EL MESÓN DE SAN ANTONIO

ALFONSO  VÁZQUEZ SOTELO

Pensar el olvido es una tarea con una dinámica que pone  un ronroneo en la cabeza  en  determinados tiempos del hombre y la mujer. El recuerdo y el olvido tienen su espacio en cada uno de los momentos de nuestra vida. En ella nos  hace pensar en cosas que sucedieron,  nos traslada   a nuevas turbaciones como el de pensar que en definitiva olvidaré todo. ¡Cuidado! alguien cuenta que si a los 50 no te da Alzheimer  ya no te dará, pero no estoy tan seguro  de ello.

Cuando sucede que nos olviden por alguna razón como la emigración, disgusto o falta de empatía, los distantes nos miran con recelo como si fuéramos un lobo de aspecto horripilante en medio de la noche  y del fuego.  Alguna razón deben tener para olvidarnos, quizás esa presencia cotidiana  inexistente.

El olvido trata de una acción involuntaria que supone dejar de conservar en la mente información que ya ha sido adquirida. En otro aspecto del olvido suele estar asociado con  la falta de atención  o concentración. Recuerdan los días infaustos de la escuela primaria cuando solo había listos y tontos, salón A  y salón B; eso sin duda ni acordarse vulnera. Alguien me dice  que eso no debe mortificar, pero no debemos recordarlo, ¿para qué?  Incomoda.

Cuando uno emigra  olvida  ¿para qué cargar con el recuerdo? De la primaria solamente recuerdo a cuatro o cinco compañeros, entre ellos a Ricardo, pues era más chaparro que yo; es decir, éramos los dos primeros de la fila, pero  ya no recuerdo cuantos centímetros teníamos de diferencia, ¿ese olvido será importante?

A las maestras de la formación elemental las recuerdo por razones diversas. Guadalupe, la de primero de primaria, está presente por sus reglazos. Ella utilizaba  una vara de membrillo que blandía a diestra y  siniestra,  como  si fuera el quinto  mosquetero   de la novela de Alejandro Dumas. De la maestra de segundo año recuerdo el sopor, porque  estuvimos en clase  después de comer, aprendiendo las tablas  de multiplicar  al ritmo de ella y al sonsonete de todos. La de tercero tenía una pierna más corta que al otra, chaparrita pero  férrea como un lingote, fue la misma de cuarto año. La maestra de quinto año está presente,  pues gracias a su bondad, aprobé el  año. Y  finalmente la maestra Lola,  de sexto año, que era toda sabiduría y experta en geografía siempre  sonriente. En todo eso hay mucho olvido

¿Recuerda usted  cómo emprendió el aprendizaje en secundaria? Existe en mí un vacío a toda prueba. Disimulamos  ¡te estoy hablando, Miguel!  Ese periodo  fue un mal sueño para mí,  con una ilusión intermitente surgida de la tierra sin compasión y aliento, como vivir más o menos de lo debido con aquella pubertad tan aguda y aletargada, no la recuerdo, pronto la perdí.

De la secundaria, los recuerdos de los  maestros  están más bien en el olvido; solo dos maestros recuerdo, uno  por ser un rayo iracundo y moreno con un apellido imperdible, era ¡VIRGEN!  Un apellido difícil de olvidar. El otro lleno de bondad, al que le pusimos Mitsunori Seki.

En la preparatoria todo fue  saludable, época de ilusiones y arrojo;  siento aun caminar con alguien muy cerca. El olvido es menor.

En profesional hay varios  maestros con mucha  luz, como Luis, quien nos impartió  filosofía de la historia. Ernesto nos enseñó antropología y Alfredo mi director de tesis  y maestro de historia regional. Con todos ellos establecí excelente comunicación y bien los recuerdo.

Muchas veces los seres humanos sentimos que estamos olvidándonos de algo, pero no podemos especificar de qué se trata; para algunas personas, esta sensación es recurrente. Si no hace algo al respecto, se convierte en una molestia, en una traba a la hora de comprometerse  con el mundo exterior.

Usted, estimado lector ¿tiene olvido?

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo