AVISO DE CURVA

RUBÉN OLVERA MARINES

El DIF Coahuila, renovarse o dejar que la crisis se agrave

Lejos de tratarse de acontecimientos aislados, el incremento en el consumo de enervantes y alcohol, el crecimiento de denuncias por violencia intrafamiliar, el alto porcentaje de niños y jóvenes con obesidad y el abandono escolar debido, entre otros factores, a un embarazo prematuro, nos advierten sobre una nueva crisis social, desplazando a las otras crisis (política, financiera, seguridad, económica) que antes amenazaban con estancar el desarrollo de Coahuila.

Las otras crisis no pierden vigencia. La inseguridad, la deuda, el desempleo o una parálisis en el Congreso estatal, amenazan con perturbar, en cualquier momento, la estabilidad y el desarrollo de Coahuila. Sin embargo, cuando, como ya lo señalamos en la columna pasada, Coahuila se convirtió en el segundo estado en donde más creció el consumo de drogas en los últimos años, o cuando Miriam Cárdenas, presidenta del Tribunal Superior de Justicia, nos advierte que los casos de violencia intrafamiliar crecen hasta convertirse en uno de los principales problemas del estado, ya es demasiado para asegurar que estos problemas están afectando a un gran número de coahuilenses, perturbando su tranquilidad y afectando su derecho a desarrollar una vida plena.

La crisis social, humana en términos de sus efectos, se ha convertido en el principal reto del gobernador Miguel Riquelme. Dicho con la mayor precisión: la drogadicción, alcoholismo, suicidios, embarazos en adolescentes, abandono escolar, obesidad infantil, accidentes viales, diabetes, entre otras situaciones, son hoy tan visibles y de tal magnitud que deberían convertirse en el principal foco de atención de las autoridades.

En este punto, la insistencia misma es apelar a una obligación moral y pública, ineludible y urgente. A su vez, la oportunidad para una nueva administración que pretenda enviar señales de ser una autentica garante de la salud, la seguridad y el desarrollo de los coahuilenses.

Para empezar, la emergencia de tan espinosos problemas –me refiero a que, por su naturaleza, resultan ser particularmente sensibles para la comunidad e interdisciplinarios en su abordaje- implica reorientar a las diversas dependencias hacia la atención de desafíos inesperados, algunos incluso ajenos a sus funciones. Olvidar la estrategia de gestión aislada de antaño, para inaugurar una lógica concurrente, multidisciplinaria, transversal, recuperando las capacidades institucionales de cada dependencia, ya sea salud, educación, seguridad o desarrollo social, otorgando un perfil integral a las estrategias de intervención, lo mismo que a los planes de acción pública.

Se podrá decir entonces que Coahuila cuenta con un programa concurrente para prevenir las adicciones, la violencia intrafamiliar o los embarazos en adolescentes.

Con una excepción. Esta vez se requiere en el tablero de gestión, una dependencia que asuma el liderazgo. El factor que provoca la atención puntual de los compromisos adquiridos por cada secretaría en relación a un asunto del que “nadie” es responsable, es la existencia de un ápice con la autoridad, la fuerza y el conocimiento de los temas.

El DIF estatal es la dependencia obligada. Sin pretender simplificar las problemáticas, el componente del que carecieron las pasadas administraciones, cuyas iniciativas aisladas se perdieron en los feudos que cada secretaría construyó (una buena iniciativa fue la promovida por el doctor Lauro Cortés que, siendo secretario de Salud en la pasada administración, impulsó la Estrategia para el Control de Sobrepeso, Obesidad y Diabetes; lamentablemente, por lo que conocemos, de buena intención, no pasó), fue la inexistencia de una caja de resonancia que potenciara y moldeara los esfuerzos de cada dependencia, incluso que ejerciera labores de supervisión y control de gestión.

Durante la pasada administración, al DIF de Coahuila se le imprimió visión, sin embargo, como todos sabemos, “al ojo del amo engorda el caballo”. La titular en aquel entonces, Carolina Viggiano, dictó las órdenes, se ausentó y pasó que, los encargados extraviaron la hoja de ruta entre el papeleo de sus aspiraciones personales. Los resultados, saltan a la vista.

En el presente, el DIF está obligado a transformarse. Pasar de un modelo asistencialista, suave, conveniente, amigable, empero poco efectivo y transparente, a uno que constituya un golpe de timón de una estrategia de desarrollo social y protección de los derechos humanos que navega a la deriva. Con una capitana que fija rumbo, pero que lo hace con un barco de bajo calado y sin un contramaestre y una tripulación que las acaten. Segundo aviso.

 

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