MESON DE SAN ANTONIO

ALFONSO VÁZQUEZ SOTELO

La poesía, verdad hoy o ilusión

«Los poetas no escriben libros”, es el título de un artículo de Fabio Morábito que incluye en el libro «El idioma materno”, donde comenta que los poemas no  pueden hacer un libro, y lo llamamos precisamente libro por comodidad. El cuento, como el poema, tiene como destino valerse por sí solo, caminar con propia personalidad, y reunirlos en un volumen es una ventaja.

El poema tiene que ver más con la voz y el sonido, que con la escritura; se escribe poesía a pesar de la escritura, en esa alarma de sordera que los espanta. Escribimos los poemas para formar una bitácora de los sentimientos. Cuando queremos recordar el tiempo invertido en ellos los encontramos con palabras petrificadas y hay que empujarlas a un río que lleva aguas de corrientes presurosas para que se laven y transformen en nuevas imágenes lavadas, guijarros cantarines y alegres.

El poeta es un profeta que denuncia el estado de cosas, revienta la moral porque está corrompida y se le vuelve sueño y el sueño se le aparece en la noche de vela de duerme, vela como un fantasma que lo acosa. Que lo hace declarar contra sí mismo. Se denuncia a sí mismo, porque sus pies chiclosos tienen dificultad en dar pasos, son el cordero que se consagra y luego se enmienda con la luz de sus palabras. Para el poeta el trabajo de recolectar en la oscuridad los sonidos más claros se le dificulta porque es torpe y sólo escucha su voz.

Los poemas cada uno vale por sí mismo. Traer un manojo de poemas es sólo una forma de cargarlos con ironía o con buen humor. Son atisbos de la realidad más profunda.

Por eso hay la necesidad de desnudarse, de presentarse a plenitud, como buscando raíces en esas profundidades, donde se encuentran flores y huesos quebrantados por el tiempo, donde se vegeta otra vida, hay que encontrar esas palabras, reanimarlas, volverles el sonido, la luz, la imagen, dejarlas que se recobren el aliento, aunque  pongamos en ellas sangre nuestra.

Las palabras forman una genealogía en el tiempo inescrutable, tienen el misterio del ámbar, la luz del zafiro, la dimensión de la tierra  cuando era sol y en movimiento, cuando dejó el calor original y se volvió estrella fatal.

Cuando uno presenta un volumen de poemas debe derramar las aguas bautismales sobre la cabeza del autor. El poeta sea del tamaño que sea, tenga la condición que tenga, debe hacer un acto de contrición, debe pedir perdón por alentar palabras bravas desorbitadas con ojos magma ardiente olor a azufre, el agua vertida será agua derretida, por necesidad se esfumará en un chirrido, en un vapor, en un nuevo espíritu tomará su propia longitud en el espacio.

El presentador de un poemario tiene la obligación de mirar a los participantes, ver su semblante, pedirles una sonrisa, no cómplice  del por supuesto, sino agradecida por su asistencia a este evento donde se concentran a los iniciados, los no pueden tapar el sol con un dedo, los que descubren la noche más oscura porque han cavado con sus manos agradecidas en corazón.

Luego se deben alargar las letras de los poetas sin deformarlas, sacarle el sonido a las mayúsculas sin financiamiento de llantos, ni nos rasgaremos las vestiduras en las minúsculas o en las letras sin cadencia.

Enalteceremos las oraciones completas y las frases incompletas se arremolinan con quien inicia una procesión, se reúnen al sonido del tambor machacón y acompasado, entonces el poeta se pone a la vanguardia protegida por la cruz y el incienso y abrirá paso a la caminata con gallardía  y mesura, con el rancio sentido del amor.

Junto al poeta aparecerán en procesión los guardianes del alma, salerosos y sexuados, tomarán su turno los depositarios del corazón llevarán las ofrendas de los versos y los poemas recién nacidos como espigas que los pone a secar al sol para encontrar imágenes de soledad, carne arrugada hasta consumirse la última gota de agua; unos parecen radiografías con huesos rotos, en algunos se encuentran manchas de café, otros llenos de curiosidad levantan líneas con miradas perdidas en el horizonte, algunas abejas rondan por poemas dulzones, otros anuncian la eternidad por los cuatro costados, los más denotan recuerdos, lunas perdidas, remansos de agua y a estas alturas.

¿Cómo podemos  serenar un verso que se revienta contra el viento?

Fue el poema puño en alto de Juan Villoro el que conmovió en el reciente desastre del terremoto del 19 de septiembre cuando se conmemoraba el 32 aniversario del ocurrido en 1985. Cosas irónicas de la vida que sólo los poetas puedes describir con esa profundidad y escancia las cosas que suceden.

¿Usted qué opina estimado lector?

 

 

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo