TITANES DEL PACÍFICO: LA INSURRECCIÓN

VÍCTOR BÓRQUEZ NÚÑEZ 

Mucho ruido para tan pocas nueces. Esta secuela no posee la inspiración que tuvo en 2013 el director mexicano Guillermo del Toro, conformándose con exacerbar la cuota de ruido y estímulos visuales para esconder la carencia de ideas y de mejores logros en lo fílmico.

En un instante en que el cine comercial sigue sacando secuelas, precuelas y cuanta idea reflotada pueda, un estreno como “Titanes del Pacífico: La Insurrección” tiene su cuota de encanto si y solo si el espectador se desentiende de la lógica del relato (¿la tiene?) y se deja llevar por el estruendo de las peleas que se suceden sin descanso al menos en la media hora final.

Dirigida por Steven S. DeKnight, éste demuestra que puede darle una honrosa continuación a la película que hace cinco años reflotó la carrera de Guillermo Del Toro, hoy famoso por el Óscar logrado con su filme “La forma del agua”, y que sobre todo sabe manejar las secuencias de batallas épicas, de ésas donde se destruyen edificios con la misma facilidad con que se alcanzan soluciones inverosímiles para salvar a la Humanidad en el último minuto.

Desde luego que lo mejor que tienen estas películas es cuando los directores de turno no se toman en serio el material que tienen entre sus dedos y entienden que toda historia –por tonta que sea y ésta es de ésas donde no se puede medir nada con la lógica habitual-  pueden ser divertidas cuando los enemigos colosales se ponen a pelear en las ciudades más exóticas, en este caso Tokio.

El realizador supo desde el comienzo que acá, tratándose de una secuela, había que eliminar las explicaciones y sumarle explosiones, destrucción y villanos de caricatura para que el asunto pudiese funcionar de manera digna en el género de aventuras en que se desarrolla todo el asunto.

Conviene recordar que en 2013, el hoy famoso y premiado Guillermo del Toro estrenó “Titanes del Pacífico”, que era un excelente homenaje del género fantástico y de ciencia ficción, con una clara alusión a las películas japonesas que prosperaron después de la Segunda Guerra Mundial, nacidas como producto del terror que supuso para Japón la destrucción de dos ciudades, producto de los ataques con bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. En ese contexto, el director Guillermo del Toro homenajeaba de modo concreto a toda una generación que creció bajo la sombra de aquellas inolvidables cintas como “Godzilla” y sus secuelas.

Dado el éxito comercial de ese filme, era inevitable pensar en que pronto llegaría la inevitable secuela, pero con otro director –considerando que Del Toro estaba abocado a nuevos proyectos- que, desafortunadamente no alcanza la cuota de calidad que impuso el realizador mexicano, entregando solamente un filme entretenido, ruidoso y sin mayor trascendencia en un género que se caracteriza por instantes de notable inspiración a lo largo de su historia.

El problema mayor de esta segunda parte de “Titanes del Pacífico” radica en que se trata de una película donde no existen sorpresas, construida a partir de un guion elemental, que pone todos sus esfuerzos exclusivamente en el incesante despliegue de efectos visuales, que van y vienen para demostrar el poder de los ingenieros para hacer creíble lo que no existe y para narrar los enfrentamientos entre gigantes (monstruos destructores y máquinas piloteadas por humanos) que son demasiado parecidos a los Transformers.

Donde no decepciona es en ese aspecto: el ruido, los estruendos, la eterna destrucción de ciudades como Sídney y Tokio pero todo lo demás es obvio y predecible, incluyendo las arengas y los héroes instantáneos.

En el plano actoral, se nota el esfuerzo del protagonista John Boyega (Star Wars) por liderar una película donde los humanos quedan reducidos a su mínima expresión entre tanta maquinaria y chatarra, y se evidencia que en este caso en particular se quiso hacer un homenaje directo a la gloriosa tradición asiática del género, sin alcanzar ni espesor dramático, ni alguna cuota de novedad que refrescara la historia donde, por desgracia, hasta el villano resulta débil y poco creíble en sus motivaciones.

De este modo, “Titanes del Pacífico: La Insurrección” es una película que mete ruido desde el inicio, que destruye ciudades con una facilidad pasmosa y que tiene al menos una secuencia final llena de estridencia y estímulos visuales pero que, más allá de aquello, no es más que una secuela tan innecesaria como previsible.