AVISO DE CURVA

Rubén Olvera Marines

 Manolo Jiménez, un vaso de agua en el desierto del PRI

De cada cien votos que obtuvieron el PRI y sus aliados en las pasadas elecciones para renovar los 38 ayuntamientos en Coahuila, 34 los consiguió el alcalde de Saltillo, Manolo Jiménez.

Hasta hace algunos meses este indicador carecía de importancia. Pero frente a la peor derrota sufrida por el PRI en su historia, los 165 mil votos que hasta el momento registra en Saltillo la coalición Todos por México, podrían adquirir el valor de un vaso de agua fresca en el extenso y quemante desierto en el que se extravió el PRI el pasado 1 de julio.

Es evidente que, frente a la catástrofe, los casos como Manolo Jiménez representan soplos de vida para un partido que se resiste a dejarse bañar con los aceites de la extremaunción.

Manolo Jiménez no sólo obtuvo el 49% de los sufragios en la capital, cifra que contrasta con el 37% y 16% que logró la coalición a nivel estatal y nacional, respectivamente, sino que también se superó a sí mismo, ya que, hasta el momento, con los votos que registra el PREP, el alcalde puede presumir 14 mil votos más de los 151 mil que consiguió en 2017.

El joven político es tan minucioso en sus cálculos, que semanas antes de la elección él mismo pronosticó que obtendría 167 mil sufragios, mismos que seguramente logrará, casi de manera exacta, con las 32 actas que faltan por contabilizar.

Más allá de las filias y fobias partidistas, el holgado triunfo del priísta, en un momento de extravío y miniaturización de su partido, resulta interesante para el análisis. En dos sentidos: uno obvio y el otro prospectivo.

Vayamos a lo evidente. Al PRI no le queda más que aceptar que Manolo Jiménez representa algo que el partido (nacional y estatal) ha buscado sin éxito durante las últimas elecciones: el voto ciudadano no clientelar y no corporativo. Es muy claro. Mientras que la estructura del PRI en Saltillo está tasada en poco más de 100 mil votos (sufragios que apenas alcanzarán los aspirantes a senadores, diputados y Presidencia de la República del PRI), Jiménez obtiene 165 mil. Este número representa más del 50% de los 300 mil votos que logró Morena en los 38 municipios del estado.

Resumo lo anterior de una manera clara y sencilla: en Saltillo, un interesante número de electores que no votaron por el PRI, sí lo hicieron por Manolo Jiménez. ¿Cómo lo logró? ¿Resultados de gobierno? ¿Cumplimiento de las promesas de campaña? ¿Cercanía con la gente? ¿O simplemente un efectivo marketing electoral?

Hace algunos días, cuando el PRI cerró su campaña nacional en Coahuila, el candidato a la Presidencia, José Antonio Meade, debió detenerse un momento cuando el alcalde capitalino se le acercó con entusiasmo. Probablemente debió escucharlo y preguntar su secreto para atraer el voto no priista en la capital del estado. ¿Conoce usted a alguien que no sea militante del PRI y que haya votado por el ex secretario de Hacienda?

El otro sentido del análisis sobre lo sucedido el pasado 1 de julio en Saltillo, tiene que ver con las tareas y el liderazgo para gobernar una ciudad plagada de electores exigentes, dispuestos a dividir su voto para experimentar un cambio a nivel nacional y apostar por lo seguro en el ámbito local.

En un «Aviso de Curva” anterior lo dijimos con nitidez: el voto dividido determinará el curso de la elección en Coahuila. «Sobre aviso no hay engaño”. Así sucedió. Lo que deberá prever el reelecto alcalde de Saltillo, es que este votante razonado tendrá una mayor exigencia respecto a los resultados que ofrezca el gobierno de la ciudad. Ese conspicuo ciudadano que ignoró la «disposición” del «voto parejo” emitida por López Obrador, sufragó imaginando un futuro distinto para su ciudad. Tiende a vislumbrar, por ejemplo, un mejor sistema de transporte y mantener la seguridad que al momento se percibe en la capital.

En Saltillo no ha sido el PRI el que ganó. Triunfó un modelo de ciudad, competitiva, incluyente y habitable hasta más no poder.

 

olveraruben@hotmail.com

 

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