INDICADOR POLÍTICO

CARLOS RAMIREZ 

LA GUERRA TRUMP-PEÑA

Nadie debe llamarse sorprendido. México lleva casi dos años padeciendo las agresiones de Donald Trump −como precandidato, candidato y presidente−. Lo que sí debe atraer la atención crítica es la pasividad −primero− del gobierno mexicano ante los estilos de Trump y −segundo− la falta de una estrategia en las relaciones con la Casa Blanca. Desde agosto de 2016 la relación con Trump ha estado bajo la responsabilidad de Luis Videgaray Caso y los saldos están a la vista: el presidente estadunidense está buleando a México. El presidente Peña Nieto está obligado a regresar la relación México-EE.UU. al terreno geopolítico y no seguirse hundiendo en la retórica nacionalista que aporta bonos pero no soluciones.

Análisis Estratégico

México, aún sin saber qué hacer con los EE.UU.

Hasta la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca en enero de 1981, el expediente México en la comunidad de la política exterior de los EE.UU. acumulaba polvo en los escritorios. Había una especie de decisión ejecutiva de confiar en el PRI para el mantenimiento de la estabilidad mexicana. El problema más grave, desde la época de Nixon, era el cruce de drogas; pero la Casa Blanca

jugaba a las apariencias: se enojaba con México en público y estaba complacido en privado que hubiera alguien que cargara el pesado lastre de la producción de drogas para los consumidores estadunidenses.

Los focos amarillos se encendieron en 1972 con el discurso radical del presidente Echeverría y sus relaciones con gobiernos de centro-izquierda y socialistas. En campaña, Echeverría había pronunciado una frase que causó extrañeza: el entonces candidato priísta había declarado la independencia política de México y había agregado: “que se escuche bien en Washington, Moscú y Pekín”. En Los Pinos, Echeverría había consolidado relaciones con Cuba, China y Chile. Y sobre todo, había iniciado una cruzada para construir un sistema financiero internacional más justo para los países en vías de desarrollo con la bandera de su Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados.

Pero a pesar de estos destellos no estadunidenses −no anti−, ni México ni su presidente fueron una preocupación. Reagan, en cambio, pidió a la CIA −la historia la cuenta Bob Woodward en Las guerras secretas de la CIA− que fabricara un análisis para advertir que México era el siguiente Irán: una revolución ultranacionalista y religiosa contra los EE.UU. Luego del fracaso de la estrategia, a la Casa Blanca llegó George Bush Sr. y en México Salinas de Gortari y los dos firmaron el tratado de comercio común.

El Tratado tuvo como paso clave uno que ha sido poco estudiado. En 1987 el gobierno de Miguel de la Madrid promovió la creación de una comisión oficial binacional para revisar las relaciones, en la que del lado mexicano estuvieron Héctor Aguilar Camín y Carlos Fuentes, entre otros. El objetivo: saber qué estaba fallando en la cultura de cada país para lograr una mayor integración. El reporte fue entregado en 1988 y se tituló El desafío de la interdependencia. Los miembros de la comisión concluyeron en su parte medular que la educación y la cultura en ambos países estaba diseñada para la confrontación y los dos países se comprometieron a cambiar libros de texto y referencias culturales.

Para México, con el Tratado de Comercio Libre para América del Norte, los EE.UU. pasaron del conflicto histórico del siglo XIX −los EE.UU. le robaron a México la mitad de su territorio− a aliados comerciales interdependientes. A la larga, ni México ni los EE.UU. modificaron los parámetros culturales y educativos. En los gobiernos de Bush Sr., Clinton, Bush Jr. y Obama los conflictos fueron de circunstancias. A México le benefició el TCL porque multiplicó casi por diez las exportaciones, pero sin modificaciones en su desarrollo mediocre: en los años del Tratado cuando menos doce millones de mexicanos han ingresado ilegalmente a los EE.UU. a trabajar, los mismos que el presidente Trump quiere regresar. De 1989 a 2017 hubo negociaciones para deportaciones y legalizaciones.

Trump se encontró con el discurso migratorio como bandera de campaña y la ha mantenido rumbo a su objetivo de reelección en el 2020. Pero nadie debe sorprenderse del Trump que usa la guardia nacional −no el ejército ni los marines− para vigilar la frontera con México. Lo que sí sorprende es que el gobierno del presidente Peña Nieto no haya preparado un plan estratégico para enfrentar las amenazas −que rayan en bullying− y que su única respuesta formal y frontal haya sido el mensaje por televisión a Trump del jueves 5 de abril acusando a Trump de frustrado.

