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EDUARDO J. DE LA PEÑA

El país está entrando a la zozobra, la sociedad en la incertidumbre y ante los aciagos presagios no alcanza a vislumbrar lo que puede ocurrir, pero se imagina lo peor. Lo más grave es que cerca del pánico es más vulnerable a la manipulación y en muchos casos se actúa erráticamente.

En este momento en particular se siente el vacío de liderazgo, pues tal parece que la mayoría de quienes tienen la calidad moral, la inteligencia y el contexto, han preferido dar un paso atrás o bajar el perfil y queda el espacio para que hagan lo que quieran —con buena o mala intención, pero sin efectos de fondo— los que influyen desde las redes sociales y otros medios masivos.

Hay analistas serios que desde hace semanas vienen advirtiendo de un escenario de riesgo en el presente inmediato, y que no se está dimensionando ni teniendo en cuenta pues las mayorías están imaginándose qué nos va a pasar si gana López Obrador.

Hay una escalada de inseguridad grave en el país, basta con ver las estadísticas de asesinatos de candidatos y periodistas, y si unos y otros no cuentan con el aprecio social suficiente como para que los sectores alcen la voz y sacudan a un gobierno que se mantiene pasivo —puede ser por incapaz o pusilánime o en forma calculadora— entonces que analicen la amenaza, hoy real y tangible, para los sectores productivos que sostienen este país.

Los asaltos de la delincuencia organizada,  cobros de piso y «venta de protección» que tanto temor y daño causaron en otros años, están de vuelta con un crecimiento exponencial, en número y gravedad de casos. Por ejemplo una sola de las compañías ferroviarias que da servicio en el país ha presentado cerca de dos mil denuncias por saboteo y asalto en menos de seis meses.

¿Han dimensionado el daño que le hace a la economía del país el sabotaje al tráfico ferroviario? Y no pasa nada, ni el gobierno actúa, ni nadie le exige que lo haga.

La inseguridad por sí misma es una realidad gravísima, pero esto va más allá por el riesgo de una inestabilidad, que algunos calculan podría llegar a ocasionar la anulación del proceso electoral.

La hipótesis, planteada con toda seriedad por analistas nacionales, puede ser exagerada para algunos y la podrán rebatir con argumentos legales sobre qué causa y qué no una anulación, pero de que esto ha salido de control no hay duda.

Y ante una realidad de este tamaño la única participación que vemos es en las redes, y no únicamente de la sociedad civil apartidista, también de liderazgos dentro de las propias estructuras partidistas, que han entrado en una dinámica de querer cambiar el curso de las cosas a base de chistes, memes, la apuesta por la denostación  y no la fuerza de los argumentos.

Los del PAN y los del PRI están igual, esperanzados en que con manipulación van a lograr completar los votos que les faltarán después de los que puedan comprar, y no se dan cuenta que en todo caso están consiguiendo hartazgo y ni logran el crecimiento de sus candidatos ni le merman al puntero, a veces hasta lo fortalecen ya nada más como una reacción de fastidio.

Hoy tendrían que estar concentrados en los electores que pueden hacer la diferencia, los que normalmente no votan, que hoy se están mostrando indecisos y sin elementos para tomar ya una definición que cambie de entrada percepción y después el resultado.

El recurso —con tufo se alguno de esos gurús que igual se rentan al PRI que al PAN— de esta semana fue el supuesto volante de MORENA contra la Virgen de Guadalupe y la Iglesia Católica. Fue burdo, no era concebible que López Obrador y su estructura cometieran tamaña estupidez, pero hubo quienes lo creyeron.

Pero no se reflejó en las encuestas, lo que se generó fue por ejemplo una cadena de oración a San Juan Pablo Segundo, «porque luchó contra el comunismo y hay que pedirle no llegue el comunismo a México». Y eso circuló en las clases media y alta, que se supondría saben las diferencias entre comunismo y socialismo, por ejemplo.

Y si no las saben, deberían de estar conscientes que la oración es buena, de eso ni duda, pero también hay que actuar en forma más efectiva. «Ayúdate que yo te ayudaré».

En otros círculos, y preocupa que sea incluso en sectores culturales y académicos, hay quienes se muestran optimistas y quieren trasmitir tranquilidad con el viejo argumento de que Estados Unidos no va a permitir que México caiga en una situación como la de Venezuela, por ejemplo.

Están perdiendo de vista que hoy Estados Unidos no está gobernado por un estadista, sino por un comerciante urgido de poder cumplir sus promesas, de que los empleos que hoy están en México regresen a su país, que no piensa más que en lo inmediato.

Y sí, a Trump le conviene que México entre en inestabilidad, y hasta aporta a generar condiciones de incertidumbre apretando más a las empresas que tienen capital estadounidense pero operan en México.

Ni allá, mucho menos aquí, hay quien le ponga un alto a Trump y su actuar imprudente, todos los días queda demostrado que hace lo que le pega en gana sin importar si cuesta vidas humanas o convulsiona a alguna región del mundo, como lo hizo la semana anterior cuando decidió abrir una Embajada de Estados Unidos en Jerusalén, agudizando el conflicto entre Israel y Palestina.

El panorama es complejo, el tiempo se agota, para cambiar el curso de las cosas es urgente una participación más decidida y definida.