AVISO DE CURVA

RUBÉN OLVERA MARINES 

“Los cinco candidatos quisieran ir por la vía independiente” 

¿Han notado algo singular y común en los cinco candidatos a la Presidencia? ¿Cuántas veces han escuchado que José Antonio Meade se refiera al PRI o a Nueva Alianza, que Ricardo Anaya presuma los logros o defienda los fracasos del PAN o Movimiento Ciudadano, o incluso que López Obrador reconozca el apoyo que recibe de Encuentro Social y el PT?

Para un país que proyecta el futuro de su democracia en estas formaciones políticas, sorprende que los partidos hayan dejado de ser los protagonistas de la elección.

No vacilemos, la explicación es clara y contundente, aunque lastimera: dentro de las instituciones públicas en México y Latinoamérica, los partidos políticos son las más desprestigiadas y desconfiables que puedan existir. A decir del Informe Latinobarómetro 2017, sólo el 20% de la población confía en estos organismos; ocho de cada 10 personas, los observan con recelo.

Por lo tanto, es lógico establecer que los candidatos y la candidata a la Presidencia, traten de iniciar un proceso de purificación personal, desligándose de los partidos. Al convertirse en independientes, Margarita Zavala y El Bronco, formalmente ya lo hicieron.

¿Y el resto? Jose Antonio Meade, probándose un caparazón ciudadano, nada que huela a PRI y nada que se asemeje al color verde. Para Ricardo Anaya, todo es el Frente, fuera el azul, naranja y amarillo, tres partidos y a la vez ninguno; incluso es claro su alejamiento de las administraciones panistas de Fox y Calderón, como si todo fuera nuevo a partir del Frente.

Con Andrés Manuel, el alejamiento de los partidos tiende a lo prosaico: cuando se le cuestiona de los procesos al interior de Morena o de quién y porqué se seleccionó a Napoleón Gómez para una candidatura, se le nota que entre dientes susurra: “el partido soy yo”.  Un partido cuya sombra del caudillo es tan extensa, que lo consumió. Morena es tan de izquierda y preferido por los votantes, como AMLO lo sea.

Para los cuatro candidatos y la candidata, apartarse de los partidos que los encumbraron a unos y los postularon a otros, es una consecuencia inevitable de un imaginario colectivo que trata desesperadamente de encontrar pureza en las personas y atisbar el vicio en los partidos.

Una convergencia fatal atrapó en su vórtice a los partidos. Por una parte, la desconfianza ciudadana les confiscó sus credenciales que los identificaban como instrumentos de representación para cristalizar una aspiración en acción de gobierno. Y, por la otra, sus propios integrantes que, desde hace tiempo, pero particularmente en esta elección, los han hecho caer en desgracia y consumir sus últimos soplos de decoro. Primero, porque la negación recurrente significa aceptación del descredito; queda la impresión de que todos quisieran ser independientes. Segundo, porque en esta elección, con sus incontables renuncias y posteriores adhesiones en busca del cargo, los políticos han reducido a estas organizaciones a agencias desechables, si el organismo no cumple sus aspiraciones personales.

En tanto el nombre del político aparezca en las listas, el partido es “pura democracia”, “auténtico representante de las luchas sociales”, pero llega el momento de que el partido, después de haber ocupado una infinidad de cargos, le requiere esperar a una próxima elección para dar oportunidad a un nuevo cuadro, arde Troya, el partido se transforma, se “desvía de las causas sociales” y se “aleja de la senda democrática”. Luego, ya sabemos lo que acontece: el político termina adhiriéndose a otro partido, luego a otro, y más tarde estará en uno nuevo o creará uno propio. El cargo nutre de amor al concubinato entre político y partido. Se acaba, y llegan los celos, luego el rompimiento y, por supuesto, un nuevo enamoramiento.

Ahí está la convergencia, para que los partidos resulten salpicados por las fallas e indiferencias de quienes los dirigen y representan.

He pensado incluso que aquel candidato que se muestre orgulloso de lo que es y defienda lo que en los hechos representa, sin mesianismos o franquicias personales, podría ser la opción menos trágica para el país. Primer aviso.

 

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