El conflicto coyuntural es simple: Trump quiere reducir la población ilegal mexicana y poner más filtro al cruce también ilegal y acusa a los ilegales de ser fuente de criminalidad. La construcción de un muro, la deportación de ilegales, el cierre de oportunidades −DACA, programa de facilitación de estancia−, la acusación al tráfico de drogas y el uso de la guardia nacional es facultad legal de la Casa Blanca; sin embargo, no es −como dijo el presidente Peña− un problema local de los EE.UU. sino que tiene que ver con mexicanos ilegales.

Pero desde que Trump sacó el tema de los ilegales como precandidato, México no ha tomado ninguna iniciativa −ninguna, en efecto− para atender la parte que le corresponde. La estrategia del presidente Peña Nieto −más bien: la no estrategia− ha sido la del punching bag que resiste todos los golpes sin devolver ninguno. La relación directa de México con Trump ha estado en manos de Luis Videgaray Caso, el responsable de la política económica que fue designado secretario de Relaciones Exteriores y desde cuyo desconocimiento de la tarea lo llevó a decir que llega a la dependencia “a aprender”.

La crisis en las relaciones bilaterales se resume a un solo tema: la migración ilegal. Se puede caracterizar a Trump de racista, pero el tema seguirá latente: los EE.UU. de Trump no quieren ilegales y operan para disminuir el porcentaje de la población hispana porque a finales de siglo podrían ser mayoría. Los hispanos en masa llegan a territorio estadunidense en busca de mejor nivel de ingresos, aunque su calidad de vida es peor por los esfuerzos en el trabajo y el racismo tradicional. Pero desde el primer aviso de Trump contra México y la amenaza del muro no ha llevado a ninguna decisión estructural en el gobierno de Peña Nieto para ofrecerles a los mexicanos mejores niveles de vida.

La estrategia de México respecto a la Casa Blanca a sido de apuestas: que Trump no llegara, que al llegar los problemas locales fueran mayores, que su discurso anti migrante fuera retórico de campaña, que aceptara la realidad de los migrantes asentados aún ilegalmente y que los demócratas lograran recuperan sus espacios de poder. Y de paso, que Videgaray consolidara una relación personal con Jared Kushner, el yerno de Trump con el cargo oficial de consejero especial del presidente.

Los Pinos no han entendido la psicología de poder de Trump ni ha comprendido que Trump siempre le carga la culpa a los demás. En la Casa Blanca, Trump ha hecho lo que ha querido; y lo que no ha podido conseguir, pronto lo tendrá. Los demócratas están diezmados, apabullado, dispersos, sin capacidad opositora. Toda la apuesta se centra en la posibilidad de que logren enjuiciar a Trump por el caso Rusiagate, pero con la expectativa de que quizá no lo logren antes del 2020 y Trump se reelija.

Todas las gestiones de Videgaray han fracasado porque buscan convencer a un político que ha sobrevivido porque nadie lo ha convencido. El plan bilateral del presidente Peña Nieto de entregarle a Videgaray el manejo de la relación ha fracasado porque no hay una estrategia geopolítica, de poder y de seguridad nacional. Desde 2015 el presidente Peña Nieto debió de haber creado un grupo de negociación como consejo de seguridad nacional. El tono nacionalista del mensaje a Trump del jueves 5 de abril fue retórico, provocados y generará reacciones más fuertes que México podría no resistir.

Los objetivos estratégicos de Trump no son difíciles de establecer:

1.- Convertir a México en discurso de campaña para las elecciones legislativas de 2018 y las presidenciales del 2020.

2.- Usar el tema migratorio como parte de su modelo ideológico racista, puritano y hegemónico.

3.- Reducir el déficit comercial con México para la reconversión industrial de la planta capitalista.

4.- Potenciar el eje de seguridad nacional como el factor de cohesión de su base conservadora interna.

5.- Regresar a México a la condición de país satélite de los intereses estadunidenses.

6.- Reconstruir el dominio imperial estadunidense en el mundo por la vía de la fuerza.

7.- Romper con el modelo concesionista de los presidentes Clinton, Bush Jr. y Obama que le redujeron hegemonía a los EE.UU. en el mundo.

8.- Construir una élite dominante en el área de seguridad nacional con enfoques de reconquista.

9.- Dejar de cargar con países que no le aportan riqueza y dominio a los EE.UU.

10.- En efecto, reconstruir la grandeza de América, pero la grandeza imperial.

