EL MESÓN DE SAN ANTONIO

ALFONSO VÁZQUEZ SOTELO

Sentirse menos es un malestar muy común y al que nos enfrentamos cotidianamente. Éste se manifiesta porque uno se siente incapaz, limitado, con una paralización general. El problema de las personas que se sienten inferiores es la autopercepción. Esa actitud hacia nosotros mismos no tiene objetividad, es tan subjetiva que se convierte en un tormento.

Puede uno sonreír, incluso hasta integrarse en charlas o conversaciones, parecer normal, pero está dolido y piensa: los otros tienen mejores cosas que yo, el pasto es mejor en otro predio. Esa sensación emocional de capacidades limita, uno no sabe hacer nada de pronto y pareciera lesionado con dolores espantosos. La sensación de autoestima tan baja tiene consecuencias, por lo que la pasión se esfuma por los agujeros de esa tela que nos cubre.

Sin duda, nuestra sociedad tan estratificada con categorizaciones absurdas ayuda a consolidar bloques que se convierten en contrarios a uno mismo sin razón alguna.

Cuando logras poner fin a tu intranquilidad bárbaramente larga, abres los ojos y chocan en tu cabeza pensamientos nocivos y peligrosos. Después de un vela duerme donde has soñado casi realmente que te persiguen, sales a gritar porque será otro día negro o verde, ya no sabes qué color pero sientes que será tan denso como la melcocha.

La ropa antes de colores más vivos comienza a ser más oscura, quieres pasar desapercibido y hay frases que se te agolpan, «tú no sabes hacer eso”, «no saldrá bien”.

Tenemos un caminar más lerdo y buscamos aislarnos a la brevedad. Que todo acabe pronto. Lo que anteriormente hacías perfectamente ahora dudas en realizarlo, es más, sabes que te saldrá mal y te preguntas: ¿Para qué lo intento? ¿Por qué me siento inferior? ¿Beneficia a alguien que me sienta interior?

La autopercepción que se tenga de uno mismo, el cómo te ves, es lo que determina la forma en que procesamos la información del exterior.

Es decir, la visión que tenemos de nosotros mismos es lo que marcará la manera en que percibamos, procesemos, almacenemos y recordemos las experiencias que nos ocurran.

Ubiquemos el problema que no está en los demás; el problema tiene que ver con uno y su mundo interior.

Cuidado, porque nuestra sociedad produce una desigualdad e injusticia en los comportamientos. Debemos tener una pizca de humanidad, de buen humor, de alegría. También debemos buscar una forma de pensar que sirva para afianzarse en un entorno hostil.

Al dicho: la conciencia no lo permite, debemos responder con ideas fuertes, no sólo para sobrevivir, sino para caminar con paso firme para alegrar más nuestra vida.

Nuestra sociedad produce, por la famosa idea de éxito, al éxito como producto ideal y entonces se dice: «en la vida hay pendejos y yo”.

¡Pobres! ¡Pobres! Y pensar que hay instituciones que llevan a los alumnos al éxito como meta última de realización humana.

Todo esto que platico no es nuevo en la existencia humana, los señores y súbditos creaban esa condición, el rey y sus súbditos, los letrados y los iletrados, los intelectuales y los obreros, la condición de mujer y de hombre, de gobernante y gobernado. El hombre y la mujer los han echado a caminar sin rumbo, sin cobija, sin petate. Veamos la luz al final de este túnel, ya que sentirse inferior puede desembocar en una depresión y hasta en el propio suicidio.

Deberíamos tener una ascendente que cambie desde la base, la educación, trabajando la seguridad y confianza en sí mismo. Nuestra educación debe generar un amor por la vida, la tolerancia, la seguridad y por la confianza. La competencia entre sabios y tontos no debe existir más.

¿Cuántas veces al día te comparas con alguien? Olvida eso, comienza a querer tus defectos,  a vivir con dignidad; lo trompudo y viejo no es limitante para andar por la vida, tus pensamientos crean tu realidad y si te empeñas en pensar y en repetirte que vales menos que los demás, lo único que verás son pruebas que lo confirmen. Que tu alegría se imponga de forma real la construcción de un mundo mejor.

Cuando todo esto no lo provees viene el desastre. Quiérete a ti mismo, respétate ¡nadie es más que nadie!

¿Usted qué opina estimado lector?

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo