VIVIR SIN AGUA

TERESA GURZA 

Ya empezó la primavera, y junto con las flores, llegan los calorones.

Y se intensifica la escasez de agua para ocho millones y medio de mexicanos que la reciben tandeada, a veces solo cada ocho días, lo que los coloca casi en la situación de los dos millones de compatriotas que carecen de ella por completo; mientras otros la desperdician.

Toda proporción guardada, esto es tan injusto como el que, por no hacer trampas con las credenciales del INE, Marichuy no haya alcanzado a estar en la boleta; y sí Margarita Zavala, que presentó más de 222 mil chuecas,

Con la primavera, llega también la Semana Santa y sus prohibiciones de comer carne y meterse al agua, “no vaya a ser que por un desprecio a su Hijo crucificado, Dios te me vaya a volver pescado y empieces la Pascua con escamas” dicen las mamás michoacanas radicadas cerca de lagos o ríos, a niños que cada vez las obedecen menos.

En otros lugares, como la Ciudad de México, chcos y no tan chicos, se regocijan el sábado de gloria, aventando a los paseantes cubetadas de agua.

De modo que el tema agua, está más que presente; además, este 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua, con el que la ONU busca hacer conciencia para darle uso razonable.

Es imposible vivir sin agua; y como ya le dimos en la torre al medio ambiente al descuidar nuestros bosques, con lo que provocamos que llueva menos y hemos secado los manantiales, en México estamos consumiendo agua de siglos de antigüedad que es la de los mantos freáticos; y de no cambiar nos quedaremos todos, sin agua.

Y en muchas zonas del mundo la situación no es mejor.

De acuerdo con la ONU, dos mil cien millones de personas no tienen agua apta para el consumo y cuatro mil 500 millones carecen de servicios efectivos de saneamiento; y la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que un regaderazo de cinco minutos de duración, consume 100 litros de agua.

Y aduce que la falta de agua potable y saneamiento está impidiendo el desarrollo de las comunidades más desfavorecidas del planeta; y en doce años más, 2030, la demanda global superará en mucho a la oferta y habrá conflictos armados por su posesión.

En Ciudad del Cabo, la segunda ciudad más poblada de Sudáfrica, la crisis ya llegó; y se quedará sin agua el 11 de mayo; que está a la vuelta de la esquina.

La fecha fue bautizada como el «Día Cero», porque el nivel de las presas llegará, a sólo a poco más del 13 por ciento de su capacidad; “y la ciudad se vería obligada a interrumpir la distribución normal, convirtiéndose en la primera gran urbe de los tiempos modernos en quedarse sin agua”.

El Día Cero se fijó primero para el 12 de abril, pero fue desplazado gracias a la disminución del consumo destinado a fines agrícolas, porque los particulares no la ahorraron.

Y ese día, se cortará el suministro en casi todas partes; excepto en lugares clave como hospitales y en los barrios más pobres y necesitados.

Mientras tanto se dictaron medidas que entraron en vigor el pasado uno de febrero y obligan a ciudadanos y visitantes; como la de sobrevivir con 50 litros de agua diarios; cifra siete veces menor de lo que consume un ciudadano de Estados Unidos, y que deberá bastar para hacer limpieza y comida, lavarse manos y dientes, descargar el inodoro una vez al día, bañarse cada tercer día y lavar la ropa una vez a la semana.

Pero pese al creciente terror ante esa calamidad que amenaza a prácticamente todo el mundo, el agua sigue desperdiciándose.

Leí en El Mercurio de Chile un interesante dato acerca de este tema.

Resulta que los bosques de tepú endémicos de Chiloé, y que tanto sorprendieron a Charles Darwin cuando en 1834 visitó esa isla chilena, han servido como bóvedas o tinacos naturales para almacenar agua.

Comenzaron a formarse hace unos 12 mil años, con la retirada de los hielos de la última glaciación; y se desarrollaron sobre suelo plano, donde se acumula agua y son característicos del sur chileno, entre Puerto Montt y la Laguna San Rafael; pero predominan en Chiloé y archipiélagos como las Guaitecas y los Chonos.

Desgraciadamente según señala el ingeniero forestal U. Bannister, “En Chiloé toda la leña que se usa para calefacción y para cocinar viene de ellos y los están destruyendo”.

Y si continúa la tasa de extracción actual, prácticamente no quedarán rastro de esos bosques en los próximos 25 a 30 años; destruyéndose otro ecosistema.