A lo largo de más de dos años México ha estado con la esperanza de que Trump cambie, que vea a México como un aliado y que acepte la realidad de los migrantes ya asentados en territorio estadunidense. Pero lo ha hecho sin política exterior, sin diplomacia, sin expertos, sin una estrategia de política exterior, sin un cuerpo diplomático experimentado y, sobre todo, sin malicia.

Asimismo, México ha tenido suficiente tiempo para trabajar internamente en los temas que repercuten en los EE.UU.: migración ilegal, violencia criminal en la frontera, tráfico de drogas, posibilidad de que el terrorismo se infiltre por el sur. La amenaza de usar la guardia nacional ha estado siempre en la agenda de Trump y México ha carecido de medidas para no llegar a ese extremo.

Las limitaciones geoestratégicas de México no llevaron a medidas radicales de respuesta a la guardia nacional, sino que se agotaron en un mensaje retórico, nacionalista y provocados de respuestas que serán más graves. México debe tomar medidas radicales en materia de migración ilegal, tráfico de drogas, violencia en la frontera y reorganización del bloque diplomático para casos extremos de agresiones estadunidenses. Si la respuesta se agota en el mensaje del presidente Peña Nieto, de nueva cuenta Trump habrá ganado porque bastará con ignorarlo y seguir con sus acusaciones, deportaciones y militarización de la frontera.

Las agresiones de Reagan, las exigencias culturales y educativas del Tratado, el abandono de México por parte de Clinton, Bush Jr. y Obama y el cambio preocupante en la mentalidad conservadora estadunidense −pasando a ultra derechista− permitieron que el pensamiento estratégico en Los Pinos y en la diplomacia mexicana se enmoheciera. Desde el principio se advirtió que era un error estratégico darle al economista Videgaray el manejo de la geopolítica exterior con los EE.UU. y ahora se pagan las facturas de esa equivocación.

México no necesita romper relaciones con los EE.UU., ni acusar a Trump de frustrado, ni endosarle a la Casa Blanca el costo del tráfico de drogas que ya metió a cárteles mexicanos en el control de la droga al menudeo en tres mil ciudades estadunidenses, ni disculpar a los migrantes ilegales que compraron documentos falsos para vivir en ese país, ni asustarse con la militarización de la frontera si en México las fuerzas armadas han sido las únicas capaces de contener el avance del crimen organizado, ni desempolvar el nacionalismo rancio del viejo priísmo previo al TCL.

La pérdida del control de seguridad nacional de la frontera México-EE. UU. por responsabilidades de ambos gobiernos es una realidad. La Casa Blanca dio un paso audaz y radical con el uso de la guardia nacional y ahora le corresponde a México no quejarse sino construir una estrategia fronteriza interdisciplinaria con objetivos de retomar el control estratégico de un punto de fricción histórico con Washington.

El mensaje del presidente Peña del jueves 5 de abril fue una provocación, no un anuncio de soluciones.

EE.UU. en la agenda de los candidatos

A pesar de que el presidente Peña Nieto retomó frases de los cuatro candidatos presidenciales en su discurso del 5 de abril, en la realidad ninguno de los abanderados ha planteado alguna estrategia para una solución integral no sólo en el ámbito de la relación México-EE.UU., sino en la solución de los problemas que ocasionan que por un lado el narcotráfico se haya convertido en un negocio floreciente en ambos lados de la frontera, así como en la falta de oportunidades laborales que obligan a mexicanos a buscar empleo en la Unión Americana.

Ni las declaraciones de López Obrador acerca de que planteará con firmeza que México es una nación soberana y que merece respeto ante Trump, ni las palabras den inglés de Ricardo Anaya de que no se pagará ni un centavo por el “fucking” muro o de que las provocaciones del mandatario estadounidense son inaceptables e insultantes, sirven para resolver este tema.

Y es que las plataformas electorales no ofrecen pistas de que en la agenda de los candidatos se encuentre una estrategia integral que abarque generación de empleo, programas de desarrollo en regiones tradicionalmente expulsoras de mano de obra, seguridad pública, todo esto vinculado con el tema de las relaciones con nuestro vecino del norte y el fenómeno de la delincuencia transnacional.

Es decir, la retórica continuará siendo el eje de las campañas, pero sin dedicar tiempo a verdaderos planteamientos que permitan detallar la manera en que se resolverá uno de los problemas que aquejan a los mexicanos y del cual derivan otros más: el mantenimiento de un alto porcentaje de la población en condiciones de pobreza y sin oportunidades de desarrollo y empleo.