Salvador Hernández Franco «Salvatore»: Una vida dedicada a la lucha libre

Fue en la desaparecida Arena Otilio «Zurdo» Galván que el 2 de agosto de 1977, un réferi vestido de blanco y negro anunciaba: «en esta esquina el ‘Chamaco Leopardo’ y en esta otra ‘Salvatore'», y con ello el debut como luchador de Salvador Hernández Franco, hombre que dedicó 40 años de su vida al deporte de los cuadriláteros, las llaves, los vuelos, las máscaras y cabelleras.

«Mi pasión es la lucha libre. Me dio cosas muy hermosas. La lucha libre sigue siendo mal pagada, pero nos gustó mucho el deporte. Desafortunadamente mis piernas ya no me ayudan para andar en esos trotes. Si yo pudiera, con toda el alma me subía a enseñar lo que es la lucha libre. La lucha libre es una escuela de vida», comentó en entrevista con El Heraldo, Salvador Hernández Franco.

En sus comienzos como luchador −disciplina que práctico por 13 años en el bando de los rudos−, portó una ‘tapa’ en tonos rojo y amarillo, convirtiéndose en uno de los enmascarados más populares de la lucha libre saltillense, hasta que la perdió contra Águila Salvaje, quien fuera su discípulo al inicio de su carrera.

«Perdía y ganaba, y ganaba y perdía, pero ya me gustó estar arriba. Para mí la máscara fue muy sagrada, y me dolió mucho perderla y más como la perdí, pero alumno supera al maestro. Mi alumno fue quien me ganó mi máscara. Siempre quería superarse y que bueno que se superó. Ya uno de viejo va para atrás», recordó.

Fotografías, trofeos, algunos de sus vestuarios y vivencias que guarda en su memoria, decoran la vivienda de Salvatore, quien compartió ring con iconos luchísticos como el legendario Zorro Plateado, Lobo Yaqui, Imperio Rojo y Martín «Copetes» Palomo. En su opinión, estas figuras hacen mucha falta como mentores de las nuevas generaciones de luchadores amateurs, a los que, según él, les hace falta compromiso y técnica, esto a causa de la lucha libre extranjera de empresas como WWE, que pugna más por el espectáculo que por la calidad en sus luchadores.

«Ya no es la lucha libre que había antes. Para ser luchador se debía temer conocimientos de lucha olímpica, grecorromana, y ahora con dos o tres semanas que se suben al ring ya son profesionales.

Son luchadores (los de la WWE), pero tendrá apenas como de tres años para acá que están aprendiendo lucha libre mexicana. Hasta hoy la empiezan a ejecutar. La lucha es de México, hay que reconocerlo», comentó.

SU FACETA COMO RÉFERI 

Al paso de su carrera deportiva, Salvatore empezó a interesarse por la reglamentación de la lucha libre mexicana. Fue así que abandonó el ring como ejecutante, para convertirse en uno de los réferis más «odiados», de las arenas Pabellón del Norte, Obreros del Progreso, y de la desaparecida Paraíso.

«En primer lugar me convertí en réferi por conocer el reglamento de la Comisión de Box y Lucha, para poder ejecutar el reglamento que muchas de las veces nos lo pasamos con los ojos vendados y actuamos injustamente. A pesar de que fui rudo, siempre fui legal. Honor a quien se lo merezca, sea técnico o rudo», expresó.

Ya como ejecutor de las reglas, Salvatore cubrió eventos en los que participó la original Parca, los Huracanes Ramírez; además de ser testigo del retiro del recientemente fallecido Rayo de Jalisco y Perro Aguayo. Hernández asegura que la figura del réferi es amada y odiada al mismo tiempo. Indicó también que siempre disfrutó de «muestras de cariño» por parte de los aficionados.

«Para mí las mentadas de madre son como aplausos, son como si me aplaudieran, como si me elogiaran porque soy bueno. Yo soy más derecho que un pelo de borrega. Duré muchos años referiando. Siempre me tocó referiar la AAA, que en la actualidad es más espectáculo que lucha libre. El cuadrilátero es para trabajar y para que todo el público lo disfrute», platicó

El espacio luchístico de la Arena Obreros del Progreso fue el último que recibió al hombre que este año celebra 66 años de edad, y que tuvo que retirarse a causa de las lesiones que padece en sus rodillas, a raíz de que en alguna ocasión, la luchadora Martha Villalobos le cayera encima, lastimándolo gravemente.

«Fue la última vez que mis extremidades me permitieron subir al ring. En mi pensamiento estaba seguir referiando más, no era para tomar un retiro. Mi idea era seguir adelante, pero mis rodillas no pudieron, ya no me dejaron trabajar. Que me dijeras ‘ahí viene el viejito’, no le hace, pero este viejito les dio muchas satisfacciones, muchas risas, muchas lágrimas y muchos corajes también», remarcó.

13 años como luchador y 27 como réferi hacen de Salvatore una verdadera figura de la lucha libre saltillense, práctica cuya disciplina, en sus palabras, debería ser tomada por las nuevas generaciones como ejemplo de una vida sana y de progreso.

«Para mí fue lo mejor de mi vida, fue una terapia. Los niños en vez de ir a la plaza o la esquina o a la drogadicción, deberían acudir a la lucha libre.

Tengo mucho que agradecer a la lucha libre. Estoy muy agradecido con la vida, con Dios. Gracias a todo el público. Salvatore es el aplauso, es la mentada de madre, es la lucha libre. Para mí la lucha libre es la vida». (OMAR SOTO)