AVISO DE CURVA

 RUBÉN OLVERA MARINES 

El melancólico final de Peña Nieto 

La presidencia de Enrique Peña Nieto se asemejó a una de esas series dramáticas de Netflix en donde el protagonista, constante, pero a la vez decadente, se enfrenta a una nueva tragedia en cada capítulo. Lamentablemente, para el aficionado a las segundas temporadas, el actor principal dejó de llamar la atención desde los primeros capítulos.

Probablemente, desde la campaña por la Presidencia, con aquella amarga escena en la Universidad Iberoamericana, en donde nuestro protagonista fue abucheado, insultado y obligado a escapar por la puerta trasera del recinto, sin que mediara una respuesta profesional y creativa de por medio, marcó lo que sería su sexenio –sin que éste iniciara todavía–. Una resolución anticipada. Un anticlímax, dirían los guionistas.

El resto de las escenas han sido una serie de epílogos de un final adelantado. Como el reciente acto, en donde el presidente electo, López Obrador, en el marco del inicio formal de la transición administrativa, con la seguridad de portar 30 millones de votos bajo el brazo, frente a Peña Nieto, insistió en que cancelará la reforma educativa. Un hecho que no debería tener la mayor trascendencia mediática, incluso podría destacarse como un signo democrático en donde dos visiones del país confrontan sus argumentos, se convirtió en la evidencia de la debacle emocional del actual presidente. Al igual que frente a Donald Trump, que ha ganado la mayoría de las confrontaciones mediáticas sostenidas con un reservado Peña Nieto. Lo mismo que frente a periodistas, cuando el presidente, en un arrebato de exasperación, dejó ir aquella desafortunada frase «Ya sé que no aplauden”. En esta ocasión, al presidente también se le notó retraído, poco elocuente y hasta contrariado para defender una reforma que, en sus palabras, fue de las acciones más importantes de su sexenio. Había en su léxico esa tristeza permanente y profunda de quien no se encuentra a gusto con lo que hace.

Sólo compara las distintas intervenciones. López Obrador subrayó: «Quiero dejar claro que se va a cancelar la reforma educativa y va a ser sustituida por otra reforma que va a tomar en consideración el punto de vista de maestros y padres de familia”. En cambio, el periodista del El País, Javier Lafuente, destaca sabiamente, la tibieza del actual presidente y cómo, con palabras, trató de «amortiguar” el golpe que le fue asestado: «No hay disputa, hay puntos de vista distintos. Ambos gobiernos queremos que los jóvenes tengan una buena educación, respetamos que haya una visión diferente”.

Claro que hay una disputa. Por supuesto que hay dos visiones diferentes. Pero los maestros, alumnos y padres de familia que están de acuerdo con los planteamientos de la reforma educativa, no deseaban escuchar eso de quien fue su principal impulsor. Ellos, considero, esperaban una reacción más sonora y fundamentada de Enrique Peña para defenderla. No importan ante quién ni cuándo, para eso es todavía el presidente.

Si alguien considera que el PRI o el próximo ex presidente se podían conformar como una autentica oposición, y defender con ímpetu las reformas estructurales que emprendió la actual administración, está equivocado.

Si como presidente Enrique Peña se mostró frío para defender sus propias acciones, al grado de excusarse con las siguientes palabras: «Quiero pedir perdón por los desaciertos, por las fallas, la insuficiencia en explicaciones, si a alguien agravié le pido perdón, no a un destinatario en particular, si alguien se sintió lastimado le ofrezco una disculpa…”, imagínese cómo será una vez que se encuentre fuera del poder.

¿Acaso hemos escuchado a los ex presidentes Calderón, Fox o el propio Salinas, excusarse por sus actos? Y no es que las acciones de los tres hayan sido perfectas e inmaculadas, sino que, en términos políticos, el ejercicio de un funcionario se juzga en las urnas o en los tribunales. No debería suceder que sea la palabra de un funcionario la que justifique, disculpe o presuma de sus obras, sin pasar por la rigurosidad de la opinión pública y por la sentencia del voto ciudadano.

Enrique Peña ya fue juzgado el 1 de julio. Las disculpas salen sobrando. La salvedad jamás suavizará la falla. Si no es capaz de defender con razones y elocuencia su propia administración, no le queda al ex presidente más que emprender un largo viaje, y dejar al PRI que se busque un nuevo liderazgo.

 

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