EL MESÓN DE SAN ANTONIO

 ALFONSO VÁZQUEZ SOTELO 

El “trabas” y la rueda

El “trabas” era un afamado trabajador que tenía un carrito que jalaba o empujaba según fuera necesario, dependiendo de la carga, de su peso y en ocasiones del bulto de lo que trasportaba  de un sitio a otro.

Desde temprano corría para hacerse presente en el mercado de la ciudad, tenía un lugar reservado al que acudía,  se ponía en la distancia apropiada para hacerse rentable para cargar la mercancía de las marchantes que recién habían comprado su mandado.

El “trabas” daba seguridad al cliente moviendo la mercancía de manera confiable. Las frutas, el huevo, la carne, papel sanitario, servilletas, jabón todo estaba seguro, no había merma  y la señora no tenía que ir cerca de él a trote para cuidar la mercancía. Todo llegaba bien y completo.

En el traslado y manejo del carrito el trabas hacia malabares, espantaba con los pies y las manos y con gritos a  los perros callejeros que se arremolinaba para pillarse la carne o el pollo; chiflaba como advertencia para no golpear a transeúntes que cruzaban la calle  “como manada” (decía él); silbaba  para saludar, hacia caravanas a las personas que escogía a cada tanto y tanto, entre paso y paso en todo este trayecto  demostraba el sublime manejo de su herramienta, su carrito.

El carro era fuerte, básico y un poco triste. En ninguna de sus partes tenía ni una gota de pintura. El fierro de su estructura era color fierro; la  madera la componía de unas toscas tablas de  pino a medio pulir.

Después del mercado se instalaba en un submundo de una terminal de autobuses, más bien un paradero  de camiones que tenía un barullo especial. A mí no me gustaban los baches que se hacían en la calle, los que  se llenaban de agua, agua podrida,  frutas magulladas o en descomposición. La limpieza y el orden eran muy deficientes.

Los  vendedores de todo tipo establecido de manera firme, y otros  vendedores ambulantes que ofrecían todo lo lógico para comer  principalmente tortas de  todo llenas  con mucho chile, agua fresca de sabores ofrecida en bolsas de plástico, churros con azúcar, gelatinas  (me gustaban las de jerez), raspado de hielo con sabores a fruta; limas, naranjas, cañas, cacahuates,  dulces, cigarros todo eso y más se ofrecía.

En el pueblo había unos baños de vapor y estaban en ese sitio. También un solo cine y estaba ahí. Una sola funeraria, adivinó, estaba ahí. Era un centro magnético que daba vida a todo tipo de personajes.

Cuando llegaba  algún autobús de pasajeros, los afanosos personajes  paraban el ojo y la oreja, cargadores y diableros se arremolinaban. El “trabas” esperaba,  su tiempo no era aún. Cuando se dispersaba el primer tumulto, se acercaba con  un grito o chiflido. Se aceleraba el momento, pedía las características de la carga y la extraía del compartimiento del autobús que había llegado. Había exclamaciones “qué bueno que estabas aquí”. Para la otra te aviso la hora de llegada, y esperas.

Era tan esforzado  que aun por la noche se le veía moviendo a los taqueros al final de su jornada, lo hacía con una sonrisa. En la familia era ocupado por mi abuelo, que lo ocupaba para que le trasladara el alimento de los puercos. Mi padre, para trasladar los motores y transformadores.

En los tiempos de lluvia las calles del centro de la ciudad se llenaban  de agua, inclusive algunas se convertían en verdaderos arroyos  y ahí tienen al “trabas” cruzando a la gente de un sitio a otro para que no se mojaran. ¡Claro!, con una módica cuota para él por el traslado.

El “trabas” instalaba a las señoras que vendían té de hojas de limón, canela, azahares con su respectivo “piquete” ( aguardiente ) en la esquina del cine; o transportaba  a Rebeca, vendedora en la terminal que ya no le respondían las piernas para nada más.

No sé si en aquel entonces me pregunte sobre el invento de la rueda, probablemente no, pero estaba claro para mí que el carrito del “trabas” era una herramienta completa, esencial, única, indispensable, y esto lo demostraba en su propio movimiento y aligeramientos de traslados cotidianos.

El “trabas” no se preguntó ciertamente sobre el origen de la rueda,  solo la utilizó. ¿Cuándo entonces se inventó la rueda y sus ejes? ¿Dónde  se inventó?

Si usted estimado lector opinaba que era alguna gran cultura conocida, ya advertíamos que no.

“En febrero de 2003, en unos pantanos 22 km al sur de Liubliana, capital de Eslovenia, se halló una rueda cuya antigüedad data desde 3350 a. C. al 3100 a. C. Se la halló junto con su eje; mide 72 cm de diámetro y está hecha de madera de fresno, mientras que el eje, que giraba junto con las ruedas, era de roble, más duro”

La rueda es un gran invento no cabe duda, se hizo de una sola vez y ya quedo, así  son los grandes inventos con gran inspiración.

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo