tres organizaciones de estudiantes con antecedentes violentos al interior de varios planteles universitarios, llegaron el lunes 3 de septiembre a Ciudad Universitaria (UNAM) más de 80 jóvenes a bordo de dos autobuses y dos vehículos particulares, con la intención de provocar confusión e inestabilidad. Lo lograron al atacar a universitarios que se manifestaban pacíficamente a las afueras de la Rectoría. (Eje Central 060918)

Tomando en cuenta que la historia es una gran fuente del conocimiento, y en aras de recordar el trato que en otra época se daba a los movimientos juveniles evocaré, de la mano del escritor José Agustín los sucesos del 10 de junio de 1971 en nuestro país.

En la segunda entrega de su Tragicomedia Mexicana, José Agustín hace una síntesis del movimiento juvenil que enfrentó al poder político el llamado Jueves de Corpus. Cuenta el Maestro que el antecedente se da en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, cuando en gobernador Eduardo Elizondo impuso a la Universidad Autónoma de Nuevo León una nueva ley orgánica que conformaba el Consejo Universitario con tres representantes de los maestros, igual número de los estudiantes, pero también ocho de los medios de difusión, diez de los obreros cuatro de las ligas de comunidades agrarias, uno del patronato pro UANL otro del comercio, uno más de la industria, otro de los legisladores y cuatro de los profesionistas organizados.

La docilidad del congreso del estado, cuenta José Agustín, facilitó la aprobación de la nueva ley en todas sus partes, lo que ocasionó el malestar y furia de los estudiantes, que de inmediato se concentraron en la realización de paros y manifestaciones de rechazo, fue tal la presión estudiantil que el Presidente de la República, Luis Echeverría, envió a su Secretario de Educación, Víctor Bravo Ahuja con la instrucción que se derogara dicha ley, lo cual ocurrió el cinco de junio acompañada de la renuncia del gobernador Elizondo.

A pesar de la reacción gubernamental, las protestas de Monterrey ya habían tenido eco en otros lugares del país, especialmente en la ciudad de México, esa caja de resonancia que vale la pena escuchar. Aquí, los estudiantes normalistas anunciaron una manifestación, programada para el diez de junio, en apoyo a sus compañeros de Nuevo León. Tal manifestación no fue aprobada por las autoridades, que de inmediato reaccionaron, y para hacerle frente, el SECRETARIO DE LA Defensa Nacional, el general Hermenegildo Cuenca Díaz, dispuso que la policía capitalina se pusiera a las órdenes del ejército.

Los chavos, rebeldes por naturaleza, iniciaron la manifestación, a las cinco de la tarde del día acordado, saliendo del Casco de Santo Tomas con destino a la Escuela Nacional de Maestros. En el camino, relata José Agustín, entre las porras y slogans de rigor, pidieron la liberación de los presos políticos de 1968 a la vez que criticaban los “planes de reforma educativa” del gobierno. Las fuerzas policiacas, bajo el argumento que la manifestación no estaba autorizada, ordenaron su desintegración. Haciendo caso omiso, los estudiantes continuaron la marcha, aunque en medio de una gran tensión provocada por los contingentes policiacos que custodiaban la marcha.

Repentinamente, en la avenida México – Tacuba, aparecieron varios autobuses de los cuales bajaron mas de mil jóvenes fornidos, de pelo muy corto y tenis blancos, con macanas, kendos y armas de fuego, arremetiendo salvajemente contra los estudiantes ante la indiferencia de la policía y de los granaderos que no intervinieron en lo más mínimo incluso cuando los disparos se iniciaban y varios jóvenes caían muertos o heridos, de acuerdo al relato de José Agustín.

Los estudiantes trataron de defenderse con los palos de las pancartas, con piedras y como pudieron, hasta que, en clara desventaja ante un contingente feroz, bien preparado y armado, procedieron a replegarse, pero descubrieron entonces que los gases lacrimógenos y los tanques antimotines del ejército les cerraban toda salida.

Basta una chispa para incendiar la pradera, esta advertencia toma renovada vigencia con los actuales acontecimientos en la UNAM.

 

josevega@nuestrarevista.com.mx

@Pepevegasicilia